Bilbao
Hablar de balonmano en Bizkaia es hablar de Rafa González. Lleva más de cincuenta años unido a un deporte que le enganchó desde el primer partido que jugó en una cancha del seminario de Derio. "Ha sido mi droga", dice. Y lo sigue siendo. Porque Rafa, a punto de cumplir los 60 años y con unas piernas muy castigadas por un atropello que sufrió el año 82, continúa entrenando y coordinando los equipos de balonmano del colegio Askartza Claret. Como jugador, acabó su carrera en el Claretianos después de haber estado en la élite del balonmano estatal con el Gaztelueta de los años 70. Sus hijos han seguido su estela, uno de ellos juega actualmente en el Barakaldo, y su mujer ha tenido que soportar las maratonianas jornadas de entrenamiento y los partidos, en plural, de los fines de semana. "Al final, se hizo aficionada", afirma con una media sonrisa. Rafa dice que le debe mucho al balonmano porque "gracias a él tengo amigos por todas partes".
Rafa se entusiasmó con el balonmano de casualidad. En su Erandio natal, como en el resto de los pueblos de Bizkaia, el balonmano contaba con muy pocos adeptos y practicantes cuando él era un niño. El fútbol callejero era el deporte rey y las canicas, el mayor entretenimiento. Hasta que un buen día fue al seminario de Derio, donde había un cura que se llamaba como él, Rafa, y le metió el gusanillo del balonmano en el cuerpo. "Me enseñó las normas de juego, comenzamos a pelotear, y me gustó desde el primer momento", recuerda. Tenía ocho años e iniciaba de esa forma su carrera como jugador. "Estuve jugando en muchos sitios y en diferentes categorías", señala, "hasta que el año 1979 recalé en el Claretianos". Pero al margen de la trayectoria deportiva discurría la laboral, que también se inició a una edad muy temprana. "A los 14 años", cuenta Rafa, "entré a trabajar en Euskalduna como ajustador y, como dije que era deportista, siempre me respetaron el mismo horario, de 6 de la mañana a 2 de la tarde, para que pudiera compaginar las dos cosas". Tras ocho horas de trabajo en el astillero cambiaba el buzo por el pantalón corto y las zapatillas deportivas. "Como era bajito, jugaba de extremo o pivote", recuerda. ¿Y qué tal era?, le preguntamos. "Normal, pero de mucho pundonor", contesta. Un pundonor que le llevaba a entrenar mucho, como él mismo reconoce.
Accidente Tanto, que solía ir corriendo desde el colegio Askartza hasta Erandio para entrenar a uno de los múltiples equipos de los que llevaba la dirección técnica. En uno de esos "entrenamientos" sufrió el accidente que le apartaría de la competición. "Era de noche", recuerda, "e iba corriendo por la carretera, por Tartanga, cuando tropecé, me caí y un coche me pasó por encima, aplastándome la pierna derecha". A pesar de que le operaron en varias ocasiones, Rafa, con 31 años, no pudo volver a vestirse de corto en la élite del balonmano vizcaino. Pero eso no le restó ni un ápice de ilusión por el balonmano. Se quedó en el colegio como entrenador de categorías inferiores, algo que también hacía desde el año 1979. Mientras tanto, mataba el gusanillo como jugador disputando partidos con "la famosa Maza, un equipo de veteranos en el que nos lo pasábamos muy bien". En 1996 recibió una oferta del colegio para quedarse a trabajar por las mañanas en sus instalaciones en labores de mantenimiento. Aceptó porque "las cosas en la Naval estaban bastante mal". El año pasado pudo jubilarse, debido a su minusvalía, de la tareas de mantenimiento en el colegio, pero no lo ha hecho de las deportivas. Todos los días comienza su jornada a las cuatro de la tarde y finaliza a las diez y media de la noche. "Yo disfruto mucho enseñando a los críos", dice, "porque les veo la progresión deportiva que van haciendo". Por eso habla orgulloso de los más de 200 jugadores y jugadoras que controla. "Ahora hay una cantera de juveniles muy maja", advierte, "que esperemos que no se trunque su carrera deportiva cuando lleguen a la universidad". Porque el problema del balonmano, según Rafa, es que "mueve poco dinero" y los jóvenes acaban por abandonarlo. Aun así, él trabaja para que sus chicos jueguen en el Barakaldo, "que es lo máximo en Bizkaia". "Cuatro jugadores de aquí han llegado al Barakaldo", señala orgulloso. Entre ellos uno de sus hijos, que mamó el balonmano en casa, lógicamente, desde que era un niño.
Amistades También se crió entre balones y pizarras con tácticas el otro hijo, el mayor, que jugó de portero. Pero quien más ha escuchado conversaciones de balonmano ha sido su mujer. "Ella ya me conocía, ya sabía que estaba metido en este mundillo, y ha sufrido bastante, pero también nos ha ayudado mucho; al final se hizo aficionada", dice. Una afición que cultiva con su marido, aunque no le acompañe a los cuatro partidos que se mete los fines de semana. "Y cuando tengo un momento libre, veo por televisión los partidos que echan", apostilla.
Rafa no piensa jubilarse de su hobby porque "este deporte me ha dado muchas alegrías". "Tengo amigos por todas partes", proclama. Amigos que ha hecho a lo largo de su carrera deportiva "porque en el balonmano te estas pegando dentro de la cancha con un tío y luego te vas tomar una cerveza con él". Rafa seguirá explicando a los jóvenes los fundamentos de un deporte "muy completo, en el que tanto como el físico cuenta el psíquico". La única pena que tiene es que los jóvenes no están tan comprometidos como antes. "Hay mucho videojuego", concluye.