Del Amazonas a Bilbao por la pintura
Omar, que estará cuatro meses en Bilboarte, fue buscador de oro y boxeador antes que exitoso artista en Colombia
OMAR Rodríguez da Silva, más conocido por Toly en el mundo de la pintura, está cumpliendo su sueño. Cuenta que cuando era un niño y contemplaba por las noches el cielo desde el porche de la casa de su abuela, le pidió a una estrella un deseo: "Andar por todo el mundo". Pues ahora está en Bilbao. Ha venido a aprender y a mostrar su obra, que refleja sus fuertes raíces del Amazonas, donde nació y se refugia siempre que puede. Pero Omar tiene su historia. Él dice que ha pasado "algunas odiseas". Y no exagera. Su trayectoria vital ha estado marcada por la aventura hasta convertirse en un reconocido pintor en Colombia. Tanto es así que en 2010 el Congreso le condecoró con la medalla de la orden de Dignidad y Patria.
Toly, "que así me pondrán en la tumba cuando me llame papá Dios", nació hace 47 años en Leticia, la capital del departamento del Amazonas. "Es una ciudad donde la mitad de una calle es Brasil y la otra mitad, Colombia", explica, "y si cruzas el río estás en Perú". A pesar de esa intersección de fronteras, advierte que "salvo cuando hay partidos de fútbol, todos somos una gran familia, la del Amazonas". Así que Toly se crió entre gaucamayos y pirañas. La selva ha sido siempre su hábitat natural y la de sus antepasados. Eso hace que proclame con orgullo que forma parte del "clan de los jaguares, de la etnia ticuna".
Criado en una familia humilde, cuando estaba en cuarto de Bachiller decidió irse de casa en busca de aventuras. "Me fui para las minas", dice. Pero no a una minas cualquiera. Guiado por la "fiebre del oro" se fue con apenas 14 años a las minas de Taraira, en el departamento de Vaupés, en busca del dinero y la gloria. "Aquello sí que fue una odisea", afirma Toly. ¿Se hizo rico? "No, pero saqué para sobrevivir y para estudiar", contesta. "¿Para estudiar? "Sí, porque encontré una veta, pero como no podía explotarla porque necesitaba dinamita, hice un trueque con un grupo de personas por el que les cedía la veta y ellos me mandaban a un internado a terminar el Bachiller".
Gracias a ese pacto, inédito en el mundo de los negocios del oro, Toly abandonó las minas. Atrás quedaban tres años, "los más duros de mi vida", dice, donde lo más importante era sobrevivir al hambre, a los picotazos de algún mosquito asesino o a los golpes de un buscador de oro avaricioso. Aunque él sabía defenderse. De la misma forma que había sido un niño precoz en la pintura, también demostró desde pequeño ser habilidoso con los puños. "Siempre me gustó el boxeo", confiesa, "incluso en las minas organizaba veladas". Y el boxeo, precisamente, le abrió muchas puertas en Bogotá, donde se trasladó para buscarse la vida una vez cumplida la mayoría de edad.
Lo primero que hizo en la capital colombiana fue ir al gimnasio donde se entrenaban los boxeadores profesionales. Y allí se hizo un hueco en muy poco tiempo. Captaron enseguida sus aptitudes, lo que le valió la inclusión en la selección nacional de boxeo de Colombia. Así estuvo tres años, viajando y peleando por todo el país, hasta que un día el entrenador le dijo que tenía que elegir: o el boxeo o el trabajo, que entonces desempeñaba como recepcionista en una fábrica. Se decantó por el trabajo. Pero tampoco duró mucho. "Aguanté cuatro años más", dice. Lo dejó definitivamente después de hacer la siguiente reflexión: "Tengo el poder en mis manos; Dios me dio el don de la pintura".
PIntura Así que cogió los lienzos y los pinceles y se fue a las calles centrales de Bogotá "donde se sentaban los dibujantes". Empezó a plasmar lo que le salía del alma. "Mi pintura", dice Toly, "está hecha para reivindicar y proteger el medio ambiente del Amazonas, que está en peligra". Por eso, en su cuadros salen esos guacamayos que él veía enjaulados antes de ser vendidos a caprichosos de la selva. Pero no fue la imagen de un guacamayo el que le abrió las puertas del triunfo artístico. El cuadro de un rejoneador le dio el pasaporte para poder sobrevivir de la pintura. Un policía, el jefe de seguridad del Congreso, se fijó en la obra y le ayudó a vendérsela a un torero español que entonces estaba de gira en Colombia. Y en el Congreso fue donde hizo su primera exposición el año 2008. A partir de ahí, todo fue rodado. Una segunda muestra, dos años después en el mismo escenario, acabó por consolidar la carrera profesional de Toly como artista. "Ahora puedo decir que vivo de la pintura", afirma. Atrás quedan los años de sufrimiento en las minas, en los rings, en las fábricas y en las calles de Bogotá.
Desde hace una semana se encuentra en la capital vizcaina para participar como "artista invitado" en BilbaoArte. Quiere progresar y a su vez transmitir "el encanto, la belleza, el embrujo, la tranquilidad, la paz y la armonía del Amazonas". Allí volverá dentro de cuatro meses, pero antes quiere empaparse de Bilbao, que, por lo que ha visto, le parece "la sucursal del cielo". "Es muy bonita, está muy organizada", dice, "y lo que más me ha gustado es la combinación que tienen ustedes en la ciudad entre la arquitectura y la escultura". Porque Toly también es escultor. Un artista forjado en oro.
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