Balmaseda
El día que nació le regalaron un caballo. De pequeño le fascinaba observar a los domadores de potros salvajes en los campos de la Patagonia argentina. A sus 54 años, Fernando Noailles siente que ha descifrado el lenguaje de los animales. Estos días recorre el Estado para explicar que los caballos pueden ayudar a transformar el comportamiento de una persona, tal y como él ha comprobado en el programa que entrenamiento emocional que desarrolla en las cárceles.
El Klaret Antzokia de Balmaseda se llenó para escuchar a uno de los pocos susurradores de caballos del mundo, afincado en la sierra de Madrid desde hace 12 años. Noailles vino al mundo en Buenos Aires en 1960, pero pasó su infancia en la localidad de Villa La Angostura, donde su familia regentaba un centro hípico. Allí creció en plena naturaleza admirando a los domadores de caballos salvajes. "Me fascinaba la forma en que conseguían acercarse a ellos y en un año ya los montaban con normalidad", explica.
Pero el secreto para esa disciplina no era otro que el sometimiento a través de la violencia. Muchas de las lesiones que arrastra datan de esa época en la que aplicó las técnicas que le enseñaron los domadores. "Tengo el hígado partido, doble fractura de cráneo y me faltan once dientes", enumera.
Sería un empleado indígena de la finca de su padre quien le abriría los ojos a otra manera de tratar a los caballos, en la que la jerarquía presa-depredador desaparece y no hay lugar para los golpes. "Descubrí que lo que aquellos potros salvajes sentían era miedo. En cambio, yo les transmito un estado de paz que hace que se fíen de mí y no sientan esa necesidad de huir", cuenta.
Fernando Noailles cruzó la cordillera de los Andes a caballo. "Es una sensación indescriptible", recuerda. Ayudó a muchos jinetes a superar su miedo a montar mientras continuaba con sus clases de doma. Pronto dio un paso más al aplicar sus conocimientos en clases de entrenamiento emocional en las que utilizaba a los caballos. "Una persona puede modificar sus emociones", sostiene. Pero, ¿cómo encajan los caballos en esa afirmación?
Como un espejo "El caballo no es más que un espejo de nuestras propias emociones, que nos devuelve lo que transmitimos y reacciona en base a lo que le hacemos sentir", señala. Para entender el razonamiento, recurre a su experiencia trabajando con presos de mediana y alta peligrosidad en centros penitenciarios como Alcalá Meco. "Cuando voy a una cárcel antes de decir ni una sola palabra suelto a un caballo en el patio y les digo que se acerquen uno por uno. Es muy interesante ver que reacción del caballo es diferente con cada uno de ellos. A veces se acerca, a veces se aparta y en medio existe un abanico de sensaciones, todo depende de lo que perciba de la otra persona", describe.
Durante dos semanas se llevaba al caballo a las sesiones en prisión. "Al repetir la prueba el último día el caballo siempre se pega a la persona porque nota un cambio de actitud y de comportamiento", compara. "El objetivo de la terapia consiste en restablecer valores sociales y la autoestima de los presos y recuperar el compañerismo entre ellos", señala.
En su opinión, esta filosofía se puede extender a todos los ámbitos de la vida. Así, el programa que sigue llevando a las prisiones se ha adaptado para ponerse en práctica en colegios y empresas. Por que, al fin y al cabo "todos tenemos derecho a ser felices".