Bilbao - Es inevitable que pasee por la calle y la gente la salude. “Mira es Amaia, la de Mocedades” y ella frunce el ceño. “Es como si no hubiera hecho nada más en mi vida”, replica. Ahora, con la mirada puesta en El Consorcio, la mayor de la saga Uranga hace un repaso a aquellos años de Mocedades y a las últimas dos décadas con este grupo, que acaba de anunciar su gira de despedida. Ella reconoce que está cansada del ajetreo del espectáculo, pero “jamás de la música”. Es curioso; pese a pertenecer a una de las sagas familiares más prolijas del panorama musical de todas las épocas, Amaia rehuye sin ambages de hablar de la suya. Prefiere no tocar el tema, y corta la conversación con un “no es algo de lo que me guste hablar”. Sin embargo, no tiene ningún reparo en identificarse políticamente, “soy de izquierdas”, o en criticar con lindezas a los gobernantes.
Clara, directa... reconoce que no le gustan los rodeos. Tiene esa autoridad de hermana mayor -es la primogénita de nueve hermanos- para todos los aspectos de su vida. Ríe a carcajadas cuando repasa episodios de su vida, principalmente los que tienen que ver con su “apoderado”, Emilio Santamaría; llora con la mirada cuando recuerda a aquellos que ya no están -su hermano Roberto, uno de los fundadores de Mocedades, fallecido en 2005-; pero, sobre todo, disfruta cuando habla de la vida y de la música.
Nacer en el seno de la familia Uranga y no tener oído musical... ni se concibe, ¿no?
-En Euskadi, el sentido musical y el hecho de cantar no llama la atención a nadie. Yo en Bilbao he visto a gente cantando en los bares y ahora, se ha empezado a volver a ver. No le veo yo mérito.
Hombre, discúlpeme, pero es que en su familia todo el mundo canta bien, por decirlo de alguna manera.
-Es verdad que la música aquí ha tenido una raíz importantísima y la sigue teniendo. Y eso se nota en la gente, en las familias. No solo en la mía; en la de mi cuñado Sergio, igual. Su ama era violinista y cantaban todos los hermanos. En la familia de Carlos Zubiaga, pues antzeko parecido. En casa Uranga Amezaga y en el resto de ramas de ambas familias es algo muy normal.
Reconózcame que con esas voces?
-Aita era un gran aficionado a la música y cantaba con una voz muy bonita, preciosa. Ama tenía un gusto exquisito cantando. Quiero decir que tampoco es extraño. El sentido musical y el arraigo de la música aquí es importante. No es chulería, es que es así.
Lo suyo es innato, va con sus genes, porque tengo entendido que nunca ha recibido educación musical.
-No. Empecé a estudiar con una profesora, Julita Amorrortu, nunca la olvidaré, era amiga de una tía mía. Pero nunca llegué a terminar porque me parecía aburrido, yo que sé? Eran clases de solfeo y esas cosas. Algo que sí he hecho han sido cursos para aprender a respirar y así, pero nunca clases de canto, porque cantar como lo hacían en las corales, con la voz impostada, no me gustaba.
Ya me gustaría ver una reunión de su familia o esas cenas de amigos.
- (Ríe). Cantamos todos. Voy a casa de amigos y allí también cantamos todos. O cuando nos juntamos la cuadrilla... No es que le quiera restar importancia, es que es así... natural.
¿Las siguientes generaciones Uranga también son cantarinas?
-Hay de todo. Estibaliz tiene dos hijas que componen y cantan. Una de ellas es actriz y la otra cantante. Pero a su estilo y a su manera, no tienen nada que ver con nosotros, ni quieren tenerlo. Y además me parece muy bien.
Les gustará más el estilo de la gente de su edad.
-Bueno, pero hay gente joven que se me acerca y me dice que quiere cantar como yo. Y yo les digo: no quieras hacerlo como yo, canta como tú, nunca quieras cantar como nadie. Siente la música como tú quieras.
Amaia sí siente la música, lo hace desde aquellos años jóvenes, a finales de la década de los sesenta, que junto a Izaskun y Estibaliz formó un grupo, al que más tarde se unirían Roberto Uranga, Sergio Blanco y su hermano Rafael, Jose Ipiña, Paco Panera y Javier Garai. Comenzaron llamándose Voces y guitarras, pero cuando Juan Carlos Calderón entró en sus vidas, nació Mocedades. Amaia fue uno de los pesos pesados del grupo hasta 1984. Tras dos años de descanso, comenzó una carrera en solitario que vio nacer cuatro discos, uno de ellos en euskera. Fue en 1993 cuando, en el transcurso de una cena familiar, surgió la idea de formar un nuevo grupo: El Consorcio, un quinteto (Amaia, Estibaliz, Sergio, Iñaki y Carlos Zubiaga) que ahora anuncia para 2015 su última gira por el Estado y América tras diez trabajos en el mercado.
¿Concibe una vida sin música?
-Ni lo he pensado. La música es algo completamente unido a mí. Forma parte de mi forma de ser, de mi vida.
