Leioa - Quizás, su hermano pequeño, el violín, tiene más fama, pero ella, la viola, fue la que conquistó a Adrián Martínez Beorlegui. Ocurrió hace casi diez años y, hoy en día, es este leioaztarra el que cautiva a todo aquel que le escucha cuando toca este instrumento. A sus 18 años, mira con ilusión su futuro musical, con la melodía que dirigen los sueños y con un cierto compás aventurero. El Conservatorio Superior de Música del Liceo de Barcelona-Conservatori Liceu aguarda a Adrián tras el verano.

Primero, a este joven le espera el campus musical WOM, que empezará mañana y terminará el día 21 de este mes. Ya ha asistido en años anteriores a este curso formativo en el que participan profesores de distintas partes del mundo -como Estados Unidos o China-, pero esta vez, será especial, porque el campus se celebra en casa. El Palacio Artaza se convertirá, así, en un escenario para clases magistrales de acordeón, clarinete, trombón, piano... Y, claro, viola. Allí estará este leioaztarra, dispuesto a seguir absorbiendo conocimientos. “Ves a los grandes intérpretes y compositores y hasta su último año están aprendiendo. Es una barbaridad. Uno no deja de aprender en la música, como en otros ámbitos de la vida”, reflexiona Adrián. Él está decidido a seguir por la escala musical y el siguiente paso son los estudios superiores. “La semana pasada terminé de hacer las pruebas y esta misma semana me han confirmado que entraba en el Liceo. Así que el año que viene, a Barcelona. Era mi primera opción y estoy muy contento”, comenta Adrián. Y es para estarlo, porque este centro es de los más prestigiosos del Estado y cuenta con muy buena consideración a nivel mundial. Así que por delante, quedan “cuatro años de carrera y dos de Máster”, como indica este leioaztarra.

Y después... a mirar lo más arriba posible. “Yo voy a empezar a pensar en lo más alto y luego ya iré bajando”, reconoce sonriendo. Así que “intentar coger nombre como solista” y “ser miembro de una orquesta” serían sus prioridades. Si no, también baraja la opción de ser profesor de universidad o conservatorio. Y todo ello por una vocación, por una pasión, por una vida. “Creo que la música es un privilegio para las emociones. Es cierto que muchas se pueden expresar con palabras, con deporte, con pintura? Pero en mi opinión, hay algo a lo que es muy difícil dar sentido, que es aquello que ocurre entre acción y reacción, y eso solo puede darlo la música. Si estoy confuso, es coger el instrumento y escapar de todo. Cuando cierras los ojos y de verdad tocas desde los sentimientos, la música es capaz de tranquilizarte ante cualquier situación o, incluso, te sirve para desahogarte de cualquier tontería. Es impresionante”. Así habla Adrián de su música. Así la siente. “Y luego, al componer pequeñas obras y cada vez que las escuchas, al ser tuyas, eres capaz de recordar a la perfección lo que sentías en ese momento. Y eso es algo precioso”, añade.

Es el punto de vista del que fuera aquel niño que con 9 años conoció la viola. “Mis padres, con buena voluntad, se enteraron tarde de todo el mundo de la música y me apuntaron un año después de lo habitual. Yo siempre he querido tocar el chelo o el piano, pero justo el último día de audiciones y de escuchar instrumentos, escuché la viola y dije: Yo quiero tocar esto. Como llevo un año menos que los de mi edad, el año pasado hice dos cursos en uno, tanto cuarto como quinto, todo junto, además de primero de Bachiller”, cuenta Adrián. Fue un año de locura, pero valió la pena. Ahora, a por el siguiente escalón.