CLAUDIA no es una temeraria, pero la necesidad aprieta y amenaza con ahogar. Por eso ejerce la prostitución pese a la pandemia. "Me da más miedo no tener qué dar de comer a mi familia que contagiarme. Antes de que mi hija y mi madre se mueran de hambre en Rumanía prefiero morir yo de esta mierda de virus", dice con la impotencia de quien se ve con el agua al cuello, tras haber realizado solo cinco servicios este mes. "Hay muy poco trabajo", se lamenta. Y no es la única. Las restricciones a la movilidad entre municipios, la mala coyuntura económica y el miedo a enfermar han hecho mella en sus carteras, que, con el cierre de la hostelería, se han quedado, además, sin una de las excusas más socorridas para justificar sus ausencias ante sus parejas.

Claudia

"Insisto en que se pongan el gel y la mascarilla"

Recién llegada a Bilbao, donde ha alquilado un piso para trabajar con una compañera de fatigas, Claudia exhibe su cuerpo en lencería como reclamo en una página web de citas, pero su mente está en Rumanía, junto a su madre y su hija, a las que envía dinero para mantenerse. Tras ejercer en varios clubes, es la primera vez que lo hace por su cuenta. Mal momento para hacer negocio. A su amiga tampoco le va mucho mejor.

El miedo al contagio se lo sacude Claudia antes de cada cita, obligada por sus circunstancias. Las medidas de seguridad las intenta cumplir como buenamente puede. "Desinfectamos todo a menudo y yo insisto en que los clientes se pongan el gel en las manos y la mascarilla", explica. Ellos no parecen tenerle mayor respeto al virus. "Dicen que es una mentira del gobierno y que nos va a hundir a todos", afirma.

Rebeca

"Los clientes no quieren gastar con esta crisis"

"Si no trabajamos, nadie nos paga el alquiler", dice Rebeca. Y trabajando a veces tampoco le llega. De hecho, era camarera de piso en un hotel "muy conocido" de Bilbao y empezó a ejercer como trabajadora sexual hace poco más de un año para completar sus ingresos. "Estaba por una ETT y me pagaban 300 euros al mes por toda la mañana", detalla. En su nuevo oficio, recuerda, se inició con buen pie. "Tenía cinco o seis clientes al día. ¿Ahora? Uno o cero". Se ríe. Será por no llorar. "Hoy he hecho uno de 40 euros, ayer uno de 50, el sábado y el domingo, que solemos trabajar muy bien, nada. El viernes, 25 euros... Increíble", recapitulaba el pasado martes. Por poco no reúne ni lo que ganaba en el hotel. "Lo junto, pero a duras penas, sudando. Ha bajado muchísimo. Los pisos que llevan toda la vida están igual o peor y trabajo normal tampoco hay".

En semejante tesitura, Rebeca, que se presenta como una veinteañera vasca, ni se plantea la posibilidad de contagiarse en una de sus citas. "Como tengo que pagar mis cosas, a no ser que caiga enferma, no paro", zanja. Entre sus clientes hay de todo. "A muchos les da igual y otros no se quitan la mascarilla para nada. Yo no les puedo exigir que se la pongan porque si no, se van", confiesa esta profesional, que ahora está "tirando de ahorros" y no descarta trasladarse a Suiza, donde la prostitución está regularizada. "Aquí así no se puede. Los clientes no quieren gastar dinero con esta crisis", sostiene. Además del bolsillo, también "les preocupa la multa por salir del municipio y qué decir a la mujer porque están los bares cerrados", revela y confiesa haberse saltado las restricciones a la movilidad. "He ido a Mungia, Getxo, Durango... Como no quieren venir, me arriesgo yo. No hay otra".

Leyre

Leyre"Desde que redujeron la movilidad, está fatal"

Hace veinte años, "cuando era jovencita", Leyre trabajaba en agencias. Ahora lo hace en su propio piso, en Sestao. "Entonces se ganaba dinero, pero desde que redujeron la movilidad entre localidades, está la cosa fatal y yo no quiero coger a gente del pueblo para que no me descubran", se justifica esta mujer, convencida de que "los clientes tienen más miedo a la multa que al contagio". Ella sabe que "hay un riesgo" porque "conocerlos no es garantía de que estén sanos", pero lo asume para poder pagar el alquiler de su vivienda con la ayuda de su familia.

