Urduliz - Hay oficios que, con el paso del tiempo y la aparición de las nuevas tecnologías, han quedado relegados a un segundo plano o cada vez son menos los profesionales que los desempeñan. El de Eugenio Masa (Urduliz, 1960) podría ser uno de ellos. Calderero-soldador “pero artesano”, -matiza-, porque cada depósito a presión que fabrica “es diferente, son hechos a medida”, detalla, “sin el empleo de máquinas industriales que producen en cadena”.
Su historia se escribe como las de antes. Un porvenir forjado a base de pico y pala o, en este caso, de soplete y mucho sacrificio. Comenzó como aprendiz un verano de 1974 y, durante más de cuatro décadas en la misma empresa, ha pasado por todos los escalafones hasta alcanzar la gerencia. “Eran otros tiempos. He sido aprendiz, oficial de primera, segunda, tercera, etc.”, relata. “No me gustaba estudiar y recuerdo que un mes de agosto me presenté en la fábrica, en contra de la voluntad de mi padre, que me decía que siguiese estudiando, pero yo quería trabajar y ganar dinero”, rememora. Así es como empezó a labrarse un futuro en la empresa Calderas Mungia, en otros tiempos denominada Vulcano Español S.A., que fue fundada en 1904.
Un histórico complejo industrial, situado en la calle Karmelo Etxegarai de Mungia, de más de 6.400 metros cuadrados, recuerda su magnitud. En concreto, a finales de los setenta contaba con una plantilla de casi un centenar de trabajadores. “La fábrica vivía una vorágine espectacular. Producíamos entre 40 y 50 calderas diarias. Era una pasada, no paraban de entrar camiones”, señala Eugenio mientras recuerda con nostalgia el esplendor de tiempos pasados.
Actualmente, Eugenio se esfuerza por sacar adelante una empresa que forma parte su vida. “Ahora estamos cuatro o cinco trabajadores, en función de la carga de trabajo. Son tiempos difíciles, hay mucha competencia, sobre todo procedente de China e Italia”, indica. “Antes de la crisis hemos tenido rachas de mucho trabajo, vendíamos depósitos por todo Euskadi, sobre todo a la empresa ABC de Eibar, y ahora atravesamos una peor racha”, explica con resignación.
Atrás quedaron aquellos tiempos de esplendor y bonanza. Para hacerse una idea, únicamente hace falta recorrer las dependencias de la fábrica. “Había carpintería, tornería, varios almacenes, un guarda que vivía en el complejo, comedor, etc.”, rememora Eugenio mientras recorre las instancias, castigadas por el paso del tiempo. “Aquí estaba el despacho del encargado del taller, el que nos vigilaba. Y aquí, en estas oficinas, una decena de delineantes dibujando. También había una sirena que cada vez que sonaba significaba el fin de la jornada laboral y salíamos escopetados para casa”, prosigue al tiempo que contempla un vetusto tarjetero y reloj para fichar con capacidad para decenas de trabajadores.
Instalaciones “Al principio la empresa estaba en Bilbao y después se trasladó a Mungia, aunque conservó una oficina allí. En 1978, los trabajadores nos quedamos la empresa en una subasta, tras dejarla el propietario, porque había todavía mucha carga de trabajo. Nos permitieron quedárnosla porque iba a ser para los trabajadores”, desvela. Así fue como una decena de socios, de los que hoy en día únicamente se mantiene él en activo, tomaron las riendas de la empresa. “Mis compañeros se han ido jubilando, pero yo tengo que seguir ganándome las alubias”, señala. “Es un oficio duro porque te obliga a hacer mucho ejercicio y moverte mucho, pero por suerte tengo salud”, apunta.
La esperanza de sacar adelante lo que un día fue trasatlántico mercantil le impulsa cada día. “Entro a las seis de la mañana y suelo estar hasta las dos, dependiendo de la carga de trabajo”, sostiene. Su día a día es muy variado, en gran medida, por los diferentes servicios que prestan. “Hacemos depósitos a presión, de agua, radiografiados, soportes, vasos de expansión, etc.”, concluye.