Amorebieta - La entidad entrega cada dos años esta distinción a aquellas personas que, no siendo de la comarca, hayan destacado por su contribución a la Merindad. Y es que la burgalesa, residente en Euba desde 1970, fue impulsora de la primera Escuela Especial en Durango y también promotora de la Asociación Gorabide, a favor de las personas con discapacidad, entre otros hitos. Gerediaga Elkartea concede este premio desde 1997 coincidiendo con el Día de la Merindad. El homenaje tendrá lugar hoy en la campa foral de Gerediaga, al mediodía.

¿Qué le supone este premio?

-Aquellos chavales, que tuvimos que buscarlos por las casas, son personas que están en la sociedad. Antiguamente cuando se tenía un hijo con discapacidad a los padres ni se les ocurría llevarles a la escuela. Estoy muy agradecida de que se acuerden del trabajo que hicimos.

¿Cómo recuerda aquellos inicios en la primera Escuela Especial general Varela de Durango?

-Más conocida como la Alhóndiga... Fueron unos comienzos ilusionantes pero duros también. Recuerdo que con los críos hacíamos de todo: les dábamos de comer, les limpiábamos y todo lo que hiciera falta. Desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde nos dedicábamos al cien por cien a ellos.

¿Qué le llevó a impulsar una escuela de estas características?

-Estudiando en Madrid conocí a niños con deficiencias y se me despertó la necesidad de hacer algo por aquellas personas que tenían que vivir en la sociedad. También recuerdo cómo mi padre, que fue maestro, tenía un niño sordo en la escuela y no sabía qué hacer con él. Siempre recordé a aquel crío diferente; había que hacer algo y se empieza por la escuela.

¿Qué supuso la Escuela Especial para la comarca de Durango?

-La posibilidad de que aquellos niños que estaban en sus casas comenzasen a estar escolarizados.

¿Cuántos niños tenían?

-Con edades comprendidas desde los 5 hasta los 14 años, alrededor de una treintena llegados desde Arratia, Amorebieta, Elorrio, Atxondo, Berriz, Iurreta y Durango.

¿Qué recuerdos guarda?

-Me quedo con la ilusión que tenían aquellos niños por venir a clase y lo que disfrutaban. Todos los días me levantaba contenta para ir a trabajar porque siempre me ha gustado mi profesión.

¿Qué relación mantuvo con aquellos padres y madres?

-Siempre he tenido relaciones muy buenas. Nos convertimos en personas importantes para ellos. También era una manera para que padres y madres estuvieran ocho horas sin los críos. Depositaban su confianza en nosotros aunque al principio, la verdad, es que no les resultaba fácil separarse de sus hijos.

¿Qué sentían aquellas familias por tener un niño con discapacidad?

-Agobio y una sensación de la que me ha caído encima. La mayoría de padres y madres transmitían nerviosismo y preocupación...

Se decía por entonces que aquellos niños había que esconderlos y gracias a su labor pudieron empezar a vivir. ¿Qué siente cuando piensa en esto?

-Que hicimos lo que había que hacer.

¿Es consciente del bien que hizo a todos esos niños y a sus familias?

-Ha sido mi obligación como profesora y he sido profesional.

Se premia su labor a favor de ‘los subnormales de la Merindad’. Así se les llamaba entonces. Afortunadamente el término ha dejado de emplearse...

-Se llamaba Escuela de subnormales e incluso había un cartel que ponía eso. El término ha ido evolucionando. Recuerdo que a un sordo también se le llamaba subnormal. Tuve un caso en Portugalete en el que una madre me denunció porque yo decía que su hija sorda no podía estar allí. Era una niña que lo que necesitaba era ayuda para aprender y le pusimos un profesor especial. Al final aquella madre vino a darme las gracias.

También trabajó en la Delegación de Educación de Bilbao como técnica y coordinadora de Educación Especial en Bizkaia.

-Estuve cinco años coordinando el Plan de Integración para abrir aulas especiales en los centros. Recorrí todo el territorio para ver las necesidades que tenían en cuanto a profesores, material, instalaciones, etc.

En los años 80 colaboró en la creación de la Asociación Gorabide, a favor de las personas con discapacidad.

-Tengo buenos recuerdos, trabajamos mucho. A veces los padres no se implican lo necesario y querían que les solucionáramos sus problemas. Una vez a la semana iba a Bilbao a las reuniones que empezaban a las ocho de la noche y terminaban a las diez. Y todo eso había que hacerlo con tres hijos...

¿Qué valoración hace de su trayectoria como profesora?

-Habré tenido errores pero en general, buena. Me quedo con la tranquilidad de que siempre lo he intentado hacer lo mejor posible.

Háblenos de sus orígenes.

-Yo nací en Burgos. Mi padre era maestro republicano y no le dejaban trabajar allí. Entonces se vino a Araba y después ya vinimos a Bizkaia. Estudié Pedagogía Terapéutica en Madrid, en la primera promoción del Estado. Completé mi formación en Bilbao y mis inicios como profesora fueron en Carranza, Portugalete, Soria, Otxarkoaga y después fui a Durango. Cuando cerraron la Escuela general Varela continué en el Colegio Público de Landako.

A pesar de no ser amiga de este tipo de homenajes, ¿tiene pensado algún discurso?

-No creo que voy a ser capaz de decir nada; intentaremos dar las gracias, por lo menos, de que se acuerden y que reconozcan que los maestros servimos para algo todavía.