Durango saca a sus herejes
ARRAZOLA, Unamuno, Arriaga, Ibarra o Aguirre. Estos son algunos de los apellidos de las cuarenta personas que la Inquisición juzgó en Durango en el año 1500. Apasionado por las historia de la herejía en el Duranguesado, el durangarra Ander Berrojalbiz ha recogido los datos más interesantes en el libro Los herejes de Amboto. Luteranos en el año 1500, escrito por él mismo. “El tema de los herejes me interesa desde hace muchos años. Fue hace un año con toda la información que tenía comencé a profundizar en la investigación”, explica el autor de la publicación.
En las 128 páginas del libro, con bibliografía y apéndices, se recogen 24 nombres de las personas juzgadas y las sentencias que sufrieron. En este sentido, once de ellas (diez mujeres y un hombre) fueron condenados a la hoguera, otras siete, aún estando muertos, se desenterraron sus cuerpos para quemarlos. Y es que un hereje no podía descansar en campo santo. Al descubrirlo se les desenterraba, se les quemaba y sus cenizas se tiraban al viento para que no estuvieran en ningún sitio”, puntualiza el autor del libro, quién añade que otros seis vecinos fueron reconciliados con diferentes penas: cárcel, multa, destierro, latigazos. “Una vez cumplida la pena se les volvía a acoger dentro de la iglesia”, puntualiza.
Aunque la mayoría eran vecinos de la villa durangarra, entre los juzgados por la Inquisición se sabe que también hubo una vecina de Urkiola y otra del valle de Arrazola. En lo que a sus profesiones se refiere, había tejedoras, pañeros, cintureros o el cuchillero Juan de Unamuno, que fue condenado a muerte. En relación a sus apellidos, tres mujeres condenadas, Muncharaz, Urquiaga y Goxencia, eran de origen noble.
Gracias al archivo municipal de Durango se ha podido profundizar en algunos de los juzgados. Es el caso de la tejedora Teresa de Aguirre. Fue quemada en la hoguera, vivía en Artekale y tributaba el mínimo, en maravedís. “Esto podía ser porque era madre soltera o había quedado viuda”, apunta Berrojalbiz.
En lo que a grandes descubrimientos se refiere, la publicación recoge cómo en 1499 el tribunal de la Inquisición se traslada a Durango. Gracias a documentos inéditos del archivo nacional se sabe que uno de los inquisidores -el tribunal solía contar con dos-, era natural de Durango. Se trataba de Martín Sánchez de Arriaga, maestro en teología y artes. “Es llamativo que un durangués juzgó a sus convecinos y vio cómo los quemaban”, apunta sorprendido su autor.
En lo que a los nombres de algunos de los condenados se refiere, han llegado hasta nuestros días gracias a una trascripción decimonónica de un documento del siglo XVI. Sin embargo, según la trascripción, el copista original, además de consignar los nombres de los acusados y la fecha de su condena, afirmaba que estos habían sido acusados de ser “luteranos”, lo cual es un anacronismo ya que “tu no podías ser luterano en el año 1500 porque el luterismo no inicio su andadura hasta el año 1516”, explica el durangarra. En esta línea, el autor del libro defiende que “algunos de estos 24, sino todos, fueron juzgados acusados de ser seguidores de los herejes de Durango, como Alonso de Mella, en el año 1440”.
SACO BENDITO Con el sambenito puesto. Así se les juzgó a algunos de los vecinos de Durango. Se trataba de la túnica de la infamia, el símbolo de la humillación pública que los condenados por herejía eran obligados a llevar. La iglesia lo empieza a utilizar en el siglo XVI para escribir el nombre y el castigo correspondiente de todos los condenados, el año y procedencia del juzgado. Una vez quemados en la hoguera, los sambenitos -viene de saco bendito- colgaban de las iglesias para infamia de los descendientes a lo largo de muchas generaciones. “Cuando esto se deterioraba lo sustituían por lienzos que se colgaban también en las iglesias”, apuntó Berrojalbiz, quién añade “que estuvieron colgados en casi todas las iglesias de la península hasta 1808. En el caso de Durango se descuelgan en 1809 cuando llegan los franceses”.
Los sambenitos tenían una última función añadida. Además de la infamia, en los siglos XVI al XVIII, al tener un antepasado condenado por la Inquisición en alguna de las dos o tres generaciones inmediatamente anteriores incapacitaba para ejercer numerosos cargos públicos. En este sentido, si se quería acceder a ellos, había que presentar expedientes de limpieza de sangre o informaciones genealógicas, para cuya realización, en muchos casos, se recurría a la comprobación de las mantas o lienzos colgados en las iglesias de las localidades de procedencia de los antepasados del investigado; éste es el origen de la expresión: tirar de la manta.
Exposición Además del libro, su autor ha creado una exposición en el museo de Durango (Los Herejes de Amboto. Anno Domini 1500), que estará abierta hasta el 31 de mayo. Para contextualizar y explicar la muestra, se ha preparado una guía de 24 páginas para ofrecer “una forma diferente de acercarse a esta historia”. Por otro lado, será el viernes, a las 19.00 horas, cuando el museo durangarra acoja la presentación del además podrán, además, adquirir en el propio espacio cultural el libro a un precio de doce euros. Asimismo, la publicación, de la editorial Pamiela, se encuentra a la venta en librerías.
Es un libro riguroso pero he intentado que sea asequible para todo el mundo. Es una historia muy lejana, pero que ha tenido su huella en la historia de Durango porque les ha pasado a vecinos que vivían en Artekale o Goienkale, les juzgaban en Andra Mari y los quemaban en Kurutziaga”, explica Berriojalbiz, quién asegura que “tengo más material sobre la Inquisición que volvió a Durango en 1508 en un contexto de caza de brujas y quiero seguir escribiendo sobre el tema”.