Los hay de café, de papel o de pimienta; también es un tipo de cerradura, una guarnición que se usaba antiguamente en los vestidos, una revista de tintes políticos e incluso una postura, ¡ejem!, del Kamasutra. Y entre todas esas acepciones, en el lexicón bilbaino El Molinillo es, también, un lugar de peregrinación, un santuario matahambres que se sitúa a la altura del número 5 de la calle Ledesma, donde ha labrado su leyenda. Sus mediodías de Aste Nagusia acaban de madrugada...

El local nació hace 32 años, heredero de una degustación de café pequeñita, y desde entonces se ha labrado una bien ganada fama, hasta el punto de que la clientela le llueve de media Europa. Un día cualquiera, Rosa hace balance. "Hace quince días estuvieron diez o doce alemanes y han reservado para cuarenta en enero. Mira, mira: una felicitación desde Holanda ¿Y esta...? ¡de París!"

Rosa no disimula su orgullo que se agranda a la voz de los parroquianos. "Más de uno me ha dicho que funciona mejor que la oficina de Información y Turismo y que el alcalde debiera darme un sueldo", pregona la mujer que puso en pie este local que se celebra como uno de los grandes de la villa. La barra retumba cada mediodía, cuando una legión de hambrientos sacia sus apetencias.

¿Con qué? El catálogo es deslumbrante pero hay quijotes inalterables, clásicos del local que les acompañan desde hace 32 años (y que hacen ver al Molinillo como a un gigante...) sin que eso quiera decir, ¡válgame Dios!, que estén preparados desde entonces. Aunque eso hubiese sido un imposible, claro, porque la trufa de queso crocante, una bola de queso roquefort y almendras, goza de fama mundial en el start system de los pintxos de Bilbao, un Hollywood en cuestiones culinarias.

Tantos años dan de sí, claro está. Rosa recuerda, sin ir más lejos, "aquel día en que entró un grupo de ocho catalanes. Yo no tengo nada en contra de ellos, créame, pero pidieron tres tónicas en ocho vasos y recuerdo que pensé ¡a ver si va a ser verdad la fama!" Sabe que no, "por que tal vez sea verdad que la gente mira algo más las cosas, pero no falta la alegría a la hora de gastar. Es una angustia oír a tanta gente quejándose aunque lo entienda...".

Una reciente reforma del local ha dibujado en el frontal el sky line de Bilbao en blanco y negro: Allí se perfilan las siluetas del Guggenheim, de la Torre Iberdrola, de buena parte del paseo de Abandoibarra. Antaño había una hermosa colección de molinillos de café antiguos, pero el bulldozer de la modernidad los ha arrinconado en el baúl de los recuerdos. Los bocadillos de bonito con alegrías, los clásicos huevos con mayonesa y langostinos, los hongos y foies, las mil y un tortillas, las tostas con jamón y la que este año está siendo una de las reinas de la barra: la tosta de bonito con cebolla confitada.

¿Reforma, les dije antes...? En una pared encalada de ladrillo vista se recorta una silueta de mujer, con una leyenda a sus pies: Alma de Rosa. Rubén, el hijo de Rosa, aún se ríe cuando recuerda la historia. "Vino mi madre y la armó...". Interrumpe ella. "Cuéntalo, cuéntalo. Les dije que no tenían gusto para decorar. Que ahí tenía que ir un reloj precioso que nos acompaña desde hace unos años y eso parecía un monigote...". Acercándose a la imagen, Rosa percibió el homenaje: era una silueta suya serigrafiada, hecha a raíz de una fotografía que le fue tomada en la cena homenaje a otro de los grandes de la hostelería bilbaina, Dioni Lasa, virrey del Monterrey, una de las cafeterías con más renombre de la villa. Desde entonces, la imagen se mantiene en ese lugar privilegiado de la casa como vigía.

Nombrar El Molinillo asociado a la calle Ledesma es invocar a las músicas de Aste Nagusia. No por nada el local se ha convertido en la gran discoteca urbana. ¿Qué diría de esos sonidos el bueno de Nicolás...? Nicolás Ledesma nació el 9 de julio de 1791 en Grisel (Zaragoza). Tras ocupar las plazas de organista y maestro de capilla de la Colegiata de Borja, de Tafalla (Navarra) y Calatayud (Zaragoza), en 1830 ganó por oposición la plaza de organista de la iglesia de Santiago de Bilbao, ciudad en la que se estableció para el resto de su vida con tal predicamento que la villa le dedicó una calle y le reconoció como bilbaino de honor, pese a las estrecheces económicas con las que vivió sus últimos años. No suena ya por su calle su entonces reconocida Stabat mater pero a buen seguro que el hombre, tan implicado en la ciudad, hubiese movido el esqueleto.

Despierto de este regodeo histórico con una voz que chista: "Diga usted que es la calle de los treinta". Dicho queda, porque Rosa asiente con la cabeza. "Aquí viene la gente a alimentarse y divertirse con tranquilidad. En más de treinta años de Aste Nagusia jamás hemos tenido un incidente grave. Hasta los fuegos artificiales, la gente asalta la barra. Y a partir de entonces, comienza la música y la cerveza emprende su carrera loca de mano en mano. Quienes la han probado hablan maravillas de la combinación de esa diosa nibelunga, la música del tiempo y la alegría de vivir de esos días.

jon mujika