Bilbao - A Mari Jose Marín le dijeron que su bebé había nacido muerto después de que la anestesiaran para dar a luz. Corría 1977. En ese momento no quiso ver el cuerpo, “para no verle la carita”. Dos décadas después recibió una llamada en la que le notificaban que la lápida donde supuestamente estaban los restos de su hijo -donde aún sigue llevando flores- estaba vacía. “Ahí es cuando me di cuenta”, afirma esta santurtziarra que, años después, cuando realizaba los trámites para solicitar la incapacidad permanente, acudió al registro civil, donde aprovechó para preguntar por su niño. “No constaba, ni vivo ni muerto”, señala Mari Jose, una de las cerca de 70 miembros de la Asociación Itxaropena de Bebés Sustraídos de Bizkaia. Todos ellos están siguiendo muy de cerca el caso de Inés Madrigal, la primera bebé robada del Estado en sentar en el banquillo de los acusados al doctor que tramitó su secuestro y adopción ilegal, Eduardo Vela. Esperan que siente un precedente. “Los bebés robados no hemos prescrito”, garantiza Miriam Oyarzabal, otra víctima de la trama.
“No somos ni uno, ni mil; somos 300.000”, sostiene esta bilbaina para dar magnitud a esta práctica que se alargó durante varias décadas en todo el Estado. Una denuncia conjunta de más de 260 personas desveló el escándalo en 2011. Fue entonces cuando miles de personas comenzaron a dudar sobre cuestiones que planeaban en su biografía: ¿Mi madre me dio en adopción o la engañaron? ¿Mi hijo murió o me lo sustrajeron? “El caso de Inés Madrigal ha llegado a juicio porque es muy rocambolesco, tuvo que denunciar a su propia madre adoptiva para seguir adelante en el proceso”, afirma Mikel Izarra, quien tiene la seguridad de que su hermano menor fue robado. “Es importante que el juicio siga adelante, sería la primera persona condenada por este hecho. Pero Velas hay en todas partes, paseando”, añade Miriam, para quien lo más importante ahora es que las instituciones les permitan acceder a los archivos para poder seguir adelante en sus investigaciones.
Adopción irregular
“Somos víctimas, pero no buscamos una indemnización. Si nos dieran una chequera y comenzáramos a poner ceros, no pararíamos. Nos han robado la vida”, declara la bilbaina Miriam Oyarzabal. Ella nació en un centro sanitario público de la villa en 1968. “Fue en la habitación 4.564. Con ese dato se debería conocer la identidad de mi madre, pero no me quieren dar esa información. He ido dos veces a solicitar mi historia clínica y no me la facilitan”, asevera esta vecina de Basurto, que se enteró a los siete años, en la calle, de que era adoptada. “No lo asumí bien. Mi madre adoptiva me dijo que me habían abandonado en un torno”, relata Miriam, que vivió una adolescencia difícil en la que fue señalada como la “niña abandonada” y fue repudiada por parte de varios miembros de su familia. “A mi madre biológica siempre la tuve presente”, reconoce Miriam, quien empezó a indagar de forma más activa hace apenas dos años, con la ayuda de su hijo mayor.
“Cuando me puse a buscar me di cuenta de que mi adopción fue irregular, no tenía la firma de mi madre, que supuestamente me abandonó, ni estaban los papeles de adopción de la asistenta social”, explica esta bilbaina. En el legajo sí figuraba, por el contrario, el nombre de una mujer, a la que Miriam investigó hasta un punto en el que no pudo avanzar más. “Ahí estoy parada”, señala tras recalcar que años atrás le remitieron una documentación referente a su supuesta madre, con el mismo nombre pero con apellidos diferentes, y su dirección. “Una procuradora me aseveró que esa señora no existía o no vivía en esa calle”, indica con resignación. “Sigo preguntando a mi madre adoptiva, sé que sabe perfectamente quién es mi madre. Es muy mayor, tiene más de 90 años, y no la voy a dejar tirada, pero no le tengo cariño. Me siento como un botijo que vendieron. Me llevaron a una familia que no es mía y he vivido una vida que no es mía”, expone.
Dudas sobre el sexo “Es una trama que se extendió hasta después del franquismo, ningún funcionario ni médico... perdió su trabajo. Veían que no pasaba nada”, considera Mikel Izarra, quien añade que “una vez que te mienten sobre la muerte, todo lo demás son mentiras, una tras otra”. Cuando nació su hermano pequeño, en 1969, él tenía siete años. “Mi madre siempre contaba que le dijeron que era una niña preciosa, pero que había nacido muerta. Supongo que le dijeron eso para que le quedara grabado en la memoria. Estuve varios años buscando a una hermana; ahora estoy convencido de que fue un hermano”, expone Mikel, quien asegura que era habitual que instalaran dudas sobre el sexo de los bebés para que fuese más complicado seguirles la pista.
