Conquista aérea desde una silla de ruedas
Quince mujeres con discapacidad viven en los acantilados de Getxo las sensaciones del deporte de aventura en un vuelo asistido en parapente
GETXO. EL viento racheado trae aires de libertad y eleva al infinito el espíritu de superación. Los acantilados de Getxo presencian la metamorfosis de un grupo de mujeres liberadas de sus limitaciones, capaces de conquistar los dominios del cielo. En tierra queda el rastro de muletas y sillas de ruedas, testigo mudo de una nueva victoria de su lucha eterna por la equiparación. La Coordinadora de personas con discapacidad física de Bizkaia, Fekoor, propició ayer el asalto aéreo con parapente de 15 mujeres con munusvalía derribando una barrera más del colectivo.
La normalización de las personas con discapacidad vive un nuevo episodio en las alturas ante la imponente presencia de un majestuoso mar Cantábrico que azota inclemente las paredes de piedra que se precipitan al agua. El club Airean de Getxo aportaba los parapentes y el conocimiento para el vuelo asistido por un piloto; los aspirantes el espíritu de libertad. "Las personas con discapacidad son más lanzadas, están acostumbradas a manejarse con retos", señalaba Javier Cueva, responsable de deportes de Fekoor.
La coordinadora abandera la igualdad a través de la práctica deportiva dentro de la carrera de obstáculos que protagoniza cada uno de los afectados. "Es la lucha de cada día, la de ir al médico, al cine o al trabajo", señalaban tras alentar al grupo a que se haga visible con su presencia cotidiana junto al resto de la población.
Fekoor ya ha tomado en los últimos años territorios esquivos a las masas en la frontera del deporte de riesgo. El esquí, el piragüismo, el rafting o la bicicleta de montaña ya han sucumbido al ímpetu de colectivo. El parapente es desde hace dos años una de sus últimas conquistas. "Estamos acostumbrados a pelear. No nos queda otra que sobreponernos cada día desde que nos levantamos de la cama", señalaba la bilbaina Rosa Mari.
Mujeres de diversas edades y condiciones se unían en su afán por derribar las barreras de sus limitaciones escenificando su propósito en una camiseta reivindicativa. La ocasión hermanaba a participantes de mediana edad con lesiones congénitas con jóvenes todavía en proceso de superar secuelas como accidentes de tráfico o enfermedades sobrevenidas.
Todas coincidían en la capacidad regeneradora del vuelo. A su regreso del trayecto, tras compartir espacio vital con las aves, Izaskun se mostraba exultante. "Necesitaba sentirme viva", exclamaba esta joven de 30 a la que un siniestro cambió la vida 8 años antes.
En el campo de las jóvenes aparecía también la portugaluja Anabel Dorado, dispuesta a recuperar las sensaciones pérdidas hace tres lustros, cuando una hernia discal fulminante le paralizó las piernas en apenas un mes. "Necesito no sentirme atada a una silla", señala esta aficionada al deporte que ya practicó parapente en su momento.
Una participante oteaba el horizonte junto a su silla en los últimos instantes de espera antes de emprender el vuelo. La visión le trasladaba una sensación de libertad ilimitada. "Sentirse como cualquier otra persona es una experiencia mágica, maravillosa", elogiaba. Entonces, el viento inflaba la vela mientras dos asistentes le alzaban hasta que el parapente se despegaba de la tierra. "Desde arriba el mundo se ve diferente, me he sentido un pájaro", relataba Leire, de Bilbao.