KarrantzA - El terreno que alberga desde 1995 el centro de acogida de fauna ocupaba cuarenta hectáreas “cuando perteneció al industrial Urbano Peña Chávarri”. Es decir, “el doble que las veinte hectáreas que abarca el parque actualmente”, describe Pedro Abad. El biólogo, que ha formado parte del proyecto “desde el primer día del primer año”, conoce la historia de este lugar enclavado en el barrio de Biañez. La imponente entrada de piedra con un escudo de armas, que data de los años treinta, y un palacio que acabó de construirse en 1911 mantienen viva aquella Karrantza de mansiones e indianos en el paraje donde “acogemos a 553 animales” de más de cincuenta especies.

¿Quién era Urbano Peña Chávarri?

-Un rico ingeniero de Altos Hornos, sobrino de Romualdo Chávarri.

¿El Romualdo Chávarri cuya estatua de bronce robaron hace seis años en Biañez?

-El mismo. A diferencia de él, Urbano no fue indiano y su mujer, Apolonia, también era sobrina de Romualdo, de modo que la fortuna llegó al matrimonio por ambas partes.

¿Qué papel jugó esta familia en Karrantza para que se les recuerde tanto?

-Fomentaron la llegada del tren. De hecho, el ferrocarril atraviesa Karrantza porque ellos aportaron financiación para la construir las vías a condición de que circulase por el valle. El proyecto original discurría por la costa. Y, claro, aparte del dinero me imagino que tendrían sus contactos e influencia...

Seguro que organizaban suntuosas fiestas en la casona que se encuentra dentro del parque. ¿Usted lo ha visto por dentro?

-Lo conozco, pero he de puntualizar que no entra dentro del ámbito de gestión de El Karpin. En el entresuelo había cupelas de sidra muy grandes y una sala de almacén. En la planta noble, cocina principal y pequeña, salones y despachos. En el primer piso, habitaciones de la familia y servicio. Y en el último, salón de baile, gimnasio y capilla. Urbano Peña Chávarri dejó su impronta de ingeniero en el uso del hierro y un sistema eléctrico para avisar a los criados.

A todo lujo, vamos...

-Sí, pero terminaron mudándose a Madrid y solo viajaban a Karrantza en verano, hasta que a mediados de la década de los 90 la familia vendió la finca a la Mancomunidad de las Encartaciones para acondicionar un centro que se dedicó primero a la recuperación y luego a la acogida de animales. Adecuar la finca requirió una obra bestial. En El Karpin hemos vivido un proceso lento y en momentos duro, de trabajar mucho, en el que mantenemos la ilusión por que esta iniciativa social y educativa sea todo lo que puede llegar a ser. El Karpin es el tercer recurso más visitado de Bizkaia, por detrás de los museos Guggenheim y de Bellas Artes de Bilbao. Además, estamos cerca de las iglesias de Biañez y de la cueva Pozalagua, así que se puede organizar una excursión en Karrantza.

Dice que de estos casi 25 años se queda con las historias humanas de los animales. ¿Cuál le ha marcado más?

-Posiblemente, la de los dos cachorros de león que recibimos en 2015. Alcanzó gran repercusión social por el trabajo educativo que supuso y lo desconocido que resultaba lo que sucede con los grandes felinos detrás de las pistas de los circos al final de la función. Se utiliza a los animales como elemento lucrativo y detrás hay un maltrato. Vinieron decomisados desde Valencia. Uno de ellos sufría un problema al tragar que todavía presenta con casi 200 kilos de peso.

¿Así que se mantienen al tanto de su evolución?

-Sí, los seis meses que estuvieron aquí resultaron duros y estresantes a la par que enriquecedores en lo personal. Les acompañamos al centro de Alicante donde los cuidan ahora para que el cambio fuera menos drástico y estamos en contacto. Todo esto se lo explicamos a los visitantes para que seamos conscientes de nuestra responsabilidad en el fomento del tráfico ilegal.

Se forja un vínculo especial con los animales. Por ejemplo, la pantera negra se ha acercado en cuanto le ha visto.

-Es su manera de saludar (risas). Muchos son unas crías cuando llegan al parque y pasan la vida con nosotros. Se crea una relación cercana más allá de darles la comida y cuando mueren nos apena.

Imagino que supervisar la infraestructura que se mueve alrededor de El Karpin requerirá una planificación milimétrica...

-Claro, a los animales se los alimenta todos los días. Tres cuidadores nos implicamos en las labores directas y la plantilla cuenta con once personas. Trabajar al aire libre acarrea sus ventajas e inconvenientes: hay que venir haga sol, llueva a cántaros y cuando cae una helada de miedo y llegamos de noche.

Biológo responsable del centro de acogida de fauna silvestre de Karrantza