“Mis padres fallecieron antes de que se desvelara toda la trama, que es cuando me puse a buscar”, explica este bilbaino, que ni siquiera sabía la fecha exacta del nacimiento de su hermano. Con lo poco que recordaba, fue al registro civil y en cinco minutos tenía el legajo de aborto en la mano. “También tengo un papel del cementerio que informa que al cabo de diez o quince años trasladaron los retos a un osario común sin notificarlo. Vete ahora a buscar unos huesos para hacer un análisis de ADN...”, se lamenta Mikel, quien observó incongruencias en el legajo completado y firmado tras el parto de su madre en una céntrica clínica privada de Bilbao.
Acceso a los archivos La Asociación Itxaropena solicitó en el último pleno del Ayuntamiento del Bilbao que les sean facilitados los trámites burocráticos necesarios en orden de esclarecer los casos de bebés robados. Obtuvieron el compromiso del pleno para colaborar en la resolución de este “grave problema”. Es en la consecución de toda la información posible donde centran sus esfuerzos. “Ha habido inundaciones, ha habido incendios... Todo está archivado pero no nos lo quieren dar. Nos deberían abrir los archivos”, solicita Miriam, a lo que Mari Jose añade algunas de las dificultades halladas en esta labor: “He acudido en cinco ocasiones al hospital donde di a luz y no nos dan los informes, solo constan la fecha en la que entré y salí. Tienen que existir”.
Los miembros de Itxaropena denuncian los intereses velados para destapar la trama. “Si muchos políticos que han estado mandando hasta hace cuatro días no quieren que salga la porquería... Por algo será”, opina Miriam, quien expone que el entramado va mucho más allá. De hecho, la imputación de la monja madrileña María Gómez Valbuena, más conocida como sor María, puso a la Iglesia en el ojo del huracán. “Mi madrina, que era prima carnal, también era monja. Venía muchísimo por casa hasta la época en la que nació mi hermano. Luego nos enteramos de que se fue a Angola. Cuando me enteré de que era de la misma congregación que sor María, de las Hijas de la Caridad, me puse malo”, desvela Mikel.
La averiguaciones de este bilbaino le han llevado a constatar un hecho curioso en el Instituto Nacional de Estadística. “Analicé las muertes de niños y niñas desde 1941 a 1974 en Bizkaia. La barra de los niños siempre es un poco más alta hasta 1967, cuando empiezan a morirse más niñas. Ningún demógrafo puede decir que es algo natural”, considera. Mikel Izarra explica este fenómeno alegando que hubo un cambio en la demanda en las personas que solicitaban bebés robados. Si en un principio se preferían niños para que continuaran con el legado familiar, después comenzaron a inclinarse por las niñas para que cuidaran de sus padres adoptivos.
Miriam está convencida de que ese fue su caso. Y agrega: “Los bebés con ojos claros éramos mucho más caros. Costábamos entre 150.000 y 200.000 pesetas. La unidad de medida era el precio de un piso de la época”. En cuanto a la elección de las madres revelan varios patrones. “Hay muchas madres adolescentes que firmaron la renuncia de sus hijos bajo coacción. Las monjas las seguían por detrás para que lo hicieran”, expone. Pero no solo fueron madres adolescentes. Mikel asevera que su madre tenía 46 años cuando dio a luz a su hermano. “En la asociación hay muchísimas madres casadas a las que le quitaron a su bebé”, dice Miriam señalando a Mari Jose. Y añade: “La madres siempre han tenido la corazonada de que sus hijos no habían muerto, a muchas las han tratado de locas”.
Miriam considera que el daño psicológico se ha hecho tanto a las madres y hermanos como a los niños que eran sustraídos: “Ellos están con que sus hijos y hermanos eran preciosos; nosotros con que nos abandonaron”. ¿Y qué hay de los padres? La vecina de Basurto admite que ha ignorado por completo la existencia de su padre hasta hace bien poco. Mikel Izarra, único hombre miembro de la Asociación Itxaropena, admite que debería tratarse de una búsqueda liderada por las mujeres. “Son más valientes y decididas”, considera este bilbaino quien propone el análisis de ADN como una posible solución, aunque es consciente de que puede haber mucha gente que desconoce haber sido víctima de esta trama. “Escuchar a Miriam me da ánimo, aunque pienso que es posible que a mi hijo le hayan dicho que es biológico y no me esté buscando”, admite Mari Jose, mientras Miriam habla de la búsqueda de la verdad: “Quisiera tener un reencuentro con mi familia, saber de dónde vengo. Cuanto más tiempo pasa, menos oportunidades tengo”.