HABÍA dos Goyas ayer en los museos de Bilbao. Uno el que se expone en el Museo de Bellas Artes bajo el título Goya y la corte ilustrada. El otro, con i latina, asistía como invitado muy especial a la inauguración de la exposición de una de sus convecinas más internacionales en el Museo Guggenheim. Se trataba de Eneko Goia, alcalde de Donostia.

La ocasión lo merecía. La de Esther Ferrer es una de las trayectorias artísticas que ha roto fronteras en la creación performativa. Ha abierto nuevos mundos artísticos a varias generaciones y en muchos lugares.

Aunque, como recordó la propia creadora, no lo tuvo fácil. “A los artistas performativos nos llamaron los vagos del arte. Y muchas cosas más”, aseguró, evocando su primera exposición en Bilbao hace casi medio siglo. “Si hay aquí alguien vivo de entonces, que levante la mano”, pidió en una intervención breve y llena de simpatía y sentido del humor. “Si es así, le sorprenderá verme regresar como una señora seria. No soy sería, solo más mayor”, advirtió.

Ferrer compartió estrado con el director del museo, Juan Ignacio Vidarte, el consejero de Cultura, Bingen Zupiria, la diputada foral de Euskera y Cultura, Lorea Bilbao, y la curator del Guggeneheim Petra Joos. Vidarte, tras glosar la importancia de la obra de la autora, la describió como “feminista por convicción y previsible por necesidad”.

El acto del atrio de la pinacoteca bilbaina se pobló de rostros vinculados a la creación, como el catedrático y artista Josu Rekalde, los galeristas Roberto Atance y Juan Ignacio García Velilla, el director de Bilbao Arte, Juan Zapater, o el matrimonio formado por Alberto Ipiña y Begoña Bidaurrázaga, así como los Amigos Internacionales del Museo y artistas residentes en Bilbao Arte, Raquel Meyers y Olivier Etchegaray.

Entre las muchas personas próximas a la creadora donostiarra se contaban su pareja, el compositor musical Tom Johnson, sus sobrinas Andrea Arriola Ferrer y Beatriz Ferrer, además de Iban Zubiri, Gorka Zabala, Blanca Salegi o Natividad Cia Elcano.

Junto a Eneko Goia pudimos ver a Edurne Ormazabal, Jon Insausti, concejal de Cultura de Donostia, Jaime Otamendi, director de Donostia Kultura y al viceconsejero de Cultura, Joxean Muñoz.

El cóctel posterior a la inauguración generó una particular mezcla de gentes de abrigo, corbata y zapato lustrado a conciencia, con jóvenes de ánimo transgresor, señoras elegantes, profesionales de todos los ámbitos y personas veteranas de indómito corazón bohemio.

Entre los numerosos asistentes, el actor navarro Fernando Ustarroz o uno de los ángeles de la guarda del pelotón ciclista, el doctor Juanmari Irigoyen, o la conocida periodista Arantza Sinobas, la abogada Igone Ossorio o Maialen Sobrino, Gotzon Bastida, Amaia Iraizoz, Agurtzane Zarandona, Idoia Bilbao, Marta Larrañaga y Amaia Esteban.

La inmensa mayoría aprovechó para visitar una exposición distinta, que invita a reflexionar y participar. Muestra nueve instalaciones inéditas del arte que combina tiempo. espacio y la presencia de público, que es como la creadora donostiarra define la performance.

A lo largo de su extensa carrera, que comenzó en la década de los sesenta del siglo pasado, Ferrer ha participado en numerosos festivales y expuesto su obra en distintos museos. Ha sido merecedora, por ejemplo, del Premio Nacional de Artes Plásticas o el Premio Gure Artea del Gobierno vasco.

Con esta muestra, Esther Ferrer se entrelaza con Bilbao mucho después de aquella primera ocasión en la que recibió de todo menos flores. “Sois heroicos por venir cuando se juega un partido del Athletic”, apuntó la artista con una sonrisa. En la noche en que había un Goia en cada uno de los grandes museos de la ciudad, alguien pensó que últimamente los héroes se sientan en San Mamés.