MUY pocos pueden presumir de hacer lo que más les gusta. José María Ruiz es uno de los afortunados a los que la vida le puso en el camino un trabajo que aún conserva hasta la fecha y que ha amado y continúa amando a pesar de ya haberse jubilado. Desde bien pequeño ayudaba a su padre en una pequeña tienda de alimentación que regentaba en San Francisco, ubicada en la calle Hernani. Años después, la familia Ruiz decidió reconvertirla en licorería. Hace siete años su hijo Rafa pasó a ocupar su puesto siendo la tercera generación y en el mes de abril brindarán con una de las botellas tan características de su comercio para celebrar el 75 aniversario.
José María nació en la calle bilbaina de Zugastinovia hace 71 años. Pero no fue aquí donde pasó su infancia. Años después, con unos seis años, se trasladó con su familia al barrio de Irala. Su padre ya regentaba desde 1943 un pequeño comercio de alimentación en la calle Hernani. “Esto fue en su día la primera tienda de Sebastián de la Fuente, un tendero cuyos nietos llegaron a tener hasta 176 tiendas. Después la cogió mi padre un 15 de abril”, rememora.
Tras dos mudanzas, vino la tercera. Esta vez pasaron a residir en la misma calle en la que se ubicaba el establecimiento familiar y en la que a día de hoy continúa viviendo. José María conforme iba creciendo se fue dando cuenta de lo que realmente le gustaba: ayudar en el negocio familiar. Estudió en el colegio Corazón de María y recuerda cómo su padre le llamaba para que fuese a la tienda en las horas libres. “Cuanto tenía alguna fiesta me decía para echarle una mano. De ayudante técnico”, dice entre risas. Las posibilidades en el colegio se reducían. “O te metías a estudiar oficio que era entrar a los bancos, que entonces te preparaban y entrabas de pinche o bachiller y hacías revalida para entrar a la universidad”, cuenta. Ninguna de estas le convenció lo suficiente. Lo tenía claro. Lo que más le gustaba era trabajar en la tienda de su padre, no se veía en otro lugar.
Aunque era muy joven cuando comenzó en este mundo guarda en su memoria muy buenos recuerdos. “Fueron mejores que los de mi padre”, reconoce. Su capacidad para innovar se vio plasmada en el giro que dio el propio comercio. En 1965 pasaron de vender alimentos a todo tipo de licores. Una idea de José María que a día de hoy continúa teniendo éxito, sobre todo entre el público extranjero aunque también confiesa que ya las ventas no son excesivas como antes. “Me acuerdo unas navidades que mi padre decía que habíamos vendido 6.000 euros. Ahora esto es imposible”, dice.
Su vida ha estado siempre ligada a este establecimiento. Nunca pensó dedicarse a otra cosa. En él ha pasado gran parte de su vida e incluso pudo ver en primera persona las inundaciones a las que tuvo que hacer frente la villa. “Tenía unas cincuenta cajas de brandi encima de una alcantarilla y no pudo levantar la tapa. La continuación de la misma era el portal que está al lado y tuvieron que abrir las puertas para que saliese todo”, recuerda Ruiz. Cuenta que se libró “por los pelos” ya que no tuvo más que unos diez centímetros de agua. Todo se lo debe a esas cajas que le “salvaron la vida”. “Yo pensaba que me habían hecho una escabechina. Eso fue lo más duro que he pasado porque pensaba que me habían destrozado el establecimiento, pero no”, explica.
Desde cualquier parte Las botellas de la licorería han cruzado fronteras. “Hemos tenido mucha clientela de fuera. Franceses, ingleses, belgas, holandeses, italianos, finlandeses? pero del barrio no tanto”, dice. Vender era una de las cosas que más le apasionaba de su oficio y confiesa que uno de sus grandes secretos para mantener un comercio en pie durante tantos años ha sido insistir. “Hay que insistir. Con uno con otro porque aunque yo les cobre más caro me piden a mí y no al vecino”, comenta.
Hace seis años que Ruiz se jubiló pero la licorería no ha echado el cierre. Su hijo Rafa ha seguido los pasos de su padre. Un comercio familiar que pasa de generación en generación y se ha convertido ya en una visita casi obligada para los clientes que le visitan de otros países.
El próximo mes cumplirán el 75º aniversario y les consta que “hay licorería para rato”. “He visto cómo se han abierto negocios y se fueron a la tumba”, dice. Pero éste no ha sido el caso de José María y su familia porque a base de sacrificio consiguen mantener vivo aquello por lo que un día apostó cuando era joven.