LA de ayer no fue tarde de tacón, brindis, premios y cortes de cinta en la villa. Ayer fue el turno de la palabra. De charlas, conferencias y coloquios; de conversaciones al abrigo de los libros y del discurso que se lanza al aire o que se plasma negro sobre blanco en las páginas crujientes de los libros. De vez en cuando, la ciudad se da un respiro y hace un paréntesis de saraos y celebraciones para dejarse mecer por la cadencia reposada y profunda de las letras que despiertan al anochecer, de la literatura y de la cultura que se bebe a sorbos tranquilos.

Y en el centro de la villa, justo en medio del rugir de las calles y el alboroto de las tiendas, reina un templo de cristal con la piel tatuada de palabras. Se trata de la Biblioteca Foral, donde la luz es la dueña y señora cuando llega la noche, dejando a la vista muros y muros de libros desnudos que se muestran al mundo desde estanterías evocadoras. Fue allí, en este epicentro de la cultura, donde tuvo lugar en la tarde de ayer uno de esos eventos culturales. Concretamente, un club de lectura que tuvo al escritor asturiano Jon Bilbao y a su obra como protagonistas. El autor estuvo acompañado por la también escritora Katixa Agirre, que hizo las veces de moderadora en esta tertulia en la que el autor disertó sobre su trabajo, su trayectoria y sobre ese proceso que llevó a este ingeniero de profesión a darse cuenta de que lo suyo era contar historias. Escribir. A la cita no faltaron Estíbaliz Bartolomé y Alex Oviedo. Ambos escucharon a Bilbao hablar de su nuevo trabajo, que verá la luz en primavera de la mano de la editorial Tusquets. "Se titulará Shakespeare y la ballena blanca y tendrá una ambientación histórica y una parte reflexiva sobre el proceso creativo", explicó el autor.

Jesús Cóndor fue uno de los primeros en llegar a la cita, así como Javier Ortiz de Cosca y Javier Ibarrola. También asistió Javi García. Las que no quisieron perderse este club de lectura fueron Arantza Gorordo y Ángeles González, así como Esperanza Pardo. Y no faltaron Ana Álvarez ni Conchi Plaza. Patricia Millán fue otra de las asistentes.

Y allí quedaron. Enganchados en el proceso creativo de este autor, arropados por el edificio de las paredes impregnadas de palabras en idiomas que se hablan a miles de kilómetros de esta villa cultureta.