Juan Carlos, un vinatero letrado en Portugalete
Juan Carlos prefirió seguir con la Bodega Riojana que heredó de su padre que ejercer de abogado
Bilbao
EL padre y el tío de Juan Carlos eran riojanos, de Berceo, un ilustre pueblo ubicado en el histórico valle de San Millán de la Cogolla. Por eso, cuando en 1957 decidieron abrir un negocio de venta de vino a granel en Portugalete, en la calle popularmente conocida como Cuesta de las Maderas, tenían claro que el nombre de la tienda debía hacer honor a su origen. No se complicaron mucho la cabeza. Lo bautizaron Bodega Riojana. Sin embargo, los portugalujos comenzaron a llamarlo desde un principio La Alhóndiga, según cuenta el propio Juan Carlos, que actualmente sigue al frente del negocio. "No sé hasta cuándo aguantaré", dice, "porque cada vez se vende menos vino". Pero Juan Carlos aguanta. Se mantiene gracias a la fidelidad de unos clientes, ya mayores, que les gusta el vino peleón, y a su empeño por mantener viva "la originalidad" de un comercio tradicional. Confiesa que sigue detrás del mostrador "porque me gusta y porque he luchado para mantenerlo". Es verdad. Juan Carlos podría haber elegido otro camino si hubiese querido. En su día renunció a un contrato de trabajo como abogado en Osakidetza, ya que es licenciado en Derecho. Prefirió seguir la tradición y la esencia de un negocio en vías de extinción.
Juan Carlos se inició muy joven en la venta de vino. "A los nueve años ya ayudada a mi padre los sábados por la mañana", recuerda. Y es lo que más rabia le daba "porque no podía ir con mis amigos a los partidos de fútbol", dice. "Ya se sabe que los hijos de los autónomos teníamos que estar en los negocios de los padres", sentencia. Pero eso no le hizo abandonar los estudios, como muchos jóvenes hacían en su época y en sus circunstancias. Ni siquiera cuando su padre murió a los 59 años, que le pilló en plena carrera. A pesar de tener que compaginar estudio y trabajo, tanto él como su hermano acabaron Derecho. Su hermano opositó y se colocó en la Administración. Juan Carlos, aunque también opositó y llegó a entrar en una bolsa de trabajo a través de la cual luego le llamarían, decidió seguir en la Bodega Riojana. "Me gustaba", dice, "porque aquí estaba libre, yo decidía todo, el horario, las compras?y si hubiera aceptado otro trabajo no se cómo me hubiese adaptado a tener un jefe".
Ventas
Así que siguió detrás del mostrador vendiendo vino cosechero que le llegaba en camiones cisterna desde La Rioja. "Entonces sí que se vendía", recuerda con nostalgia. Se refiere a hace más de 26 años, "cuando se necesitaban varias personas para repartir los pedidos por los bares". Desde entonces ha llovido mucho en Portugalete. Juan Carlos ha visto cómo ha ido disminuyendo progresivamente la venta de vino a granel. "Ahora se habla mucho de vino, pero no se consume", dice. Esa es su teoría, acreditada por las cuentas de su negocio. "La gente ahora bebe cerveza, cocacolas y kases en las comidas", asegura, "olvidándose del vino de mesa". Él vende vino con precios que oscilan entre 1,55 euros el litro, el más barato, hasta un reserva embotellado de algo más de 7 euros. Entre los vinos a granel destacan el cosechero tinto, rosado, amontillado, cordovín, vermouth...y en licores, que también despacha, se lleva la palma el pacharán y el anís para elaborar pacharanes caseros. En las estanterías también se pueden ver algunos productos envasados como aceitunas o pimientos del piquillo. "Pero eso vendo muy poco", aclara. Lo que sí logra vender de vez en cuando son unas botas de vino que decoran y dan un aire más bodeguero al establecimiento. Están hechas artesanalmente en Oña (Burgos). "Las botas", señala Juan Carlos, "las compran los aficionados al Athletic para llevarlas al campo y los suramericanos como recuerdo para llevar a su país; también las vendo a los turistas que se acercan para ver el Puente".
Lo que no ha variado en los últimos años es el perfil del cliente de la Bodega Riojana. "Son gente mayor que han estado acostumbrados a beber vino a granel", dice. Es consciente, por tanto, de que no hay relevo generacional. Ya es historia cuando los jóvenes se acercaban hasta su pequeño comercio a comprar vino para hacer kalimotxo. "Pero eso también pasó", dice. Ahora solo entran en la tienda los más viejos del lugar. Así que son muchos los que le preguntan cómo puede mantener el negocio. Y Juan Carlos tiene una respuesta muy clara: "No tengo vicios y no gasto más de lo que ingreso, así que mientras uno no se pase, se puede vivir".
Propiedad
De todas formas, también confiesa que otra de las claves es que su compañera tiene un trabajo estable y que la lonja es propiedad suya. "Si tuviera que pagar un alquiler no sacaría nada", afirma. Tampoco se plantea el futuro en caso que se vea abocado al cierre. "No le doy más vueltas, no sé lo que pasará dentro de un año, ya me buscaré la vida" afirma seguro de sí mismo. Una seguridad que se vio tambalear hace unos años cuando estuvo a punto de bajar la persiana. "Me hicieron la vida imposible desde las instituciones", cuenta Juan Carlos. Se refiere a los problemas que tuvo cuando reurbanizaron la Cuesta de las Maderas, que, al poner los bolardos, el camión cisterna que le suministraba el vino no podía aparcar delante de la tienda. "Me faltó muy poco para cerrar porque todo eran problemas", señala. Pero encontró a un distribuidor de la hostelería que le podía garantizar el suministro de vino. Así que se quedó. Y al de un mes de solucionar el problema le llegó la oferta de trabajo de Osakidetza, un contrato relevo por cinco años. "Dije que no y nadie lo entendió muy bien, pero decidí seguir por todo lo que había luchado por mantener la Bodega".
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