En un estudio reciente, un grupo de científicos anuncia que beber es bueno para el hígado. ¿Científicos, he dicho? ¡Perdón!, quise decir irlandeses. Ellos conocen, mejor que nadie, si se considera que los vascos guardan cierto parentesco, las virtudes de un bar, de la clásica taberna. Es allí, en los bares, donde se sirven amistades, se descorchan las tristezas, nacen amores y mueren las penas (o viceversa...); es en la barra de la longitud de dos hombres tumbados donde se arregla el mundo o se estropea una amistad para siempre. Quiere decirse que un bar es, para nosotros, el ágora clásico de los griegos: la plaza donde se celebraba la vida pública en la antigüedad.
Viene al caso este recorrido sentimental -y sobrio, corro a apuntarlo...- por el alma de las tabernas ahora que todo un clásico de Basauri, el legendario Bizkargi, acaba de reabrir sus puertas de regreso de un viaje en la máquina del tiempo. No se recuerda con exactitud el día en que nació, pero algunas voces que ayer acudieron a su enésimo bautismo hablan de más de medio siglo de vida. Es una virtud de los bares buenos: perduran junto a nosotros y perviven en la memoria.
Hoy el Bizkargi está en manos de Iñigo Cubero, impulsor de una increíble transformación: el salto hacia el futuro que ha pegado la tradición. La hostelería, con olfato de perro sabueso, intuye que el viejo mundo del poteo diario va agotándose, sin feligreses dispuestos a inmortalizar la legendaria senda de los elefantes o a convertirse en tenores tintos, blancos y rosados. Hoy el bar se vive de otra manera e Iñigo lo ha visto claro. Tan es así, que el nuevo Bizkargi cuenta con mil y un adelantos. Seis televisores ilustran las consumiciones de los parroquianos y una banda de iPads cuelgan de la pared como murciélagos electrónicos para que los visitantes puedan consultar el Marca (es un periódico de bares, no lo nieguen...) o el que uno quiera vía on line. Los pintxos se servirán calientes, recién hechos como el pan de madrugada. Las copas, dicen, quitan el hipo.
De todo ello hubo noticia ayer, en el día de la reinauguración, ilustrada por un aurresku interpretado por los hombres y mujeres de Danbolin Txistulari Elkartea. Al oírlos, Iñigo se emocionó. Él es txistulari vocacional. Y junto a él, la emoción corrió entre los presentes, desde el escultor Jesús Lizaso hasta los pelotaris Mikel Urrutikoetxea y Pablo Berasaluze, pasando por Andoni Rekagorri, Juan Elejalde, Juan Carlos Txirapozu, Txili, el mago Taylor, Agustín Gainza, hijo del mítico Piru; Juan Umaran, Piru; el cantante Urko, Rosi Castaneira, Nahia Egaña, Nerea Collado, Irene Bastida, Uxue Bengoetxea, Leire Txirapozu, el doctor José Luis Neyro, Joseba Beltrán, Julen Iturriaga, Juanma Alonso, Lander Etxebarria, Ibon Ortiz y medio pueblo de Basauri que acudió al renacer de uno de los suyos.