Se apagó la luz y se encendió el mundo. No un mundo cualquiera, claro. Un planeta único nacido del big bang de la imaginación, cuyos habitantes son seres fantásticos, casi sobrehumanos, que provocan, cada minuto, un más difícil todavía, todo ello espolvoreado con los polvos mágicos del humor de un fabuloso grupo de payasos. De la acrobacia a la carcajada, la estela que deja lo vivido ayer en Bilbao resplandece. Envuelto en ese halo íntimo que engrandece los mejores espectáculos, Kooza, la última creación del Circo del Sol, nacida del ingenio de David Shiner y André Simard, llega a Bilbao para no irse jamás, para no marcharse nunca de la memoria de quienes lo presencien.
Bajo la Grand Chapiteau, la galaxia que cobija una constelación de estrellas como no ha habido otra en la larga historia del circo, todo empezó cuando se abrió una caja. No una caja cualquiera sino esa que destapa el joven Innocent, quien intentaba volar su cometa cuando un apresurado cartero dejó allí un abultado paquete. Tras mucho vacilar, se decide y abre la caja. Entonces empieza la magia. Desde entonces ya nada es igual.
En realidad Kooza cuenta la historia de Innocent, un joven que a través de la magia del burlón genio Trickster es transportado a un mundo de fantasía que Innocent descubrirá con asombro y fascinación número a número. Pero cuando este toma la varita de Trickster, ese universo se ensombrece, aun sin permitir que la magia se desvanezca. Todo es una sucesión de magos, varitas, reyes y príncipes. Lo cuentan, además, con contorsionismos insólitos, equilibrios que quitan la respiración -verle a un funambulista en el alambre saltar por encima de otro sin perder el equilibrio asombró de veras...-, trapecistas que vuelan, números de baile, trucos de magia y hasta una rueda de la muerte que entrecorta la respiración del más pintado.
Ya está contado hasta donde se puede. La historia está repleta de luminosos detalles, de imágenes que no olvidarán quienes ayer acudieron a la cita. Entre ellos se encontraban Josune Ariztondo, Antonio Basagoiti, el cineasta Pedro Olea, acompañado por Carmen Erdoiza, el alcalde de Gasteiz, Javier Maroto; Josean Martínez Alija, el pianista Joaquín Achúcarro, acompañado por Emma Jiménez; Enrique Thate, quien se fotografió con dos clowns amigos, Joerg Scheguel y Gerry Regitschng, acompañado por sus hijos Ibone, Jon y Ane, además de los jóvenes Iñigo Soto y Maite Gutiérrez; Ibon Areso, Marta Ajuria, Sabin Anuzita, Jon Aldeiturriaga, Xabier Olmo, José Antonio Nielfa, La Otxoa; y un sinfín de gente asombrada.
A la cita no faltaron Bakartzo Tejeria, Iñaki Anasagasti, Ignacio Casado; los jugadores del Athletic Aritz Aduriz, Fernando Amorebieta, Markel Susaeta, Igor Martínez, Jonás Ramalho, Iñigo Pérez, Ander Herrera, Raúl Fernández, Gaizka Toquero, Borja Ekiza, Carlos Gurpegi, Mikel San José o Gorka Iraizoz entre otros; Natxo de Felipe, Gurutze Beitia; el Ararteko Iñigo Lamarca, el exrector de la Universidad de Deusto, Jaime Oráa; Jon Ciriero, Jon Ortuzar, Carmelo Lezana, el artista Mikel Jauregi, Luis Pacheco, Gonzalo Olabarria, Cristina Bañales, Iratxe Madariaga, Arturo Trueba, Enrique Martínez, Carmen Thate, Unai Aizpuru, Juan Mari Arzak, Xabier Mendizabal, Itxaso González, Yolanda Aberasturi, Alberto González, Arantza San Andrés y así un sinfín de gente boquiabierta y asombrada. Tanto que cuando ya creían haberlo visto todo tras la rueda de la muerte, aparecieron aquellos saltos mortales, en los que los acróbatas calzaban unos zancos tremebundos para dar mortales de máxima dificultad, y les dejaron sobrecogidos.