SE la temía por su peligrosidad, de ahí el sobrenombre de Diablo, que ponía en guardia a los trabajadores de Boinas La Encartada cada vez que se encendía el batuar procedente de Inglaterra que data de 1892, año de apertura de esta fábrica textil de Balmaseda. No queda otra pieza de este modelo y antigüedad en el continente. Suponía el primer paso de la cadena de producción: desmenuzar el vellón de lana ya lavado. Ayer lunes volvió a escucharse a pleno rendimiento por primera vez desde que las instalaciones cerraron en 1992 para dar paso al museo que puede visitarse actualmente.

Elevado a la categoría de punto de referencia por la Asociación Europea de Patrimonio Industrial, da un nuevo paso con la recuperación de 16 máquinas de finales del siglo XIX y principios del XX que abren la puerta a reproducir la cadena productiva. Seis de ellas ya pueden activarse, como se mostrará en recorridos guiados que comenzarán en junio con la participación del restaurador que las ha dotado de una segunda vida con las herramientas de antaño. A largo plazo, la Diputación

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“Trabajamos permanentemente con la idea de un museo vivo”, señaló la diputada de Euskera, Cultura y Deporte, Lorea Bilbao, que resaltó las cualidades que hacen de La Encartada un conjunto de valor excepcional: “Su antigüedad y sincronía, la integridad del proceso de producción y el estado de conservación” son testimonio de las primeras etapas de la revolución industrial. Hasta el momento se han volcado en una labor de “mantenimiento, pero queremos revivir la fábrica”, manifestó Asier Madarieta, en representación de Bizkaikoa, la entidad que aglutina a los museos de responsabilidad foral.

El programa de actuación se puso en marcha en febrero, “con un diagnóstico de las necesidades y las primeras reparaciones”, detalló María José Torrecilla, técnica del museo. En esta primera fase se han centrado en la centrifugadora, el batán pequeño, batanes de prendas pequeñas, la dinamo Edison y el mencionado batuar.

Hombres de Hierro

Aunque antes debieron salvar el dificultoso arreglo del cojinete “del que parte todo el eje principal de la maquinaria”. Probablemente original de 1892, “estaba entre la pared y había tenido muy poco mantenimiento”, contó el restaurador, Joaquín Marco Sáenz de Orbijana, que lleva veinte años colaborando con La Encartada. Como resultado, “se ha ido desgarrando el material” y para solucionarlo “hemos realizado una intervención que no se veía desde hace sesenta años, en colaboración con trabajadores de Altos Hornos que han aportado sus conocimientos. “Hombres de hierro”, llama María José Torrecilla a Tomás Ariza, Juan María Zulueta y Mikel Martínez, que orientaron sobre cómo rellenar el material que faltaba en el cojinete “para que la pieza original resista con mejores prestaciones”. Una intervención relevante por su conexión con el resto de la instalación.

“Estuvimos a punto de abandonar”, confiesa la técnico, ahora que el éxito de la actuación abre las puertas a volver a confeccionar boinas o bufandas e integrar el proceso en los itinerarios previstos para sábados alternos con reserva previa, en los que participarán también el propio restaurador y personas expertas en las diferentes técnicas de elaboración textil.