Mendata, acicalada para su boda vasca
Un centenar de vecinos se retrotrajeron hasta el siglo XIX para una cita llena de nostalgia y humor
CURA, alcalde y maestra, como buen pueblo que se precie, acompañaron a la pareja de novios que, emulando a las bodas rurales del siglo XIX, celebró ayer en Mendata su boda vasca. Junto a ellos, monjas, escopeteros, padrinos y demás invitados, como los tíos de América, dieron color a una Euskal Ezkontza habitualmente sepia en nuestra imaginación.
Cerca de un centenar de vecinos de la localidad se ataviaron con los ropajes que van atesorando desde que en 2007 pusieran en marcha esta iniciativa enmarcada en las fiestas de San Miguel. “Hay algunas prendas y aparatos, como carros de niños o bicicletas, que son propiedad del Ayuntamiento y otros los dejan otras personas”, explica Idoia Mallea, cerebro de este evento.
Una de esas ropas prestadas era la que portaba la novia, Alaitz Beaskoetxea. “Es una prenda de una señora de Arteaga que guarda muchas prendas de época”, desveló. El precioso traje negro, sin embargo, no era el más apropiado para la calurosa mañana de ayer.
La contrayente estrenó función, ya que, aunque habitualmente los dos máximos protagonistas de esta ceremonia han sido parejas de casados, Alaitz y Patxi Gutiérrez no han pasado por el altar. “Supongo que nos han querido animar a hacerlo”, aventuró el novio. Su hija mayor, Maren, no estaba por la labor. “No, que luego se dan besos”, argumentó. Nikola, de 4 años, declinó opinar.
La ceremonia comenzó con retraso. Los preparativos quedaron para última hora tras una larga noche de fiesta que hizo que hasta la novia dudara si el día era más propio para una boda o para un divorcio. La comitiva se trasladó hasta Mendaturi tras un carro que, tirado por bueyes, acarreó “desde Mataporquera” -en homenaje al padre del novio- el arreo que Patxi disponía para su nueva vivienda en el caserío Menpe, propiedad de Alaitz.
Dos ceremonias Tras la boda civil, los novios e invitados volvieron a Elizalde para la ceremonia religiosa, oficiada de nuevo por Aitor, un falso cura -¡quién lo diría!- que en su sermón fue excesivamente beligerante con el novio. “¡Sólo le he deseado salud! Más que nada porque es un empleado municipal”, se defendió jocosamente el de la sotana.
La puesta de anillos tampoco supuso un trago dulce para Francisco Javier -como se empeñó machaconamente en señalar el cura-, “ateo practicante” y persona discreta. Tampoco lo fue para su hija, que trató de cerrar ojos, boca y oídos al pequeño Nikola. Como no podía ser de otra manera, la euskal ezkontza concluyó con un banquete en el que participaron 200 personas.
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