Ondarroa
Ayer se cumplió el bicentenario de la quema de Donostia por parte de los soldados ingleses y portugueses, aliados contra las tropas francesas de Napoleón. Una masacre en toda regla, con cerca de 1.500 civiles asesinados y la destrucción del 90% de los edificios, aunque no fue la única ciudad que pagó un alto precio por la lucha entre Francia e Inglaterra por conseguir la supremacía en el continente europeo. Tampoco fue la única ni la primera en Euskal Herria en registrar una cruel acción de ese tipo, de hecho, casi treinta años antes, durante la Guerra de Convención, fue Ondarroa la localidad que pereció pasto de las llamas, en este caso provocadas por las tropas francesas el 30 de agosto de 1794.
Existen diversas teorías sobre el motivo del feroz ataque a la localidad vizcaina, que por aquel entonces tenía aproximadamente 1.300 habitantes, con el denominador común de que podría tratarse de una acción ejemplificadora. Lo más probable es que fuera para hacer ver al Señorío de Vizcaya qué les podría ocurrir a quienes se opusieran al avance francés por la costa, como lo indica el hecho de que también incendiaran Eibar, Berriatua -12 casas- y Ermua -76 casas-.
Sin embargo, también hay quien apunta a un hecho puntual que pudo despertar la ira de los soldados invasores. Los franceses habían alcanzado Deba en su intento de dominar la costa cantábrica tras tomar Bera y Biriatu, primero, y Hondarribia, Tolosa y Donostia, después. El Señorío de Vizcaya previó el inminente ataque y, a falta de un ejército regular para hacerles frente, formó milicias a base de "voluntarios-forzosos".
Uno de esos grupos, formado por hombres de Busturia, Ziortza, Ereño, Gerrikaitz, Nabarniz, Murelaga, Arbazegi, Amoroto y Gizaburuaga se instaló en las inmediaciones de Ondarroa para su defensa y, conscientes de que era intención de los galos prohibir el comercio y provocar el hambre, y a sabiendas de que los franceses disponían de trigo en Deba, no vieron otra opción. "Se acercaron hasta allí y además de trigo robaron algunas armas y volvieron orgullosos a Ondarroa. Pero las cosas no iban a quedar así", recoge Javier Arrieta, integrante del grupo local Arranondo. Dos bergantines también pudieron formar parte del botín que se llevaron los vizcainos armados. "También dicen que robaron cognac y lo escondieron en Errenteria", apunta Salvador Ariztondo, estudioso ondarroarra.
Sería hacia el 24 de agosto cuando se produjo la valiente acción, pero tras superar el día 28 algunas escaramuzas en Kalamendi, las tropas francesas, unos 700 soldados, entraron en Ondarroa desde Errenteria, a través de Kaleandi, y perpetraron robos, violaciones, muertes y una veintena de detenciones -diez de los cuales murieron en cárceles francesas-.
Venganza "No se produjo ningún enfrentamiento, pues se ordenó la retirada hacia Lekeitio por Mendexa para evitar quedar cercados en Ondarroa", explica Ariztondo, apoyándose en documentos recogidos por el escritor Augustin Zubikarai. Sin embargo, presos de su sed de venganza, el día 30 quemaron el pueblo antes de marcharse. "No era una decisión estratégica para la guerra, como lo demuestra el hecho de que no siguieron avanzando, sino que retrocedieron a Deba", analiza el archivero ondarroarra. Por si fuera poco, y pese al caos y la destrucción que dejaban en Ondarroa, "los franceses se llevaron con ellos al médico de la localidad, ya que en Donostia estaban afectados por el tifus", apunta Javier Arrieta.
Tras la vil acción, tan solo las iglesias de Andra Mari y de la Antigua quedaron intactas, el resto, contabilizado en 103 edificios, fue pasto de las llamas o sufrió graves daños facilitado por la proximidad entre las viviendas de las estrechas calles de pescadores. No se salvaron las casas-torre de Likona, Apallu y Goitiniz, aunque su estructura de piedra les sirvió para ser reconstruidas y perdurar hasta hoy en día.
Según el testimonio elevado por los cinco sacerdotes de la parroquia semanas después, se salvaron cinco casas y la mayoría de la población se refugió en las poblaciones más cercanas. Otros testimonios hablan de que la población que no pudo hacer uso de sus casas se refugió en las iglesias.
El escritor Zubikarai recogió en su día varios documentos en los que, dos meses después, se daba cuenta de los daños de cada vivienda y el uso que tenía en el momento del ataque. "La casa llamada Estakona: El propietario Tomás Urkiaga y Joaquina Urrestieta, su mujer, refieren que, antes de la entrada de los franceses, esta casa tenía un alquiler de 17 ducados; una parte estaba alquilada a Bartolomé Aramaio y su familia por 10 ducados y la otra a Juan Arkotxa y su mujer, por 7 ducados. Cuando la incendiaron los franceses, una parte no se quemó, pero quedó inhabitable y los arrendatarios se marcharon. Ha hecho unos arreglos pero, a pesar de ser pequeña, no ha podido terminarlos", cita.
Fin de la guerra En julio de 1795, tras descansar -como lo hacían habitualmente- durante el invierno, los franceses llegaron hasta Bilbao y el día 22 se firmó la Paz de Basilea, que supuso el reconocimiento por la monarquía española de la República Francesa y el fin de la guerra. El rápido restablecimiento de la paz propició que los ondarroarras pronto se pusieran manos a la obra en la recuperación de su villa. Para ello contaron con el apoyo de la Diputación vizcaina que, además de eximir del pago de tributos a los afectados, recaudó ayudas para la reconstrucción de la villa costera -también se hizo con Ermua-. "Al existir el fuero, no hubo ayudas de la monarquía española, pero es que se cuidaba mucho de que no se inmiscuyera en esos asuntos", aclara Ariztondo.
Según datos de 1796, en esos momentos se estaban reconstruyendo 12 edificios en Kaleandi, nueve en Erribera, seis en Goikokale y tres en Iparkale. Un total de 30 edificaciones que sentaron las bases para la recuperación de una localidad que bulle de actividad 219 años después de haber sido devastada pero no aniquilada.