BILBAO. Siempre le ha “apasionado” su trabajo pero más le entusiasma poder llenar de conocimiento a los demás, algo que podrá hacer a partir de octubre en el Refugio donde asoman sus pinturas. El 7 de octubre, realizará la inauguración de su arte con una visita guiada donde dará las explicaciones pertinentes y la próxima visita guiada será el día 21, ambos días con un horario de 11.00 a 13.00 horas. Este proyecto se pretende difundir entre escolares de entre 12 a 18 años con el objetivo de que sea más amena su educación profesional. Pero esto no será todo. El propio Rober Garay se encargará de formar a los guías del refugio para que ellos también puedan transmitir lo que el propio Garay desea “hasta que las pinturas aguanten”. ¿Lo principal? Dar “iluminación” a los visitantes con la intención de reunir en la serie de rocas que afloran en el monte dibujos que trazaban hace miles de años atrás.
Para Garay es “muy emocionante” imaginar que está volviendo a reconstruir la vida que hace alrededor de 14.000 años tenían nuestros antecesores. Algo que para el es inquietante “sobre todo” porque, a su juicio, no todo el mundo es capaz de ver una imagen de un animal en una roca antes de dibujarlo. “Los que dibujamos conocemos la respuesta que tienen en un papel los rotuladores o los pinceles” a lo que prosigue que es “la respuesta que siempre se busca” porque “el papel está a tu servicio”. Pero, ¿cómo puede una persona ver un animal en una simple roca? “Muy fácil”. Consiste en ver “con otra mirada” la roca porque “tenemos referencias visuales que podemos reconocerlas” en forma de roca. “Si tiene una grieta, por ejemplo, da pie a que dibujes el cuello o la pierna de un animal, depende de la forma de la roca”, asegura este experto. De hecho, denuncia que hoy en día hay demasiada cultura audiovisual que impide que las personas se sustraigan “totalmente”. Precisamente, eso es lo que este experto bilbaino pretende hacer. “Intento sustraerme del todo y quedarme en modo primigenio recordando las formas de los animales como antaño hacían”, destaca.
De hecho, asegura que “los de antes tenían una cultura visual de animales”. Tenían “la cabeza llena” de animales, “de los que buscaban o de los que temían”, pero lo que tiene claro es que “no pensaban en otra cosa”.
Tal es su pasión con este proyecto que aún sabiendo que la lluvia puede borrar sus dibujos los retrata con mucho mimo y entusiasmo. Pero es algo que quiere también que todas las personas que visiten sus obras sepan. “Tarde o temprano las obra se irán” pero algo que sabe este pintor bilbaino es que no quiere “de ninguna manera” agredir a la naturaleza. “El estado de la roca tiene que ser siempre el natural”, admite.
Su inquietud
Pero, ¿cuál es realmente su inquietud principal al comenzar a dibujar una roca virgen? Pensar que él mismo ha sido la segunda persona, después del pintor rupestre de antaño, que se ha fijado en esa misma roca y que puede ser él mismo “el que esté pintando por segunda vez en la vida” esa roca.
“La sensación es difícil de explicar pero es maravillosa”, relata. Así mismo, admite también que “muchas veces” se encuentra con dificultades a la hora de plasmar su animal en la roca. “El autor va con su material y a la vez juega con el azar” mientras acaricia la roca con la pintura.
El pasado invierno tuvo el “gran privilegio” de asistir a una de las primeras visitas al recién descubierto panel de animales grabado desde la cueva de Atxurra. Tuvo la oportunidad de pararse frente a los dibujos de los bisontes, caballos y ciervos. De fijarse en todos y cada uno de los detalles del dibujo. En los colores y en las sombras. Y se lo grabó todos y cada uno de los detalles de la imagen en su mente. Cuenta que, siempre que visita alguna nueva cueva, después de ver las pinturas en las cavernas saca su libreta -que es parte de el porqué nunca se despega de ella- e intento ilustrar el Bisonte que estaba viendo en ella. Después coge sus materiales: el carbón, la limonita y el ocre y se pone manos a la obra. Los coloca encima de sus libretas donde tiene dibujados sus primeros bocetos. Y, cuando va a comenzar a trazarlos, moja el material en agua. “Las manos hay que tenerlas siempre sucias”, bromea. Se pone de cuclillas y se concentra. Se sumerge en sí mismo y deja volar su imaginación. Comienza a trazar y se emociona con el brillo que desprende en ese momento el ocre. “¡Mira!, es una pasada”, dice. Y sigue manchando sus manos de ocre para plasmarlo en la roca. Pero asegura que no hay ni punto de comparación entre dibujar en su libreta y trazar la forma del animal en la propia roca. “Una cosa es dibujar en libretas y otra diferente buscar en qué punto del terreno me voy a encontrar formas de rocas adecuadas para dar volúmenes a esta figura”, explica. ¿El resultado? Un bisonte de aproximadamente 30 centímetros. De hecho, asegura que no se encuentran trazados más pequeños que ese tamaño porque los materiales con los que se dibujan “básicamente” no lo permite por el grosor de los mismos. “Con un boli es muy fácil, puedes hacer un bisonte muy diminuto, pero con el carbón es imposible”, asegura.
Se entusiasma al saber que estudiantes de los colegios de Bizkaia puedan apreciar sus obras y aprender de ellas. “Es una manera de que se formen de otra forma”, explica. Por eso agradece al grupo ADES de Gernika, equipo al que pertenece y quienes descubrieron los paneles de las cuevas, por brindarle el “privilegio” de observar arte rupestre en estado virgen.