Más allá de las rosas, bombones y demás regalos típicos por el día de San Valentín, los vecinos de la barriada de Eleizondo de Zeanuri celebran la fiesta en honor a este santo de una manera mucho más original. No obstante, la originalidad se funde con la tradición, puesto que han sabido guardar con mucho mimo una de esas costumbres que no hacen sino remarcar la identidad de un pueblo, de una cultura. Ayer, unas 200 personas se reunieron en torno a la parroquia de Andra Mari y la ermita y la encina de la Piedad, ubicadas a escasos 50 metros de la majestuosa iglesia.

Todo, para celebrar nuevamente esta humilde pero singular fiesta, en honor a San Valentín y cómo no, a sus tradiciones. Lo más llamativo de la jornada de ayer fue, como cada año, la medición de la encina de la Piedad. Se trata de un árbol que se plantó pegado a la ermita en 1958, sustituyendo a otra encina que se alzaba en el mismo lugar. Cuentan los vecinos que dos residentes en el caserío Zutu-tze, “Guillermo y Marcos, la llevaron hasta allí desde el monte Eleizbaso, con la ayuda de varias vacas que tiraban de un carro”, y la plantaron junto con otros vecinos de Eleizondo.

Entonces, fueron muchos los que dijeron que no iba a “agarrar”, explica Jon Urutxurtu. Por eso mismo, parece ser que “se empezó a medir año tras año”. En medio de esta celebración, Ceferino Lejarreta se encargaba de medir la encina, tras lo cual, concluía la fiesta. La primera medida data precisamente de 1959, aparecida en los cuadernos de tasación de montes del mismo Lejarreta. La última medición que encontraron los vecinos -que decidieron volver a darle el valor que merece a esta tradición- era de 1999, realizada por Cándido Intxaurraga. Fue en el año 2008 cuando se vuelve a abrir un libro de actas donde se guardan los datos de la medición. “El año 2009, fue el hijo de Ceferino Lejarreta, Gregorio Lejarreta, quien se encargó de medir la encina hasta el año 2015, año en que falleció”, explica el zeanuritarra Urutxurtu. El testigo pasó entonces a Igor Intxaurraga, quien lleva ya tres años midiendo la encina. Tras este acto, se deja constancia en el libro de actas y entonces, la mayordoma o mayordomo firma el acta. Este año, “debido al mal tiempo”, solo ha crecido medio centímetro a la altura de un metro y medio, hasta los 189,5 centímetros.

Más especial Sin duda, fue un día especial por varias razones. En esta ocasión, la talla de San Valentín fue llevada desde Andra Mari hasta la ermita -donde descansará hasta el año que viene- por mujeres de Eleizondo. Además, el encargado de medir la ermita junto con la mayordoma, fue padre la noche antes, por lo que la cita fue para él “más especial” si cabe. Vecino de Eleizondo, Intxaurraga lleva tres años midiendo la encina, algo que “para mí es un orgullo, ya que tenemos mucha estima por esta fiesta”, contaba antes de medirla. Para este zeanuritarra es importante mantener estas fiestas de las barriadas, por lo que uno de sus hijos, que este año no ha estado presente en la medición, “seguirá con la tradición porque le gusta mucho”.

Otra de las protagonistas fue la mayordoma Ainara Ipiñazar, que tras la medición destacó que “el mal tiempo no ha permitido que la encina crezca como otros años”. Esta cedió su testigo a Julen Llanos, que será el encargado de guardar las llaves de la ermita y el libro de actas, como mayordomo de este año. En este sentido, al contrario de lo que pasa con el encargado de medir la encina, este cargo “va pasando por las distintas casas de Eleizondo, por lo que cambia cada año”, concreta Urutxurtu.

Antes de la medición, los asistentes acudieron a la iglesia de Andra Mari, donde se celebró una misa que precedió a la tradicional procesión de San Valentín. Breve pero cargada de simbolismo, la comitiva que participó en la procesión llegó hasta la ermita de la Piedad, por cuyo pórtico pasaba el antiguo camino real hacia Area-tza. En este pequeño templo, donde se guarda la imagen del santo, el cura Ander Manterola bendijo el pamitxa (pan) y el bertsolari Arkaitz Estiballes cantó varios bertsos, antes de que los asistentes disfrutaran en el pórtico de Andra Mari del tradicional barauskarria, un almuerzo a base de tocino asado, pamitxa y vino.