¿Le ha saturado?
-¿La música? Jamás.
Los escenarios, entonces.
-Sí, los escenarios sí. De hecho, en 1984 dejé Mocedades porque necesitaba parar, porque estaba muy cansada del mundo del espectáculo. Pero la música ni la tomas ni la dejas, está contigo y forma parte de ti.
Está cansada.
-Estibaliz solía decir: a mí no me pueden pagar por cantar, no hay dinero para hacerlo. Me pagan por hacer maletas, por coger aviones, por meterte horas y horas en un coche... Llegar a un hotel que no siempre está en condiciones, por encontrarte con gente muy borde? por esas cosas.
¿Se ha encontrado mucho borde?
-Bueno... bordes y gente magnífica. Hay gente que da por hecho que como tú eres un personaje conocido tiene derecho a decirte y a hacer cosas por las que no paso.
¿Lo dice porque se acuerda de algún momento concreto? ¿Los recuerda?
-Pues no, no quiero hacerlo porque los borro de mi memoria por higiene mental.
Antes hablábamos del escenario, ¿impone tanto como para paralizar a un cantante?
-A mí, siempre... y me sigue imponiendo. El nudo en el estómago, el puño cerrado ahí, agarrado... el estómago se me aprieta, como si tuviese una piedra... El día que salga sin miedo quiere decir que lo tengo que dejar; el día que no me imponga, malo.
Entiende, pues, a Pastora Soler que anunció el mes pasado que se ‘baja del escenario’ por pánico escénico.
-Sí, claro que sí, pero creo que estas cosas llegan más por estrés que porque esté cansada. Yo en su momento, ya lo he dicho, dejé el escenario y el mundo del espectáculo.
Lo cierto es que solo vemos al artista actuando, pero desconocemos todo lo que se mueve por detrás de las cortinas.
-Y no debe verse. No me gusta eso de Cómo se hizo... me da rabia, porque le quita el encanto, el misterio; como cuando lo magos enseñan sus trucos. ¡Y cuidado que soy curiosa y me gusta saber cómo se hacen las cosas!
Me han dicho que es usted muy buena cocinera.
-Pues tampoco le doy más mérito aquí en Bilbao, ¡con lo que somos! Soy la mayor de nueve hermanos y he cocinado en casa mucho. Y al ser tantísimos...
¿Ha ejercido mucho de hermana mayor?
-Qué remedio. Y si hablas con los demás, te dirán: Uyyy, buena era. Los hermanos mayores nunca abandonamos ese rol, es curioso, no sé por qué, ni si es genético, pero es así. A los pequeños los hemos educado entre Izaskun y yo.
Su vida está dividida entre Madrid y Bilbao. “Soy una jodida errante”, dice. Desde la capital del Estado, Amaia reconoce que lo tiene mejor para viajar. “No sabes la de tiempo que se ahorra una”. Aunque para vivir, vivir, no tiene la menor duda: Bilbao. Aquí regresa para hacer sus cosas cotidianas, médicos, compras... “Siempre que puedo me escapo y me tiro aquí varios meses. Cuando vengo voy a la pensión de mi hermana Edurne”, comenta entre risas y guiña un ojo por si no se ha captado la broma. Con sus hermanas se pasea por el Casco Viejo y, con sus amigos, alterna o se reúne en alegres comidas y cenas. Desafortunadamente, desde hace tres años tiene que acudir a la villa con más asiduidad y no precisamente por los motivos que a ella le gustarían.
Se cayó hace tres años por una alcantarilla mal tapada.
-No, no fue una alcantarilla, fue una cata de esas que hicieron, imagino, cuando el metro. El Ayuntamiento decía que no era de ellos, el metro decía que no era de ellos... y ahí estamos, litigando.
El caso es que se hizo una buena avería.
-No es lo mismo caerte con 40 años que con sesenta largos. Se estalló mi fémur. Estuve un mes ingresada, me han operado dos veces y no sé si tendré que hacerlo una tercera.
Y esto le provoca que no pueda estar mucho tiempo de pie, por ejemplo en una actuación. (Al principio salía en silla de ruedas, después con muleta, y ahora intenta salir sin nada).
-Lo intento, pero es muy difícil porque esto duele muchísimo.
¿Y no le dijo nada Azkuna?
-Sobre el accidente, no. Pero, lo mismo se hubiera metido conmigo para bien o para mal, porque Azkuna era así. Podía ser encantador, pero si algo le parecía mal, te llamaba sinsorga. No se cortaba y me parece muy bien.
¿Y usted es de las que se cortan?
-Depende con quién. Los estamentos, me da igual que sea el ayuntamiento que el gobierno... todo lo establecido lo llevo mal.
Ya sé que tiene una vena ácrata.
-Sí, sí, es cierto. Nosotros en el grupo, tanto en Mocedades como en El Consorcio, hemos sido una democracia anárquica. Los conflictos se solucionaban votando. Y cuando alguien no se pone de acuerdo, el que mejor lo defiende pues lo consigue. De todas formas, nadie manda sobre nadie. Es una tontería pretender que alguien sea un jefe que sepa de todo; esos solo son los políticos, que son unos hijos de la gran... ¡No puedo con ellos! ¡Qué mal los llevo! Bueno, he de decir que no soy justa, porque meto a todos en el mismo saco y no es así.
