santa Águeda está grabado a fuego en el carácter de los barakaldarras. Es una jornada de fiesta, de mezclar la tradición con la actualidad, de alimentar recuerdos y de crear nuevas vivencias que puedan ser recordadas en el futuro. Un año más, como se viene registrando desde el siglo XVI, los barakaldarras y vecinos de otros municipios de la zona honraron a la tradición, subieron por las faldas del Arroletza hasta llegar a la ermita de Santa Águeda para disfrutar de una jornada que está marcada en rojo en el calendario de la localidad fabril.

Desde primera hora de la mañana, los caminos que, desde Gurutzeta y Kastrexana conducen hasta Santa Águeda, tuvieron una gran afluencia de personas que tenían en su horizonte el disfrutar de esta tradición que sabe a rosquillas. Grandes, pequeños, familias enteras dibujaban una serpiente multicolor cuya cabeza se situaba frente a la esculpida figura de la ermita.

Cada domingo posterior a la celebración de Santa Águeda es una jornada para disfrutar desde el inicio de la ascensión al Arroletza hasta el último paso del descenso. Gran parte de ese disfrute es gracias a las estampas que, a los lados de la carretera, ofrecían los puestos repletos de las tradicionales rosquillas y cordones de San Blas, diversas manualidades además de queso, miel y embutidos, entre otros productos. “Es un día precioso en el que te encuentras con mucha gente, subes en cuadrilla, con los amigos, la familia... Y también, siempre se compra algo, siempre se pica algo en alguno de los puestos”, señaló Charo Veiga, una de las barakaldarras que, ayer, hizo honor a esta secular tradición. Según se iba desarrollando la mañana, cada vez eran más los que se acercaban hasta la ermita y así se podía ver en las inmediaciones del templo. No cabía un alfiler, la gente disfrutaba tanto del ambiente en los exteriores de la ermita, donde la fiesta estaba asegurada entre los puestos con talo, txakoli y rosquillas, así como de la atmósfera espiritual de las misas que se oficiaron de forma especial en la mañana de ayer.

“La gente nunca falla y cumple con la tradición. Nosotros, últimamente, venimos todos los años a disfrutar del ambiente que se vive aquí. Lo mejor de todo es que se ve a mayores, niños y familias disfrutando”, señalaron Sergio y Juan Francisco, dos santurtziarras que no quisieron faltar a la cita.

Entre el gran número de personas que había en los exteriores de la ermita, de la que hay constatación de que ya existía en 1584, se podía ver a rostros conocidos como el de la alcaldesa de Barakaldo, Amaia Del Campo.

La primera edil acudió hasta Santa Águeda acompañada de miembros de su equipo de gobierno en esta primera ocasión en la que celebraba esta festividad como alcaldesa. “Sí que hace un poco más especial si cabe celebrar este día como alcaldesa. Para mí Santa Águeda es el recuerdo de subir con mis aitas. Lo más bonito de todo es ver cómo los barakaldarras siguen la tradición, se transmite de generación en generación como se está pudiendo ver. Esta tradición tiene mucho presente y futuro”, explicó Del Campo.

Encuentro con el agro La festividad de Santa Águeda no supone solo un encuentro entre Barakaldo y sus raíces, sino también un punto de encuentro con el agro vasco. Esto fue así gracias a la treintena de puestos que se instalaron para la ocasión. En plena subida o ya en el descenso desde la ermita, quien más y quien menos se acercaba, miraba, y compraba alguna cosilla. Las rosquillas y los cordones de San Blas eran los elementos estrella, pero había quien, además se dejaba seducir por otros productos.

“Además de las típicas rosquillas y los cordones, he comprado un queso Idiazabal. Este nos lo vamos a comer esta tarde para merendar”, indicó María, una barakaldarra que subió hasta Santa Águeda desde Gurutzeta con sus amigos Iker, Xabi, Markel y Sheila.

Ellos tampoco fallaron y honraron a una de las tradiciones más típicas de Barakaldo, la celebración de Santa Águeda, una cita que sabe a rosquillas y que está grabada a fuego en el sentimiento fabril.