ES verdad que optamos por la risa en muchas situaciones de la vida (incluso en las más peliagudas, esas que despiertan una risa floja o una sonrisa nerviosa...), con excepción de alguna que otra visita al dentista. El escritor Jorge Luis Borges tenía el sueño de ser valiente y aseguraba que su dentista aseguraba que no lo era. No por nada, al sillón de las clínicas dentales muchos le llaman el potro de tortura por mucho que desde hace años el dolor está extirpado de este tipo de consultas, excepción hecha, claro está, de algún que otro sacamuelas que queda suelto por ahí.

Ninguno de ellos trabaja, créanme, en la Clínica Dental Indautxu que ayer abrió sus puertas a la altura del número 36 de la calle Ercilla, con una parafarmacia en la planta baja del local. Allí trabajan cuatro dentistas en los dos gabinetes habilitados al amparo de los mayores adelantos tecnológicos al decir de Salman Al Chaarani, uno de los impulsores del proyecto y su imagen visible. El local toma el testigo de la Clínica Dental Kos que antaño ocupaba esas mismas instalaciones, con lo que se mantiene el hábito de atender los cuidados de la salud bucal.

alegres invitados Ayer no, ayer no había nerviosos visitantes que miran los tornos como a instrumentos de la Santa Inquisición y piensan que la ortodoncia era una práctica habitual en los inquietantes interrogatorios de la extinta Stasi. Todos los presentes de ayer reían a mandíbula batiente. No en vano se trataba de un asunto de celebraciones y no de intervenciones. A la cita no faltaron Itxasne Sánchez, Susana García y Ana del Río (las tres trabajan allí: bien en la parafarmacia, bien en la propia clínica...), Vicky Ausín, Lidia Martínez, Jorge Canivell, José Antonio Nielfa, ‘La Otxoa’, quien se fotografió sentado en un hergonómico sillón de dentista; Olatz Candina, Javier Hernández, Begoña Martínez, Jaime Alonso, Manuela Otero, Begoña Bilbao, Iñaki Iglesias, Agustín Odriozola y un sinfín de amigos, usuarios y curiosos que se acercaron a la puesta de largo del nuevo centro.

Fue un encuentro alegre entre los gabinetes que mañana serán, para los más temerosos, tan fúnebres como una visita al espectáculo ambulante del gabinete del doctor Caligari, la vieja película muda de terror del cineasta Robert Wiene. Hay que espantar esos fantasmas, insisto. La infraestructura de este y otros centros ofrece hoy todas las garantías del mundo. De todo cuanto les cuento pueden dar fe Pedro Hernández, Luchy Alberto Roa Peña, José Luis Marín y todos cuantos brindaron por una larga vida de este centro. Es lógico que así sea. No en vano, en tiempos de tantas puertas cerradas y persianas bajadas, es de celebrar una apertura.