Pues estará contenta por cómo van las cosas.
-Yo no soy apolítica, porque desde el momento en que dices eso ya estás haciendo política.
¿Y usted dónde se sitúa?
-¿Yo? A la izquierda (rotunda).
¿Y qué piensa de los casos de corrupción que hay en España?
-Esto es una vergüenza. Este gobierno que tenemos es de vergüenza.
Amaia toma un sorbo de café. Está cómoda hablando de los temas que le gustan. El camarero del local de la Plaza Nueva se acerca para hacerse una foto. “Es para mandársela a mi madre”, apunta con un acento que le delata. Es de Argentina. “¡Cuando le diga a mi madre que he estado con Amaia de Mocedades!”. Amable, se deja fotografiar, pero cuando retorna a la conversación...
Se le ve contrariada.
-Paradójicamente, llevo cantando más años en El Consorcio que en Mocedades. Dejé Mocedades en el 84, luego hice cuatro discos en solitario entre 1986 y 1993 y, ese año empecé en El Consorcio. Entonces... ¡es que llevo más años fuera de Mocedades que ni sé!
¿Le molesta que le sigan vinculando a Mocedades?
-Pues sí, sí me molesta. Es como si me quitasen una parte de mi vida, como si no hubiera hecho nada más. No es nada personal, pero yo he seguido mi vida. Esto es como cuando una pareja se separa y le dicen a una tú eres la mujer de fulanito; que no, que yo soy fulanita.
Lejos de olvidar, Amaia quiere sumar, hacer que su currículum no se quede en aquella etapa de la que habla sin reparos, pero a la que considera lejos en el tiempo. Aun así, reconoce que aquel Mocedades dio la campanada con algunos temas que han dejado en el olvido a sus autores y que se han convertido en un legado importantísimo para la historia de la música. La eurovisiva Eres tú (1973) se ha convertido en todo un himno que cuenta con más de setenta versiones en español, euskera, inglés, francés, italiano, danés, sueco, alemán...
Hay canciones que trascienden al autor.
-Sin duda, hay canciones que se quedan ahí y que la gente ni se acuerda de quién la ha cantado. Los chavales ahora descubren de repente a los Beatles o te dicen he oído a un tío en Youtube, un tal James Taylor, y tú dices... claro, claro.
Yo lo decía por ‘Eres tú’.
-Bueno, es un claro ejemplo.
¿Sabe que la oí en un episodio de ‘Prision Break’?
-Ah, pues seguro.
Hay otras canciones que nada más oírlas nos llevan a usted. ‘Secretaria’ es una de ellas. Usted dijo una vez hablando de esta canción que todavía quedan muchos jefes tocaculos.
-Hay muchos jefes tocaculos y muchas secretarias que, no nos engañemos...
¿Qué quiere decir?
-Me acuerdo de una de las primeras veces que cantamos la canción en un programa de televisión. La chica que estaba haciendo el programa nos echó una bronca... nos decía que qué era aquello. Bueno, pues es la vida misma. Pero el hecho de que lo cantes no quiere decir que tú seas una machista. ¿Perdona? Al revés.
¿Cómo ve la evolución de la mujer?
-Ha evolucionado mucho, pero todavía nos queda por recorrer. A mí lo que me joroba es que haya cada vez más profesionales pero que a la vez tienen que estar en casa atendiéndolo todo. Es una trampa. Pero creo que lo importante es que la mujer tenga su criterio. Rectifico, el individuo, me da igual si es hombre o mujer.
Usted, como dijo una vez, es más de me tomas o me dejas, pero no me marees.
-Jajaja. Eso es por Tómame o déjame. Claro, no me toques las narices. No me gustan los retorcimientos, de vamos por aquí o vamos por allá. A ver, dime qué quieres.
Ya se ve que tiene carácter.
-Todo el mundo dice que yo soy la jefa, pero no, yo no soy la jefa. Tengo carácter, lo que pasa es que no suelo sacarlo muchas veces, y cuando no tengo que sacarlo, lo saco. Pero, vamos, no soy mandona. Aunque hay momentos en que digo... ¡Diossss! (aprieta los dientes en un gesto de impotencia).
Y en las relaciones personales...
-Si no consigo tener una relación decente con alguien, lo dejo directamente. Y ya está, es mejor. Si lo pasas mal, por qué vas a fomentar esa relación que no conduce a nada.
Dígame la verdad. ¿Es esta la última gira de El Consorcio?
-Al menos es la de la despedida. Ya nos dicen: luego haréis como los toreros, que os crece la coleta. Pues igual sí, yo qué sé. Seguimos siendo un grupo joven de veteranos, cada vez más veteranos. Insisto en que la música no lo coges ni la dejas, siempre va contigo. Pero hay que parar el espectáculo.