Bilbao - El exhaustivo informe dejaba en evidencia el desmedido -y en muchas ocasiones innecesario- consumo energético per cápita en el alumbrado de exteriores. Bilbao y Barakaldo no salían muy bien parados en ese Ranking de la contaminación lumínica en España 2015, firmado por Alejandro Sánchez de Miguel y Rebeca Benayas Polo. No en vano, el rastro de las luces de ambos núcleos poblaciones es de los más intensos del Estado, de los que más deslumbran al cielo. Cierto es que desde que entonces algo se ha corregido, pero también lo es que hay posibilidad de seguir mejorando. Así lo reconocía el propio Sánchez cuando expresaba, en declaraciones a DEIA, que “no necesariamente se hace algo peor que en el resto del Estado. Muchas veces son temas como el tamaño de las manzanas o la presencia de industria que ilumina sin control?”

Eso sí, el astrofísico español afincado en la Universidad de Exeter, reclama una mayor concienciación municipal hacia este hecho y sus múltiples efectos: ecológicos -degradación de hábitats y pérdida de biodiversidad-, económicos -despilfarro de dinero público-, de salud -estado de ánimo, sueño?-, de seguridad vial y personal -al volante, con transiciones repentinas entre zonas de sombra y otras sobreiluminadas, y a pie, con una luz mal dirigida que dificulte el rendimiento óptimo de una cámara de seguridad- y culturales, porque contemplar las estrellas es un derecho humano, según la Unesco. Con todo, Sánchez de Miguel apuesta por elaborar un estudio más al detalle ya que la resolución de las imágenes de satélite analizadas (750 metros) “no nos deja ver cuál es el problema exactamente. Sí que dispongo de una imagen aérea oblicua de Bilbao y ahí sí se ven algunos detalles”, avanzaba.

Por ejemplo -indica-, los parques. “El de Miribilla tiene farolas de semiglobo que son muy contaminantes y pocos árboles. El de Doña Casilda también destaca mucho. Los parques son unos lugares muy delicados de iluminar. En un lugar donde no existe una seguridad real debido a la distancia a las casas, iluminarlos mucho puede producir que la gente se sienta segura en ellos, ya que se sabe que la cantidad de luz se relaciona con la sensación de seguridad pero no con la seguridad real, de manera que iluminando tanto estos parques podemos estar atrayendo a ciudadanos a lugares en los que no están seguros”, aclaraba.

Sánchez de Miguel da alguna pista también para poder entender el origen de la contaminación lumínica, un fenómeno casi tan global como el calentamiento del planeta. Se refiere a la normativa de iluminación existente en el Estado español, basada en una norma europea. El problema es que la propia Comisión Europea alertó recientemente de que ese reglamento no se ajusta a la realidad de las calles del Viejo Continente. “Es una norma de cumplimiento voluntario realizada por los fabricantes de iluminación sin ninguna base científica. Es como poner a las discotecas a hacer la normativa de ruido, no tiene ningún sentido”, equipara el astrofísico. “Los técnicos de alumbrado pueden no haber hecho nada malo, simplemente intentar seguir, por ejemplo, esa norma o copiar los estándares de iluminación de Madrid o Barcelona y encontrarse ahora con que ese estándar no es tal”, explicaba a DEIA.

El remedio para encender las noches de otro modo es posible y deseable. La única incógnita es despejar el cuándo: para cuándo o hasta cuándo. Y es que, como ilustra Sánchez de Miguel, la tecnología para reducir, suavizar y eliminar las contaminantes estelas del impacto lumínico ya existe. “La manera inteligente de hacerlo es con farolas de color cálido, que se gradúan al paso de los ciudadanos y protegen el medio ambiente. No hay que inventar nada. Países como Alemania tienen niveles de iluminación mucho más sostenibles que los nuestros”, enfatiza. Sin ir tan lejos, el autor del informe confirma que en España también hay ejemplos “buenos en cuanto a bajas emisiones por encima de la horizontal”. Cita Tazacorte, en el norte de Tenerife, y Deltebre, en Catalunya. “En general, La Palma es un buen lugar donde mirar. Un ejemplo de cómo, aunque se puedan mejorar cosas, es perfectamente posible tener niveles de emisión bajas en azul usando lámparas de baja presión de sodio o ledes ámbar”, ilustra.

Y es que en opinión de Sánchez de Miguel, el uso de ledes blancos “ha sido una práctica que roza en la estafa”. Y se justifica: “Hasta 2015 no existían ledes blancos más eficientes energéticamente que las lámparas de sodio de alta presión y no hay aún apenas unos pocos ledes que en condiciones de laboratorio presenten una eficiencia energética similar al sodio de baja presión”. La democratización de las luces de led blanca ha infectado al sistema y a la contratación pública que, en muchos casos, prima el precio frente a la calidad y a criterios ambientales como la eficiencia.

El otro problema es la campaña de marketing tan agresiva realizada los últimos treinta años sobre los supuestos beneficios del alumbrado público. “Ahora vemos cómo en otros países -Inglaterra o Francia, por ejemplo- en los que se apaga total o parcialmente el alumbrado público en municipios pequeños no ha habido ningún aumento ni de criminalidad ni del número de accidentes de tráfico”.