KATERYNA Kaminska lleva sólo un año y medio en Bilbao y ya domina el castellano. “Tenía que aprender rápido el idioma para buscarme la vida”, dice. Y así lo hizo. Nada más aterrizar en la capital vizcaina, procedente de Ucrania, se puso en contacto con CEAR-Euskadi (Comisión de Ayuda al Refugiado), “donde me ayudaron mucho”, y comenzó a recibir clases en Itaka Escolapios. Puso el mismo empeño en conocer la lengua que en todo lo que había hecho anteriormente en su país, que es mucho. Se licenció en Economía y Filología Rusa, lo cual le permitió “tener un buen trabajo”, que compaginaba en su ratos libres con el desarrollo de una vena artística, heredada de sus padres, que es la que ahora está explotando en Bilbao. “Las circunstancias, la guerra y la mala situación económica” de su país le hicieron tomar una decisión: huir de Ucrania. Y llegó a la capital vizcaina, de la que se enamoró a primera vista. “Estoy encantada con la gente y no me canso de decir ‘te quiero’ a esta ciudad”, confiesa. Esas buenas vibraciones, unidas a su espíritu inquieto y emprendedor, le han llevado a poner en marcha un curioso negocio. Vende ramos, centros y coronas de frutas y verduras a través de las redes sociales. Las elabora en su casa de Santutxu con productos “de calidad” que compra en varias fruterías de Bilbao. Pero además da clases de ruso y de manualidades. El día es muy largo para esta joven ucraniana de 29 años.
La primera impresión que tuvo Kateryna nada más llegar a Bilbao fue que “esta ciudad tenía alma”. También recuerda que el “aire” que respiró era distinto al de su ciudad, Kherson, y que se quedó asombrada por “el increíble paisaje de los montes” que rodean la capital vizcaina. Por todo ello sintió “algo especial desde el primer día”. De Bilbao sólo había oído hablar en la universidad. “En la Facultad de Economía estudiábamos el Efecto Bilbao, que es el ejemplo de cómo esta ciudad ha crecido mucho más rápido por el Guggenheim que París por la Torre Eifel”, cuenta. Con esa única referencia se lanzó a la aventura y se presentó en la capital vizcaina con su hijo de tres años. Confiesa que vino “con mucho miedo”, pero dice que tuvo la suerte de que “las diez primeras personas que conocí eran de mi ciudad”. Ellas le ayudaron a dar los primeros pasos. El resto fue cosa de Kateryna y del apoyo que recibió de CEAR. “Me dieron la posibilidad de aprender el idioma gratis y además, mientras yo estaba en clase, mi hijo estaba en la guardería”, dice. Así que aprovechó al máximo la oportunidad. Al mismo tiempo comenzó a buscarse la vida. Comenzó a elaborar “regalos realizados a base de conchas” que iba ofertándolas por las tiendas y ferias. No era algo nuevo para ella. Kateryna siempre se ha considerado una diseñadora, algo que mamó en su casa. “En mi familia ha habido artistas”, dice, “mi madre y mi abuela hacían unos curiosos regalos con conchas”. Así que es normal que la joven Kateryna ya “cosía juguetes” con material de desecho cuando tenía diez años. Posteriormente desarrolló esa vena artística diseñando “piezas de regalo con porcelana, cristal y otras técnicas diferentes”. Pero ha sido en Bilbao donde se le ocurrió montar Frut Art Ramo. “He creado este negocio con la idea de que sea un regalo práctico, algo que puedas regalar y luego comer”, señala. Elabora ramos de frutas y verduras de “forma personalizada” porque Kateryna parte de la teoría de que “con un regalo frutal, con un ramo de fresas se puede decir te quiero, pero sin palabras”.
Frutas Para elaborar esos regalos, Kateryna se abastece en dos “fruterías de calidad” de Bilbao, una en la calle General Concha y otra en la calle Juan de Ajuriaguerra. Su arte frutal no se limita a los ramos. También diseña coronas y centros decorativos, pero siempre con la misma filosofía, que todo se pueda comer. A la espera de poner en marcha una página web, Kateryna se da a conocer en Facebook e Instagram, así como en un canal de Youtube. También se publicita en las fruterías donde compra la materia prima. Y recientemente tomó parte en el Festival Gentes del Mundo, un bonito escaparate donde pudo dejar constancia de su arte frutal. Pero aparte de todo esto, Kateryna da clases de ruso, de manualidades “y hago cosas con porcelana para una diseñadora”. Ella dice que “está aprendiendo mucho y a la vez me dan trabajo para poder vivir”. Tiene muchos proyectos en la cabeza, pero no los quiere desvelar. Únicamente advierte que “voy a sorprender en el futuro”. Sólo sabe ella lo que vendrá después de las frutas y verduras artísticas.