"Veremos a alguna mujer en la calle Cortes, pero es algo residual. Con todos los locales cerrados y el toque de queda ha disminuido muchísimo la prostitución", dice, antes de hacer la ronda, Diego Lodeiro, educador social de la asociación Askabide, que atiende las necesidades de este colectivo.

¿Cómo afecta la pandemia al sector de la prostitución?

—Con los clubes y los bares cerrados vemos a bastantes menos mujeres que antes de la pandemia. No ha desaparecido por completo, pero la prostitución ha disminuido muchísimo por el riesgo de contagio y esto puede marcar un antes y un después.

¿A qué se refiere exactamente?

—A ver cómo se vuelve a levantar la persiana a todo esto. La tendencia es ejercer en pisos, pero la prostitución se va adaptando a los cambios que genera la sociedad y, de alguna manera, esto es otro cambio.

Las mujeres siguen trabajando pese al riesgo de contagio.

—El hecho de que sean invisibles dificulta saber hasta qué punto está afectando la crisis sanitaria. Saben que lo que están haciendo las pone en peligro y tienen miedo al contagio igual que el resto de la población, pero trabajan por necesidad.

¿Su situación es, a raíz de la pandemia, más vulnerable si cabe?

—Es un colectivo muy vulnerable debido a su perfil: mujer inmigrante, en situación administrativa irregular y con necesidad económica. Suelen tener cargas familiares en sus países de origen. Ahora se han quedado sin ingresos o estos han disminuido muchísimo. Ya no tienen para ellas, mucho menos para enviar. De ahí las demandas de necesidades básicas que nos están haciendo.

¿Pueden solicitar alguna ayuda?

—Tienen dificultades para acceder a las ayudas económicas públicas porque no cuentan con un empadronamiento o lo tienen desde hace muy poco tiempo. Si tienen derecho a alguna prestación, la tramitamos desde aquí. Si no, a través de otras organizaciones, como Cáritas. En Askabide trabajamos con mujeres en situación de exclusión social, pero hacía muchos años que no nos desplazábamos repartiendo comida ni atendíamos necesidades tan básicas. Les informamos de los recursos que existen, de dónde pueden acudir en caso de necesidad e intentamos dar respuesta a sus demandas.

¿Ha habido mujeres que han tenido que regresar a sus países como consecuencia de este declive?

—Si tienen red social o familiar, que no es lo habitual, y pueden retrasar los pagos del alquiler, van tirando, pero hemos conocido casos de mujeres que han retornado a sus países. Si se quedan sin ingresos o lo que tienen no es suficiente para poder mantenerse ni tan siquiera ellas aquí, en cuanto pueden, se van. Otras no han retornado, pero sí he empezado a escuchar que se lo están planteando. Una alternativa laboral en estos momentos tampoco es viable.

¿Se intentan aprovechar los clientes de la mala situación que atraviesan algunas de estas personas?

—Situaciones de esas siempre se han dado. Cuando se encuentran en una situación tan vulnerable, siempre se intenta negociar. También nos preocupa el tema de la seguridad porque ejercer la prostitución ya de por sí conlleva un estigma y hacerlo con la que está cayendo quizás esté más estigmatizado, si cabe, y se vuelva todo más clandestino. Eso, lejos de ayudar a que disminuyan esas situaciones de peligro o de violencia que se pueden dar, es probable que haga que estén aún más silenciadas.

¿No suelen denunciar?

—No suele ser un colectivo que denuncie. Si ya antes nos encontrábamos con mujeres que habían vivido una situación de peligro o violencia por parte de un cliente y no denunciaban por el hecho de no reconocer que se dedican a la prostitución, entre otras razones, ahora con el tema de la pandemia el estigma es mayor y eso no ayuda. Hay muchas mujeres que, de hecho, te lo cuentan como algo implícito en el ejercicio de la prostitución.