Bilbao- El jurista inglés del siglo XVIII, Henry Fielding, intuía que casi todos los médicos tienen sus enfermedades favoritas. No parece que encaje esa sentencia en la figura de Jacinto Bátiz, un hombre que buscó la curación de las almas cuando ingresó como seminarista y se enfrascó en la curación de los cuerpos hace 40 años, cuando se coronó como médico. Ese deseo por los cuidados del cuerpo y el alma se expresan en la vida de Jacinto Bátiz, un hombre que lleva un cuarto de siglo enfrascado en una especialidad, los cuidados paliativos, donde no existen enfermedades favoritas que sanar. Todas ellas desembocan en el mismo mar, que es el morir. O al menos eso dijo el poeta.

Vista tantas veces y tan de cerca, ¿teme a la muerte?

-Más que a morir temo a cómo morir. Lo que más hace sufrir ante la muerte es la soledad. Ver morir al paciente solo hace sufrir al paciente y al profesional que le cuida. Por eso, más que a la muerte, temo a la soledad al final de la vida.

A nadie le gusta hablar de la parca, de eso no cabe duda.

-No es bueno ocultar la muerte. La sociedad actual la tapa porque la tiene miedo, porque no cree en lo que en realidad es: una etapa natural de la vida. No estamos educados para ello.

¿Qué asignatura nos falta?

-Antes se velaba en casa al muerto. Ahora, cuando se muere el aitite se manda al niño a la casa del vecino. Vemos la muerte como algo obsceno, malo.

¿Dónde le nació la vocación?

-Estudiaba en el seminario de Derio y con 17 años un grupo de seminaristas estábamos ilusionados por ir a Los Ríos, una misión de Ecuador, donde también se ofrecían servicios médicos, una forma de ayudar a los demás.

Capítulo dos: prosiga.

-Planteamos en el seminario por qué no estudiar Medicina y nos dijeron que no. Eran otros tiempos. Yo solo quería eso, ayudar al otro. Ser como Goyarrola, el médico que nos trataba de niños. Y decidí serlo.

¿No comprendió, quizás?

-Ni yo, ni otros. Nos marchamos 19 seminaristas que no lo entendimos. Yo seguía con mi vocación y quise crecer con una formación humanista, la que me habían dado en el seminario.

Me va a perdonar, pero hay médicos que mantienen esa fe, que sí creen.

-¿Creer en qué?

En Dios. Creen que son ellos.

-Ja, ja, ja. Es cierto que a veces los médicos creemos que somos dioses y los pacientes no quieren esos dioses porque saben que no lo somos. Quieren que les curemos cuando podamos y que les cuidemos siempre.

Volvamos atrás. ¿Qué ocurrió una vez ‘consagrado’ como médico?

-Cogí el maletín y me puse a ver enfermos. Pronto empecé a trabajar en el Hospital San Juan de Dios de Santurtzi. Acababan de traer un paciente en coma y me lo asignaron. Empecé a cuidarlo y descubrí que, además de prevenir y de curar, los médicos podíamos cuidar. Ese fue el embrión de la Unidad de Cuidados Paliativos de 1993.

Algunas voces críticas culpan a la tecnología de deshumanziar la medicina.

-Eso es como culpar al cuchillo del crimen. Otra cosa es que se haya deshumanizado la medicina a expensas de la tecnificación. Los médicos de hoy están más lejos del paciente, separados por el ordenador o por una máquina. Y el paciente quiere que le toques, aunque la tecnología sea necesaria, claro.

Tenga cuidado, no vaya a ser que la ciencia del siglo XXI se enfade.

-A mí la ciencia me preocupa cuando le interesa más la enfermedad que tiene una persona que la persona enferma.

Me da miedo preguntarle por las leyes que regulan las cuestiones que rodean el final de la vida.

-Yo me hago una pregunta al respecto.

Lance, venga.

-¿Por qué no hacemos una ley para eliminar el sufrimiento de la persona en lugar de eliminar a la persona que sufre?

¡Uf! ¿Cómo encajar esta idea con la eutanasia o el encarnizamiento terapéutico, por ejemplo?

-Yo las veo como dos malas prácticas médicas. No puedo pensar en provocar la muerte ni en prolongar la agonía innecesaria. Cuando llegue mi final me gustaría que me ayuden a irme, no que provoquen mi muerte ni que prolonguen mi vida de manera artificial.

¿Es partidario de decir la verdad cruda cuando se acercan los momentos fatales?

-Por deontología y por humanidad, el médico está obligado a decir siempre la verdad. Pero leí una viñeta de Perich hace ya un tiempo que me parece que lo cuenta muy bien. “Doctor, dígamelo bajito para que no me asuste”.

Aunque el mensaje sea el mismo, claro

-Claro. El concepto que yo tengo es que tenemos que hacer al otro lo que nos gustaría que nos hiciesen a nosotros.

¿Volvería hoy al seminario, quiero decir, a la Iglesia?

-El pueblo se ha ido alejando de la Iglesia porque se ha burocratizado mucho y han puesto muchas barreras. Pero los misioneros me siguen pareciendo admirables. Y en el País Vasco se apreciaron mucho a los curas obreros, tan implicados. Hoy miramos al Papa Francisco y sí, hay algo más de esperanza.

¿En qué fe predica además de la cristiana?

-Creo en un filósofo, Francesc Torralba, que nos recuerda que hay enfermedades incurables pero que todos los enfermos son curables. Cuando llega al final de su vida el paciente percibe que la ciencia no tiene respuestas y necesita más a su persona que a su médico. Sin ordenadores, hay que mirarle a los ojos, cogerle la mano todavía más y aplicar la tecnología que se pueda para eliminar el dolor.

Hablemos de otra tecnología, la del uso diario fuera de la ciencia

-Si se emplea bien me parece un recurso fantástico. Pero veo que estamos muy esclavizados, ese es el problema. Y que se pierde la relación persona a persona.

¿Mantiene la fe rojiblanca?

-Cuando fui a hacerme la foto pensé en ponerme una camisa de gemelos para lucir un par que tengo: a un puño, la bandera de Bilbao, al otro la bandera del Athletic. El Athletic y la Amatxu de Begoña, claro.

¿Usted jugó al fútbol?

-En el seminario sí, claro. De portero. Pero mucho más a pala. Y también he jugado bastante a tenis.

Entremos en la Universidad

-La UPV/EHU está haciendo cosas bien. A los alumnos de tercero les dan la posibilidad de que durante cuatro semanas esté con profesionales de distintas especialidades. Cuando vienen a la Unidad de Cuidados Paliativos les digo que quiero que conozcan la realidad.

¿Y cuándo imparte clases?

-Saben mucho de corazón, de pulmón o de cerebro pero no sé si tanto de personas. Yo les digo, estudien mucho para ser buenos médicos pero medicina no les voy a enseñar: saben más que yo. Y la parte humana te la enseña el propio paciente.

Alguna lección magistral que recuerde en ese campo

-A nadie le gusta que nos confirmen los peores augurios y hay que responder como los gallegos.

Un ejemplo, ‘sivuplé’

-Una Navidad, un paciente que estaba muy mal preguntó: llegaré a la boda de mi hijo en agosto. Le dijimos que era muy pronto para saberlo. Insistió. ¿Y a la comunión de un familiar, en mayo, ahí llegaré? Uf, todavía es pronto para saberlo. ¿Y al bautizo de mi nieto, dentro de unas semanas? A ese sí, creo que sí. Llegó justo. Sin mentirle le dimos esperanza.

¿Qué moraleja extraigo?

-Que hay que responder siempre sin cerrar puertas.