FUE un dos en uno: una mirada atrás y la constatación de que el progreso es infatigable. No por nada, aquella máxima del viejo jesuita Tomás Morales, retumba en la Asociación de Antiguos Alumnos de Jesuitas Indautxu y en el propio colegio de Alameda Urquijo, donde ayer se celebró el día del Antiguo/a Alumno/a como un mantra. No nos cansaremos nunca de estar empezando siempre, era el lema. A tres años de distancia de un centenario que se anuncia pura primavera, una exposición de imágenes, nombre propios y objetos del colegio recorren la historia de un centro donde se cumple, desde el primer día, aquel pregón de los hombres sabios de la época en que se abrió el colegio: Abrid escuelas y se cerrarán cárceles.

Cuentan las crónicas de la época que Román de Moronati y José Allende sentaron las bases jurídico-económicas para fundar,provisionalmente, en un chalé de Indautxu, las clases de enseñanza secundaria de un centro regentado por la Compañía de Jesús. Era el año 1921 y de forma paralela, el arquitecto José María Basterra convirtió las dependencias de aquella pequeña residencia-semiinternado, apta solo para 80 alumnos, en un edificio de nueva planta con claustro (1924) e iglesia anexa de estilo neorrománico e historicista (1930). El centro educativo será, desde su emplazamiento en doctor Areilza, una referencia icónica para toda aquella zona del Ensanche que era reticente a trasladarse desde el Casco Viejo, el Bilbao de toda la vida, a aquella zona de huertas desperdigadas del viejo Abando que ya se había poblado de palacetes y chalés y casas con renombre.

De todo aquel comienzo hay testimonio en la muestra. Hubo sedes clandestinas en virtud del Decreto constitucional de la II República que disolvía a la Compañía de Jesús y en plena Guerra Civil fue sede del batallón Tomás Meabe. Contra los duros vientos y a favor de las amables mareas, el colegio llegó al cincuentenario. Indautxu confirmaba su sede en 1971, refrendado por el Padre Arrupe en mayo de 1970, negándose a especulaciones inmobiliarias muy en boga en la época. Y “lo de las mujeres”, ¡ay! eso quedó para el curso 1986-87. Las nuevas incorporaciones arquitectónicas que fueron acoplándose al colegio y tropecientas mil historias académicas y humanas, se recordaban ayer en este reencuentro.

Digamos que en la celebración, marcada por la eucaristía del padre Eduardo Azpeitia, fueron saludándose viejos amigos de estudios, camaradas de infancia y juventud, gestores del ayer y hoy. Allí se encontraban el actual director de Jesuitas Indautxu, Jorge Urrutia, y José Ramón Urizar, presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de Jesuitas Indautxu; María Urizar y María Sancristóbal, las dos miembros más jóvenes de la junta; Gotzon García Goti, Ignacio Muguruza, Txema Betes, Imanol San José y Natxo Ruiz. Hombres y mujeres que se empeñan en el recuerdo. Como también lo hacen Txema Muguruza, Miguel Martín Zurimendi, guardián de las esencias de la exposición, e Iker Martínez. Iban y venían los antiguos alumnos, intercalándose distintas generaciones. Y en esa marea de abrazos y memorias se vieron a Julio Ruiz de Velasco, Jon Arenal, Julio Garaizabal, Fernando Monje, Santiago Eguiraun, Juan Garcés, Pedro Zubeldia, quien acudió a la cita desde un destino insospechado, Utah (EE.UU.), atraído por el imán de la nostalgia, José María Oráa, con buena cabeza para nombres y anécdotas, Javier de Miguel y Jon Lizarraga, entre otro mucho estudiante que prolongó la dicha en una cena de confraternización en los propios comedores colegiales. De lo que sucedió al acabar la misma no hay permiso para dar noticias. Imagínense a esos maduros adolescentes tras sonar el timbre de salida. La que pudieron armar. No vamos a juzgarles. Todos sacaron 10.