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En julio de 1996, el reloj de la siderurgia vasca se detuvo de manera inexorable para una de la empresas señeras de la industria vasca. Ese año, Altos Hornos de Vizcaya echó el cierre a un periodo iniciado en 1902 cuando las empresas Altos Hornos de Bilbao, creada en 1852 en el Desierto de Barakaldo, y La Vizcaya y la Iberia, constituidas posteriormente en Sestao, se fusionaron para formar la Sociedad Anónima Altos Hornos de Vizcaya con un capital de 32.750.000 pesetas.

Dieciséis años después de aquella decisión de cierre, el Alto Horno número 1, único vestigio de aquel emporio que quedó reducido a la actual Acería Compacta de Bizkaia, se yergue majestuoso junto a la popular calle Txabarri de Sestao en espera de que las instituciones recobren para la historia y la ciudadanía el legado de una época que marcó de gris y oro a la margen izquierda del Nervión-Ibaizabal.

El proceso para su recuperación histórica ya se ha iniciado con una primera fase que concluyó con la restauración del centro de mando de la instalación y con la segunda fase, iniciada en marzo de este año, que pretende restaurar, para su uso museístico, este símbolo de una etapa "en la que más de 13.000 personas forjaron el mayor esfuerzo industrial vasco", según destacó Antxoka Martínez. Las visitas están programadas por el Ministerio de Cultura hasta el 23 de septiembre para dar a conocer la labor de restauración del conjunto industrial.

"Uno no puede sino sobrecogerse de alguna manera al ver el estado actual del horno después de haberlo conocido en pleno apogeo", relata Juan Antonio Berastegi, antiguo miembro del equipo de mantenimiento de este horno de casi 80 metros de alto y con capacidad para generar coladas de más de 700 toneladas de hierro para su posterior tratamiento en la acería y el tren de bandas y de laminación.

"Aquí llegaban a trabajar cerca de 60 personas por cada turno para atender todo el proceso de obtención de la colada bajo el mando de un contramaestre, una figura de gran valor puesto que, además de fuerza y coraje, debía tener destreza en el trato con los trabajadores para que todo funcionase", destaca Berastegi, quien, tras formarse en la escuela de aprendices de la fábrica, dedicó 30 años de vida laboral al "cuidado" de todos los elementos del Alto Horno.

Trabajo duro Viendo la quietud del horno, el silencio de sus estufas con las que calentar el aire de la cuba a más de 1.200 grados centígrados, la calma del plano inclinado por el que subían las vagonetas para la carga del horno con el mineral y el fundente o la ausencia del perenne humo gris que teñía de color los pulmones y la ropa, cuesta imaginar que este lugar de la cadena era uno de los más peligrosos de la factoría.

"Era un trabajo muy duro. Había algunas zonas de la instalación en las que incluso había límite de edad. Era un trabajo peligroso, con muchos productos tóxicos en suspensión, y que obligaba a trabajar con grandes temperaturas. Pero las vivencias que uno atesoró a lo largo de tantos años en esta instalación se llevan dentro. Es muy difícil sustraerte a todos los años que se pasaron aquí, con momentos buenos y malos, como los avances tecnológicos como el llevado a cabo en 1983 que supuso una gran revolución a nivel organizativo o los accidentes en los que causaron baja muchos compañeros".

Escorieros, garzones, gente de aguas -encargadas de la refrigeración del horno-, estuferos o contramaestres lidiaban a diario con este horno en el que, como en su gemelo, el número 2, se reunía el arrabio que generaba el desaparecido horno 2A o Mariangeles, construido en 1966 y llamado así en honor a su madrina, la esposa del entonces ministro de Industria, López Bravo, fallecido en el accidente de avión del monte Oiz.

"Esperemos que la restauración no se quede en una mera limpieza del Alto Horno o un monumento sin vida. Creo que sería importante que, vía secciones de los elementos de la instalación, la gente pudiera ver cómo era el proceso de obtención del arrabio para entender el esfuerzo que los trabajadores llevaban a cabo aquí ", sostiene Berastegi, patrón de la Fundación de Trabajadores de la Siderurgia Integral, cuya ilusión y tozudez para conservar este patrimonio industrial convenció a las autoridades para declararlo monumento en 2005 y abordar su actual restauración.

Una acción que a juicio de la portavoz del equipo municipal de gobierno, la jeltzale Leire Corrales, presente en la primera visita guiada celebrada ayer, "puede servir para conservar el legado de esta emblemática empresa al tiempo que puede ser un importante agente tractor para el turismo en Sestao". Una empresa de futuro.