"Estamos cansados de ser el conejillo de indias de todas las medidas que está tomando el Gobierno. Están haciendo pruebas y nosotros somos los más afectados". A Francy Galvis, encargada del restaurante Zurekin, ubicado en la calle Diputación de Bilbao, el hartazgo la ha empujado a salir a las puertas de su local para secundar la parada de 10 minutos convocada este mediodía en el sector hostelero con el fin de denunciar la "situación límite" que atraviesan y luchar por el mantenimiento de sus negocios.

"Paramos por el futuro de la hostelería" es el lema de los carteles que se han exhibido en los establecimientos que se han sumado a la protesta, en la que han participado las asociaciones de la CAV, Cantabria, Asturias, Lugo y A Coruña integradas en la plataforma Fuerza del Norte.

Con esta iniciativa, los hosteleros reclaman una vez más "indemnizaciones que sean proporcionales a los quebrantos económicos que producen los cierres y las restricciones", ya que las "compensaciones que se han ido articulando no son suficientes".

"AYUDAS A CUENTAGOTAS"

También se ha echado a la calle, con el delantal, José Ignacio de Andrés, encargado del restaurante Amaren, para denunciar que "la hostelería, en estos momentos, no tiene futuro". "Después de un año sin ningún tipo de ayudas, más que a cuentagotas y que todavía no han llegado, hemos cerrado diez minutos en señal de protesta", explica, mientras una camarera informa a una clienta de que tendrá que esperar, hasta que se reanude el servicio, en la terraza.

José Ignacio cifra las pérdidas registradas desde que se decretó el estado de alarma en torno a un 40%. "Todavía tenemos muchos empleados que están en ERTE, a un 40%, 50%... Son muchas familias que dependen del trabajo y estamos con ellos, pero es que en el último año estamos muy mal", reconoce.

"LAS CENAS ESTÁN PERDIDAS"

Desde el restaurante del que es encargada, Francy pide una flexibilización, al menos, del horario de cierre, establecido ahora a las ocho de la tarde, porque las cenas brillan por su ausencia. "Nos deberían de dejar trabajar un horario más amplio, aunque sea con las distancias y el aforo reducido, porque tenemos una cultura en la que la gente no va a cenar a las siete", señala. De hecho, solían ofrecer 30 comidas de lunes a viernes, 60 sábados y domingos y otras tantos servicios por la noche. "Ahora solamente hay comidas, así que estás perdiendo la mitad sí o sí. Desde que abres la persiana ya estás abriendo con pérdidas porque las cenas están perdidas".

Francy pide "trabajar un poquito más para tener más ingresos porque, a este paso, mucha gente va a perder el empleo". De hecho, en su restaurante trabajaban antes de estallar la pandemia 18 personas, mientras que ahora solo lo hacen diez. "A algunos les vencía el contrato y no se les pudo renovar porque no hay trabajo. Nos ha dado muchísima pena porque había gente buenísima que iba a continuar con nosotros. Otros tres empleados están en ERTE", detalla y afirma que, pese a haber "pedido todas las ayudas, no han llegado". "La facturación ha bajado entre un 50 y un 60% este último año, siendo optimista", apunta sin perder la sonrisa.

Al menos, en este establecimiento cuentan con el respaldo de su clientela. "La gente nos apoya muchísimo, siempre nos dice: Pobres, estaréis cansados. Creo que ellos también están un poquito hartos", comenta Francy, que espera poder seguir contando con los habituales una vez afloje la pandemia "si económicamente se lo pueden permitir, porque también hay mucha clientela que ha ido quedándose sin trabajo".

"ESTAMOS AGOTADOS"

Unos metros más allá se suma a la protesta el personal del Bar El Globo, cuya encargada, Patricia Millán, denuncia que "con estas medidas no se puede subsistir: tenemos reducido el aforo, también el horario, con lo cual es inviable". Aunque entiende que albergar a más clientes "es difícil porque hay que mantener las distancias", considera que "el horario sí que se podría alargar un poquito para que podamos ir recuperando a gente que está en ERTE y que lo está pasando muy mal". De los 16 empleados con que cuenta el establecimiento, actualmente están trabajando la mitad, "pero no a jornada completa".

Tras recordar que llevan "un montón de meses cerrados" y los que han abierto lo han hecho "con unas circunstancias y una situación bastante mala", Patricia reconoce que este cúmulo de adversidades les está pasando factura emocional. "Psicológicamente estamos agotados, ya no solo por el cierre y la apertura, sino también porque la gente muchas veces no respeta las medidas, tenemos que estar limpiando continuamente -algo que no vemos en ningún sector- y encima se nos culpa de todo", censura. Respecto a la actitud de los clientes, aclara, "la mayoría acatan las normas, pero sigue habiendo gente que, en cuanto se sienta en la terraza, lo primero que hace es quitarse la mascarilla o intentan sentarse más de cuatro en una mesa. Creo que nos hemos relajado bastante otra vez", dice apenada.

"NO QUEREMOS TIRAR LA TOALLA"

A Susana Martínez, propietaria del restaurante Lasa, se le nota el cansancio en la mirada. “Ha sido un año duro y tampoco se prevé que vaya a mejorar mucho. Tiene que haber ayudas porque seguimos machacados”, reclama. Las que perciben ahora, asegura, “son ridículas”. “Estamos viviendo de los préstamos que pedimos en su día. Con las ayudas no se cubre ni una quinta parte de lo que hemos perdido e igual me quedo corta. Hemos recibido 6.000 euros. No llega ni para pagar los seguros sociales de un mes”, se queja.

Susana ha estado trabajando, mano a mano con su marido, incluso cuando los locales estaban cerrados al público y solo se podía servir comida para llevar. “Hemos estado metiendo horas porque las cuentas no dan. Yo, en la barra, y mi marido, en la cocina, tirando para adelante con el negocio como se pueda porque no queremos tirar la toalla”.