Bilbao - Timbrazos desde el portero automático de la calle a horas intempestivas, llamadas a la puerta para preguntarle dónde está el contador de la luz o dónde pueden depositar la basura... Nieves -nombre ficticio- es vecina del Casco Viejo y ha llegado incluso a saltar del susto cuando ha notado que alguien intentaba abrirle la puerta de su casa. Ella quiere dejar claro que no está en contra de los pisos turísticos, pero sin embargo, confiesa sufrir en carne propia las molestias que supone compartir descansillo con una vivienda que cambia de inquilinos con bastante frecuencia. “Por poco me da un infarto cuando noté que alguien intentaba abrir la puerta de la calle”, relata.
Sus quebraderos de cabeza comenzaron hace unos años. “El dueño de mi piso decidió dividirlo en dos y yo compré la parte pequeña, unos 80 metros cuadrados; el resto lo arregló y desde entonces ha pasado por aquí mucha gente. La puerta de acceso está cerrada con llave y se entra a un hall en el que están las dos viviendas”, explica. Desconoce si el inmueble está o no registrado como piso turístico, pero lo que sí sabe es que el piso ha estado durante tiempo en el portal de Airbnb. “Desde Semana Santa vive una familia”, afirma. Según explica Nieves no resulta cómodo tener que ser portera en tu propia casa: “Al final terminas haciendo el trabajo que se debe ejercer desde la recepción de un hotel”. Y es que lo lógico es que el propietario de la casa se encargue de proporcionar la información al inquilino. Pero eso, en este caso, no sucede. “Cuando acceden al descansillo los inquilinos no saben si el piso que han alquilado es el derecho o el izquierdo; dónde tienen las cosas en la casa, ni dónde se deposita la basura”, asegura.
En todo este tiempo han pasado por el piso parejas, grupos de jóvenes e incluso algún artista que ha expuesto en Bilbao. “Todavía recuerdo aquellas fiestas cuando un grupo de amigos se alojó en el piso. Uno de ellos llegó más tarde. Como sus amigos no le abrían no se le ocurrió otra cosa que tocarme el timbre. El chico quiso dormir en el descansillo, pero le dije que ahí no se podía. Se pasó no sé ni cuánto tiempo tocando el timbre a los amigos hasta que finalmente le terminaron abriendo”, relata. Y prosigue: “Encima me daba pena, pero no le iba a dejar entrar en casa, ya eso habría sido el colmo”, explica. En otra ocasión, un padre de una familia dejó puesta la llave en el interior y acudió a pedir ayuda a Nieves. “Me tocó el timbre para pedirme que le dejara entrar en casa para saltar de mi balcón al suyo. Le dejé, pero aunque es un primero luego pensé en lo que habría pasado si se hubiese caído”, comenta. De nada le sirvió porque las ventanas estaban cerradas. “Tuvieron que llamar al cerrajero”.
El ruido y el olor a tabaco también es otro de los elementos que complican el día a día de Nieves y de su pareja. “Que fumen en la casa, vale, pero en el mismo descansillo?”. Por eso un día decidió colocar dos carteles; uno que anuncia la prohibición de fumar y, el otro con el lema: Silencio, aquí se echa siesta. “La gente que viene está generalmente de vacaciones, pero cuando uno está trabajando el trasiego de gente que va y viene de fiesta, a veces gritando, molesta y no se dan cuenta”. También se ha encontrado alguna vez las maletas en el descansillo. “Las dejan y se van a por la llave”. Nieves, mujer con alma de viajera, quiere dejar claro que no está en contra de los pisos turísticos, pero sí de quienes alquilan los inmuebles sin ningún control, ni licencia.