Bilbao - Hace cinco años la sala de profesores del Instituto Artabe de Txurdinaga estaba cerrada con llave. Esta potente imagen describe la dimensión del problema. El Artabe tenía una de las mayores tasas de absentismo de Bizkaia, los conflictos eran el pan nuestro de cada día y el fracaso escolar una incómoda realidad. Las familias -en su mayoría desfavorecidas, en paro y perceptoras de RGI- veían en el instituto una carga cuando no al enemigo. Y el profesorado se enfrentaba a su día a día sin más armas que la esperanza de cambiar las cosas.

Y las cambiaron. Vaya si las han cambiado, pero juntos: dirección, profesorado, familias y barrio. Ahora el Artabe “no es el paraíso”, dice su directora, Eva Tabernero, pero “hemos bajado mucho el absentismo, hemos mejorado la convivencia así como la relación con las familias y la visión que tienen del centro. Además hemos frenado el abandono escolar antes de los 16 años”. El clima se ha descargado de la presión que se palpaba en sus aulas. El jefe de estudios, Aitor Lekerika, explica que el ambiente ha cambiado mucho. “Antes los profesores estábamos en bloque contra el mundo y ahora ha caído ese muro, nos interrelacionamos con las familias y asociaciones. Hay naturalidad porque se han llevado a cabo cambios de cara a abrir el centro a la comunidad y ese aire fresco nos ha venido muy bien, porque trabajar en un clima de tensión diario era insostenible”.

En resumen, el Artabe es un instituto más. Un instituto con sus problemas, con clases que empiezan a cargarse tras el recreo y adolescentes que preferirían estar colgados de Instagram en vez de seis horas en clase. Es decir, rutinas de un instituto normal. El Artabe ha conseguido lo que hace cinco años era un sueño, ser un instituto normal. Y lo ha hecho con el mismo alumnado desfavorecido de un barrio que los estereotipos siguen considerando conflictivo. Esta revolución ha sido posible gracias a un proyecto pionero de trabajo con alumnado absentista y sus familias del Ayuntamiento de Bilbao, Lanbide y el instituto. Y es que el absentismo, va mucho más allá de la típica pira, es un buen detector de otros problemas: maltrato, acoso entre iguales, problemas de salud, familias desestructuradas...

Según reconoce la directora “solo el instituto no puede hacer frente a la problemática” y señala la importancia de colaborar entre las diferentes instituciones y asociaciones del barrio. Así, hace cinco años el claustro aprobó abrir las puertas del centro a las familias, hasta entonces ajenas a la realidad escolar de sus hijos e hijas para hacerlas partícipes en la toma de decisiones y resolver los conflictos. Contar con su ayuda ha sido clave para el cambio. Parte de la culpa de ese compromiso parental la tiene Lanbide. Los usuarios de la oficina de Lanbide de Txurdinaga y las familias del centro son las mismas. Por lo general tienen una cualificación baja y por tanto dificultades para encontrar un empleo. Y como perceptoras de RGI, tienen derechos y obligaciones que se plasman en el Acuerdo P’ersonal de Empleo. Entre otras medidas, desde la oficina se les propuso colaborar en el proyecto Comunidad de Aprendizaje elaborado por el instituto donde estudian sus hijos e hijas. El centro también hizo una convocatoria y la respuesta ha sido más que aceptable. Este curso cerca de 60 familias - muchas de etnia gitana- participan. Se trata de un porcentaje alto teniendo en cuenta que el Artabe atiende a 95 estudiantes de 12 a 16 años. “Partimos de desarrollar unas metodologías diferentes en el aula y tenemos una filosofía de trabajar con la comunidad. Y así, poco a poco, nos fuimos acercando a las familias, a todas las asociaciones del barrio, a todas las instituciones que incidían en nuestro alumnado y pusimos en marcha un trabajo en red”, comenta Tabernero.

La misión de las familias es totalmente innovadora, son profesores de sus hijos y velan por la convivencia en el patio. Según Tabernero, el Artabe “es el único instituto en el que las familias comparten espacios, horarios y asignaturas con sus hijos”. Cada semana, los familiares hacen dos horas de formación y una de apoyo en el aula en varios grupos interactivos de Matemáticas o Historia. Dadas las limitaciones académicas de algunos de los familiares, reciben orientación de las materias y sobre las formaciones del centro, como tabaquismo, nutrición, higiene? Participan en tertulias literarias y comentan con sus hijos e hijas el libro que están leyendo en clase. También entran en el aula como profesores de apoyo, conduciendo los debates o dando ideas para resolver los proyectos. Hacen talleres de informática, llevan el huerto escolar y han dejado con la boca abierta a más de un profesor con sus habilidades manuales en clase de Tecnología.

