Güeñes

mUCHOS vecinos de Sodupe tienen que agradecerle el haber recibido una educación. Rafael Aldama demostró su vocación docente en el duro periodo de posguerra, cuando impartió clase a cientos de personas del núcleo urbano que pudieron continuar sus estudios gracias a él. El cometido de la Cofradía de la Vera Cruz de Alonsotegi no es tan gratificante. La entidad, la más antigua del municipio, gestiona los trámites funerarios de los ciudadanos que son socios y se preocupa de que el trago de despedir a los difuntos no sea más duro todavía. Ambos recibirán el próximo miércoles, 2 de noviembre, el premio DEIA Hemendik Kultura, en una gala que se desarrollará en el Klaret Antzokia de Balmaseda.

Rafael Aldama ya recogió todo el cariño de Güeñes en un homenaje que se le rindió a principios de este año. Sus antiguos alumnos le agradecieron su esfuerzo para abrirles la puerta a un futuro con mejores perspectivas laborales en una época complicada. Aldama nació en Gordexola hace 83 años y con el fin de la Guerra Civil se mudó a Sodupe. Allí enseguida se dio cuenta de que la educación no era precisamente una prioridad. "Como había muchas carencias en ese aspecto, fundé una escuela de primera enseñanza", rememora desde su casa.

Por sus clases pasaron centenares de estudiantes. Chicos y chicas, lo que significó un gran avance en plena década de los cuarenta. Con él aprendían lo necesario para obtener el título de Bachillerato o, por ejemplo, contabilidad, conocimiento que les podía ayudar para ir escalando posiciones en sus puestos de trabajo. La edad no frenó a los vecinos que acudieron a instruirse. Según recuerda Rafael Aldama, "entre los que vinieron había gente incluso más mayor que yo". Para él, la clave del éxito académico residía en prestar a cada uno la atención que necesitaba y a ello se dedicaba aunque le costase más horas de trabajo. "Me levantaba a las siete de la mañana y me podían dar tranquilamente las tres de la madrugada corrigiendo exámenes o preparando las clases", explica.

Al final, su esfuerzo y el de sus pupilos daba resultado. A la hora de la verdad, cuando tuvieron que presentarse a los exámenes, dieron la talla. "Muchos ganaron becas sacando mejores notas que los colegios más prestigiosos de Bilbao. Hasta el inspector de Educación vino personalmente a darnos la enhorabuena", dice orgulloso.

Así fueron transcurriendo los años hasta que en la década de los setenta entró a trabajar en la empresa Garsa. Eso no le impidió continuar con las clases por las tardes. Ya por entonces no descuidaba su otra gran pasión: la pintura. "Ahora estoy jubilado y me parece que el día no tiene las horas suficientes. ¡Todavía me pregunto cómo lo hacía en aquella época!", bromea.

pasión por la pintura Desde siempre le gustaba llevar lienzo y pincel en sus paseos para dibujar cualquier lugar, cualquier paisaje que le pareciera interesante. Guardaba los cuadros en su casa sin otra intención que alegrar las paredes. Hasta que todo cambió por casualidad. Cuando trabajaba dando clases en un instituto de Atxuri, en Bilbao, cargó con tres de los cuadros hasta allí con la intención de darse una vuelta más tarde por una tienda para enmarcarlos.

"El director del centro los vio en la sala de profesores y me preguntó a ver de quién eran. Le contesté que los había pintado yo mismo y no terminaba de creérselo. Él tenía mucha amistad con un crítico de arte del antiguo diario Hierro y de repente me dijo un día que un señor había ido a verme. Había contactado con él. Así fue como surgió mi primera exposición", cuenta.

Le gusta representar los paisajes más queridos de su infancia y juventud. Y entre ellos, un cuadro en particular ocupa un lugar privilegiado en la casa de su hijo: el del caserío de Gordexola en el que vino al mundo. "Le he puesto un toque impresionista, como a mí me gusta", detalla. Conoce al dedillo la historia del arte y también se la ha transmitido a los vecinos de Soudo en las clases de Bellas Artes que ha impartido durante 12 años. A día de hoy sigue pintando.

cofradía de la vera cruz El premio DEIA Hemendik Kultura reconocerá también la labor de la cofradía de la Vera Cruz de Alonsotegi. Es la institución más antigua del municipio. "Las primeras referencias que encontramos en documentación se remontan a 1920, pero puede que su fundación sea incluso anterior", señala José María Zubero, socio y antiguo presidente. 1.400 personas, aproximadamente la mitad de los residentes en Alonsotegi, pagan una cuota para que llegada la hora las gestiones relacionadas con su entierro sean más sencillas y económicas. "Tenemos un convenio con una funeraria y así se facilitan los trámites", indica.

En Alonsotegi han aprendido a tomarse la muerte como una fase más de la existencia humana y a convivir con ella. "No nos produce reparo. Mucha gente hace socios de la cofradía a sus hijos nada más nacer y lo vemos de lo más natural", defiende. Además, cada vez tienen menos trabajo. La preferencia por las incineraciones ha dejado los trayectos hacia el cementerio escoltando al ataúd con velas en el pasado. A pesar de ello, no dejan pasar su asamblea anual para supervisar el funcionamiento de la cofradía.