No hay como perder lo que se tiene para valorarlo realmente. Es lo que miles de vizcainos están rumiando para sus adentros tras pasar la primera semana de confinamiento. Un encierro que ayer informaron se va a prolongar otras tres semanas más, como mínimo hasta el 11 de abril, ante el avance imparable de la pandemia del coronavirus.

La libertad de disfrutar de la familia en una salida de fin de semana, de tomar unos potes con la cuadrilla una noche de viernes o de practicar deporte al aire libre ha desaparecido y con ella toda vida social en la calle. Las imágenes adjuntas son prueba palpable. Un ejercicio fotográfico del antes y después que normalmente se lleva a cabo para ubicaciones históricas o mostrar el paso del tiempo.

En estas tomas, la cronología no es la razón del cambio. Los escenarios son los mismos, la única ausencia son los ciudadanos, las personas que componen una sociedad que, en un grado elevado, se entiende solo cuando interactúa entre sus miembros y más aquí en Euskadi, aquí en Bizkaia.

Los jubilados han tenido que abortar su quedada semanal en la explanada ubicada ante el Ayuntamiento de Bilbao. Una movilización que hoy hubieran repetido pero que su ausencia deja un espacio lleno de vacío, como las incertidumbres que rodea a este colectivo de riesgo. Puppy ya no tiene quien le saque fotos y las hordas de visitantes extranjeros y domésticos han dejado solo al Guggenheim para evitar la plaga. Impacta el vaciado de la autopista A-8 a su paso por el barrio de Cruces, uno de los tramos con más tráfico de toda la red viaria vizcaina. Un silencio que no querrían oír las decenas de enfermos que son atendidos en el hospital aledaño. La Gran Vía de Bilbao, otrora arteria urbana de manifestaciones y reivindicaciones, lucía ayer infinita en la pérdida de su perspectiva con una solitaria estatua del Corazón de Jesús al fondo.

Y qué les voy a decir de esa escalera llena de peldaños solitarios que se eleva al firmamento del peñón costero de San Juan de Gaztelugatxe. El último hito turístico de Bizkaia, por gracia de los dragones de Juego de Tronos, luce estos días desolado y gélido como cuando los primeros fieles de Bermeo decidieron hace once siglos construir en su cima la emblemática capilla marinera.

El último antes y después es para las playas. El calor de la arena y el sol que el arenal getxotarra de Ereaga desprende cada verano acogiendo a bañistas y acaparadores de moreno, a campañas solidarias multitudinarias y a cuadrillas nocturnas ha sido sustituido por el frío de la desolación, de volutas de granos de arena sin obstáculos, de olas que no se rompen nunca.

Son todas ellas imágenes espeluznantes, dignas de películas hollywoodienses donde las catástrofes son argumento principal para mostrar ciudades vacías y campos sin futuros. Afortunadamente aquí la vida, la sociedad solo ha dado al botón de pausa, no al de finalización. Volveremos a llenar las calles, las plazas, las playas.