Pequeños gestos, grandes cambios La directora explica que la entrada de las familias “genera un clima de confianza y las hace partícipes de la educación de sus hijos y de la realidad escolar”. Esta presencia en las actividades usuales y en el patio motiva a los más jóvenes que se ven forzados a controlar su conducta, al ser conscientes de que sus padres pueden verles. Dimas Borja es uno de los 22 padres-profesores (hombres) y ha comprobado cómo ha mejorado la actitud de su hija Damaris y sus relaciones en casa. Además, ha sacado partido de la experiencia ya que “estoy disfrutando, aprendes, estás con los chavales y vas haciendo algo de provecho mientras encuentras trabajo”. Borja afirma que colabora “para tener a mi hija un poco más controlada, porque no es agradable que te llamen del centro diciendo que tu hija de 14 años se está portando mal. Pero es diferente que te lo digan a que tú lo veas”, resume. Al igual que otras muchas familias, “antes cuando me llamaban del centro llegaba a la defensiva, pero ahora hay una comunión más íntima con ellos. Ahora sé cuál es el comportamiento de mi hija y nuestra relación ha mejorado, le recuerdas los deberes, lo que tiene que estudiar, la fecha de un examen... En casa hablas de cosas del cole, lo cual es mucho mejor para todo el mundo”. En la práctica, esta dinámica ha ido consiguiendo objetivos casi de forma natural. “Como los padres vienen, vienen los hijos, entran en la mecánica de asistencia diaria, ven lo escolar, están más animados porque ven que sus hijos pueden tener un futuro”, afirma Tabernero.

Borja destaca la extrañeza, primero, y el orgullo, después, que la intervención familiar ha provocado entre el alumnado. “Nuestra presencia causaba buena sensación, los chavales se preguntaban qué hace mi padre aquí, qué hace mi tío en clase, porque al fin y al cabo esto es un barrio y quien no tiene a un hijo tiene a un sobrino. Al final se ha creado un grupo bastante bueno”, señala. El cambio de rol para él no fue sencillo. “Hombre -dice- la primera vez sientes incertidumbre, claro, te preguntas qué pintas ahí, qué vas a hacer? Pero al final todo bien y hemos creado una relación muy interesante con los alumnos, profesores y educadores”.

El papel de los educadores que acompañan en sus formaciones a las familias es vital para que encajen todas las piezas del puzzle. Entre otras asociaciones, el Artabe colabora con Imagina Otxarkoaga en un plan comunitario impulsado por el Ayuntamiento de Bilbao que ofrece alquileres baratos a estudiantes de máster a cambio de que trabajen para el barrio. Este voluntariado lleva la intervención más psicosocial, en especial con las mujeres porque “los hombres están mucho más socializados en el barrio”. Tabernero comenta que uno de sus retos era “hacerles ver el importante papel que desempeñan en el sostenimiento de la familia, queríamos empoderarlas en la toma de decisiones con respecto a sus hijos”.

La clave ha sido sacar a las mujeres de su entorno doméstico. “Las mujeres -señala- están más en la casa, en el cuidado de la familia o en las responsabilidades de la burocracia que los hombres no hacen tanto. El peso más fuerte de las familias lo llevan ellas. Aquí tienen ese espacio social en el que, a veces, con un café cada una expresa sus cosas y va saliendo todo eso que tienen en casa”. Pero en general, resume, “hay gente, padres y madres que se sienten muy valorados; gente a la que venir con sus hijos y participar del proyecto escolar da sentido a su día a día. Salen de la rutina de casa, de los papeleos con Lanbide, ven lo que hacen sus hijos e hijas, cómo se relacionan y se preocupan”.

Es posible que este proyecto proponga acciones sencillas. Pero hay pequeños gestos que cambian el mundo. Así ha sido para esta comunidad escolar que ha pasado “de no poner un pie fuera del instituto” a dar clases en el Bellas Artes cada quince días, ir a la piscina, dar Robótica o cantar con la Sociedad Coral de Bilbao. “Esto les da mucha vida, socializarse, salir del entorno del aula, del centro y del pequeño barrio”, afirma Lekerika. Ahora los programas que saca Educación los miran “con lupa y si vemos algo que nos convence nos sumamos”, dice Tabernero, que no duda que el secreto es “abrirnos a la comunidad, aprovecharnos de todo lo que nos puede ofrecer y poner el centro a disposición de cualquier iniciativa del barrio”.