La voz de los editores de El gallo de oro -más en concreto de uno de ellos, Beñat Arginzoniz...- dio en el clavo sobre lo que hoy supone el mundo editorial: una bonita forma de perder dinero. Quizás por ello, porque no aspiran a enriquecerse con el poder de la palabra escrita, Beñat, junto a Juan Manuel Uria, ha apostado por el mundo zen que habita en la escritura de Rafael Redondo. Cuentan con un año de vida y aún subsisten libres de vicios y cadenas, dándole a su imprenta el alimento que sacia su espíritu. Disfrutan, permítanme decirlo en bruto, como un cochino jabalí en el lodazal.

Ayer, sin ir más lejos, presentaron en sociedad la última obra, Magníficat, de Rafael, nacida "en los amaneceres. Tenía un baúl lleno de escritos y han sido sensibles para recogerlos en un libro", confesaba ayer el autor en el centro cívico de Barrainkua. El título nace, supongo, de un cántico y una oración católica proveniente del evangelio de Lucas que reproduce las palabras que, según este evangelista, María, madre de Jesús, dirige a Dios en ocasión de su visita a su prima Isabel, esposa del sacerdote Zacarías. Isabel llevaba en su seno a Juan el Bautista.

La presentación de la obra tuvo padrinos de altura. Así, la novelista Carmen Torres Ripa, el músico Gontzal Mendibil y la psicopedagoga Iratxe Molinuevo fueron los encargados de ponerle ritmo, armonía y cordura a la presentación. A la misma acudieron, entre otros, la escritora navarra Inma Roiz, Mari Carmen Bolumburu, Mari Sol Soto, Mari Sol Zarzosa, Vicente Zaballa, José Luis Agirre, Aitor Etxebarria, Miguel Ángel Bosco, Isabel Mendizabal, Javier Olabarria, Aitor Gandarias, Iñaki Bengoa, María Luisa Ortiz, Inés Ugarte, Juan Carlos Martínez, Alonso González, el prologuista Vicente Gallego y un buen número de gente atraída por la escritura y el pensamiento, por ese mundo espiritual que respira la escritura de Rafael, una literatura que sube y baja como si fuese el pecho de un animal recostado en pleno descanso. Leer a Rafael es un antídoto contra las prisas de hoy en día.