Durante el confinamiento Leyre recurrió a las citas on line. "Por una videollamada pido 15 euros. Por una cita presencial de media hora, 50. La diferencia es terrible y al que está acostumbrado a hacerlo en persona la llamada le sabe a poco", explica y se reprende a sí misma por confiar en la palabra de un cliente. "Me engañó diciéndome que me iba a pagar el servicio on line al día siguiente y no lo hizo. Culpa mía porque no se puede hacer antes de que te lo paguen", admite.

Tras denunciar que cuando las profesionales del sexo no trabajan están "desamparadas" y no reciben ninguna ayuda, Leyre censura que "haya clientes que quieran pagar menos porque saben que la situación es muy dura y a lo mejor lo haces".

Amaia

"Con las desconocidas tendrán más recelos"

Amaia ronda la treintena, es autónoma y trabaja tanto en Gipuzkoa como en Bilbao, donde reside. Su situación no es boyante, pero, visto el panorama, no puede quejarse. "Soy una afortunada. La facturación es inferior, pero puedo cubrir los gastos básicos", se consuela, sabedora de que otras compañeras de profesión corren peor suerte. "Otras chicas pueden estar pasándolo bastante mal. Conozco a algunas que han tenido que buscar otro tipo de trabajo, ya sea en hostelería o en tiendas", comenta. Ella subsiste gracias a que lleva "bastante tiempo trabajando por aquí. Los clientes confían en que me cuido y soy una persona responsable en cuanto a los contagios. Con otras chicas, al ser desconocidas, tendrán más recelos".

A la "decadencia" de la prostitución han contribuido, corrobora, "el miedo al contagio, la restricción de la movilidad y el tema financiero. Todos estamos cohibidos a la hora de gastar porque no sabemos qué va a pasar y si van a empeorar las cosas en un futuro". Al igual que otras profesionales, sigue concertando citas pese a la que está cayendo. "Yo hago todo a nivel legal y pago todos los impuestos. De hecho, me los han subido, con lo cual no puedo parar".

Marta

"Trabajo con webcam, no me la quiero jugar"

Tiene anuncios "por tantos sitios de España" que la llamas pensando que está en Bilbao y te contesta desde Barcelona, donde vive. Es lo que tiene ofrecer "servicios por sexcam. "Cuando nos confinaron, pensé: Algo tengo que hacer porque tengo mis ahorros, pero no sabemos cuánto va a durar esto. Probé, vi que funcionaba y sigo en casa trabajando solo con webcam porque no me la quiero jugar", explica. No gana tanto como antes, pero sí para ir viviendo. "Te ahorras el alquiler de la habitación, los viajes, estar fuera de casa... Ahora puedo estar más con mi familia. No te da para ahorrar, pero sí para todos los gastos. A lo mejor hay días que te haces tres llamadas y otros, ocho. Entonces, más o menos, vas compensando".

Antes de retirarse de la circulación, Marta intentó trabajar como seguían haciendo sus amigas. "Hace unos meses me fui fuera para una semana y a los tres días terminé volviendo para casa. Primero, porque hay poco trabajo. Hay hombres que se arriesgan, pero los clientes buenos tampoco se la están jugando. Estar pagando una habitación y arriesgándote así para hacerte uno o dos clientes al día no merece la pena".

"Los clientes dicen que el coronavirus es una mentira del gobierno y que nos va a hundir"

Recién llegada a Bilbao, ejerce en un piso

"Les preocupa la multa por salir del municipio y qué decir a la mujer al estar los bares cerrados"

Se mueve por Bizkaia pese a la restricción

"Quieren pagar menos porque saben que la situación es muy dura y a lo mejor lo haces"

Vive en Sestao y apenas tiene clientes

"Soy una afortunada; la facturación es inferior, pero puedo cubrir los gastos básicos"

Trabaja en dos pisos de Bilbao y Gipuzkoa

"Pagar una habitación y arriesgarte así para hacer solo uno o dos clientes al día no merece la pena"

Ha cambiado las citas por la webcam