Los hombres sordos a la voz de la música son unos bárbaros. El viejo refranero, del que conviene desempolvar esa sabiduría que guarda en los anaqueles de la memoria, lo tiene bien claro: voz del pueblo, voz del cielo. Viene al caso esa semejanza hoy que hablamos del tradicional recital lírico con el que cada año el tenor José Antonio Urdiain, Txurdi, agasaja a su legión de amigos. Esa garganta profunda que delata a los mediocres que alzan la voz al cantar como si todo fuese una cuestión de decibelios es un cantor de su tierra. Vive de cerca el Bilbao del que es hijo; con tanta cercanía que ayer, minutos antes de que comenzase el concierto organizado en la Sociedad Filarmónica, hablaba de París. Quizás lo hizo para dar caza al ratón de nervios que corretea por el estómago, pero ahí estaba, entre bambalinas, preguntándole a quien quisiera oírle que les había parecido el guardameta Raúl Fernández frente al PSG. "Yo creo que la portería del Athletic está garantizada para muchos años", decía, mientras enviaba a su escudero y buen amigo, Jesús Muniozguren, a que otease el patio de butacas y los palcos. Nada aterra más a los grandes de la música que un auditorio vacío. "Recuerda a una cementerio, con los respaldos de las butacas ahí en pie, como lápidas", dijo creo que el gran Caruso. La pianista Itiziar Barredo y la soprano Patricia Sesar le acompañarían en escena para darle vida al retablillo.

Nada de eso ocurrió; no se hizo el vacío. La Filarmónica se cubrió de amigos del tenor, hasta alcanzar la temperatura de seiscientos asistentes Fahrenheit. Entre ellos se encontraban Ramón Gorostiza, Koldo Agirre, junto a María Jesús Larrondo; Kepa Cabareda, Pepe Capilla, José Luis Martínez Alonso; el coordinador de la Fundación Athletic, Jon Zapirain, Iñaki Belauste, Julio Gómez, médico de cuidados paliativos que trabaja a demanda con Mikel Trueba, el rey león que sobrevive en esta jungla sobre una silla de ruedas y a bordo de una sonrisa o Carmen Ballesteros.

Fue apagarse la luz de ambiente, florecer las candilejas y perfumarse la atmósfera de un concierto patrocinado por Caja Laboral con las nota de Tace il labbro, una canción cantarina de la opereta La viuda Alegre de Franz Lehar. Para entonces Jesús ya le había dado la buena nueva: ni una sola lápida, ni una sola butaca vacía.

Dan fe de lo que les cuento Javier Igartua, Juan Manuel Delgado, quien llegó a uña de caballo -a contrarreloj, casi...-, Ernesto Cilleruelo, Alberto Ibargüen, Milagros Landera, Carlos Artiach; el secretario general de Cebek, Fran Aspiazu; la directora de la Orquesta Sinfónica de Acordeones de Bilbao, Amagoia Loroño, Kosme Bibanko, María Antonia Puente, Rafael Agirre, Juan Antonio Zarate, Javier Orueta, Milagros Ojangure o María Cristina Hernández, quien aguardaba con la impaciencia de la primera vez escuchar la legendaria E lucevan le stelle de Tosca, poderosa romanza que el protagonista, el pintor republicano y simpatizante de las ideas liberales, Mario Cavaradossi, entona como prisionero en el Castillo Sant'Angelo (Roma), momentos antes de su inminente ejecución... ¡Tremendo"

Supongo que ese estremecer también alcanzó a espírituis elevados como los de Begoña Izagirre, Magdalena García, Izaskun Otalora, José María Ruiz, Yolanda Altuna, Isabel Bergaretxe, José María Antón, Fernando Monasterio, Juan Uranga, Lourdes Mendizabal, José Luis Amorrortu, Felipe Varona, María Jesús Rodríguez, Pedro Olmos, Juancar Barrenetxea, Juanjo Aurtenetxea y un grupo de amigos certeros: siempre atinan en el corazón del tenor acudiendo cuando él llama. Claro que no es fácil resistirse ante esa voz. Si Txurdi fuese mujer -que no lo es, válgame Dios...- diría que te atrapa un canto de sirena.