Camelia Zuazaga conforma la tercera generación de una saga de comerciantes de la alimentación
Su abuelo Irineo abrió un bar tienda en el desaparecido barrio Burzako de Trapagaran
Trapagaran - Tras pasar el quicio del establecimiento familiar que regenta desde hace varias décadas en Trapagaran, Camelia Zuazaga Gómez es una experiencia que retrotrae a aquellos colmados de principios de siglo -qué evocador el nombre de ultramarino- donde el granel era el rey y donde el papel de estraza, el pellejo de vino, la aceitera de manivela y el fiado semanal eran santo y seña de una actividad comercial que hoy agoniza ante la falta de relevo generacional y la cruenta lucha abierta por las grandes superficies. Heredera directa de aquella época, Camelia recuerda con orgullo aquel 8 del 8 de 1928 cuando su abuelo Pablo Gómez, natural de Barrionuevo, un castizo poblado minero situado por encima del más conocido lugar de La Reineta -a donde llega el funicular trapagarandarra- logró la licencia para abrir un bar y tienda en el cercano poblado minero de Burzako. “Mis abuelos maternos se casaron en 1927 y en 1928 lograron esa licencia que luego trasladaron a la actual ubicación de Alimentación Pablo en la calle Axular, esquina San José”, reseña esta mujer que ha perdido la esperanza de que el negocio permanezca en la familia tras su más cercana jubilación. “Antes lo atendíamos mi hermana Amelia Aurora y yo, hasta que ella lo tuvo que dejar por enfermedad. Ahora a mí me faltan pocos años para la jubilación y mi hijo y sobrinos no están por la labor de continuar con el negocio”.
Será pues dentro de unos años cuando se pondrá el punto final a esta saga de comerciantes que, si bien nace con el nombre de Pablo a finales de los años 20 del pasado siglo, puede decirse que fue una extensión de la actividad que iniciara a finales del siglo XIX el bisabuelo de Camelia.
“Mis bisabuelos Irineo y Juliana vinieron a Trapagaran desde la provincia de Burgos y se instalaron en Barrionuevo donde montaron un bar y estanco”, señala esta trapagarandarra de La Arboleda que mima con cariño un viejo reloj de pared de una extinta marca de café que adorna el pilar central de su establecimiento y “que tiene más de 80 años y aún hoy conserva una cuerda manual que dura activa una semana”, señala esta mujer a la que se puede ver en plena juventud en las fotos del mes de julio del calendario que editó este año el Ayuntamiento minero en homenaje al comercio de proximidad. “Hoy día con las grandes superficies el futuro de los pequeños establecimientos como este es más bien difícil”, asegura esta señora que tiene una prodigiosa memoria sobre el pasado comercial de su predecesores.
pioneros “Mi abuelo fue el primero que empezó a subir en furgoneta el butano a la Arboleda porque el camión venía apenas una vez al mes y mi padre subía varias bombonas para atender posibles fallas y fue el que introdujo los donuts porque obtuvo la representación de esta marca desde Trapagaran a Asturias”, rememora esta tendera tradicional de impoluta bata blanca que no duda en alardear de su buen sentido para el cálculo matemático. “Recuerdo cuando nos trajeron la primera báscula eléctrica que nosotras, mi hermana y yo, acostumbradas al cálculo de la balanza tradicional que te exigía operar con kilos y gramos con precios en céntimos y pesetas éramos más rápidas que la máquina”.
Con una decoración sobria como eran los colmados de toda la vida, Alimentación Pablo, aunque incorporó hace años elementos frigoríficos modernos, aún conserva una cámara de obra, un espacio estanco con una gran puerta metálicas así como buena parte de las estanterías originales de madera maciza y torneada con las que se abrió el actual local. “Aquí, señalando el lado derecho de la tienda, mi padre construyó una serie de cubículos donde se guardaban todo tipo de graneles como las legumbres”, recuerda Camelia quien asegura que “no sé exactamente dónde pero aun conservo algunos de los envoltorios que utilizábamos para servir los garbanzos o las alubias”. Del mismo modo entre los recuerdos de este periplo que arrancó en 1928, Camelia aun conserva algunos pares de alpargatas de las que hace años compraban unos entonces muchachos del ya cincuentenario grupo de danzas Danetarako Danok.