IKER jamás olvidará una fecha: 6 de julio de 1993. Tenía 17 años. Desbordaba vitalidad. Tanta que la canalizaba a través del deporte. Por eso quería estudiar IVEF. Como todos lo veranos, disfrutaba de sus vacaciones en Lanestosa, ese precioso rincón olvidado de la geografía vizcaina de donde proviene su familia paterna. Aquel día, como otros muchos, decidió salir en bicicleta con un amigo. En un instante, en unas décimas de segundo, bajando el puerto de Los Tornos se truncaron todos sus proyectos. A pesar de que llevaba casco, su cabeza impactó con el asfalto de tal forma que le provocó un daño cerebral irreversible que le afecta al habla y a la motricidad. Después de estar varios meses en tierra de nadie, en coma vegetativo, comenzó a balbucear las primeras palabras y a darse cuenta de que su vida había cambiado. "Cuando desperté", recuerda Iker, "solo pensé en que había que seguir adelante porque yo soy un adicto a la vida y era muy joven como para perdérmela". Hoy tiene 34 años, vende el cupón de la ONCE en la Gran Vía, y en sus ratos libres, escribe. "Como tengo problemas con el habla", dice, "escribo para comunicarme y para que la gente me pueda conocer mejor". Ha publicado tres libros, y el próximo mes de febrero saldrá a la venta el cuarto, un poemario que lleva por título Cuando muera viviré en mis poesías.

Todavía no recuerda exactamente lo que pasó aquel caluroso día del verano de 1993. "Dicen, porque yo no me acuerdo de nada, que miré hacia atrás para ver si venía mi compañero, y al parecer me despisté, me desequilibré y me fui al suelo", cuenta Iker con su voz gangosa. Trasladado a Laredo en primera instancia, y a Cruces, posteriormente, tras ver la gravedad de la lesión, Iker permaneció en ese limbo vegetativo hasta finales de septiembre. "Eso sí que me acuerdo", señala, "era el día del Alderdi Eguna cuando empecé a preguntar a mis padres qué me había pasado". A partir de ese momento y durante la larga recuperación, siete meses de rehabilitación ambulatoria en Gorliz, Iker fue tomando consciencia de la realidad. "Ya vi que no iba a poder montar más en bicicleta, debido a la hemiplejía, ni que iba a hablar igual que antes, pero no me podía resignar a dejar pasar la vida".

ONCE ¿De dónde sacó fuerzas para tomar ese rumbo vital?. "De ver en Gorliz que había mucha gente peor que yo", contesta. Esa fortaleza le impulsó a retomar los estudios que se había visto obligado a dejar en el colegio La Salle tras el accidente, pero abandonó. "Intenté durante dos años hacer 2º de BUP, pero lo dejé porque no estaba motivado, no veía que iba a tener una salida profesional", señala. Así que optó por otra vía: hacer cursillos de informática. Pero también la desechó. "Yo quería prepararme para poder ser bedel o algo parecido, pero me di cuenta de que no podía desarrollar ese trabajo porque no podía hablar por teléfono ni moverme por las dependencias de una oficina". Y después de darle muchas vueltas a la cabeza, en 2004 pidió trabajo en la ONCE. "Me costó mucho tomar la decisión", recuerda, "porque socialmente vender cupones parece que es algo inferior". Pero ahora no se arrepiente. Está muy contento. Es feliz porque tiene un trabajo y porque "la ONCE es una organización que trata muy bien a la gente". Y apostilla: "En la ONCE te valoran por lo que puedes hacer, y en otros trabajos por lo que no puedes hacer". Así que todos los días reparte suerte junto al número 20 de la Gran Vía de Bilbao. ¿Y no es muy duro trabajar en la calle? "Más duro es estar en paro", contesta sin vacilar.

Cuando abandona la calle, Iker se refugia en el ordenador para dar rienda suelta a una vena artística que fue dándole forma tras el accidente . "Tengo problemas con el habla, pero muchas ideas en la cabeza", dice. Así justifica su ímpetu literario y los tres libros que ha publicado con títulos tan sugerentes como Poesía olvidada, A cualquier adolescente y Esto es lo que somos. En la imprenta está otro que saldrá a la luz en febrero bajo el título Cuando muera viviré en mis poesías. "Este último libro va a ser cañero, me meto con todo el mundo", advierte. "Sin resentimiento ni acritud", Iker dedica en su última obra duros poemas a la amistad, a la política y al amor, entre otros temas.

Ligar Este joven bilbaino escribe para desahogarse y "para que la gente pueda conocerme mejor". Entre ellas, las chicas, con las que ya ni intenta ligar. "Lo tengo difícil", reconoce, "porque mi tarjeta de presentación es el habla y es lógico que no entablen conversación conmigo porque es difícil la comunicación". Pero eso no le impide que salga de fiesta con sus amigos, su valioso patrimonio espiritual junto a la familia. "Después del accidente y durante los primeros meses te vienen a visitar muchos, pero con el tiempo se van olvidando de uno", relata. De Iker no se olvidaron los amigos de la infancia, los del colegio, con los que él había perdido contacto. Con ellos sale y les contagia la vitalidad que lleva en su interior. También les suelta frases y reflexiones que luego plasma en sus libros. Por ejemplo: "El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie, y el realista ajusta las velas". ¿Y cómo se ve Iker?, le preguntamos. "Yo soy realista", sentencia. Con ese realismo, Iker afronta la vida sin perder un ápice de optimismo y entusiasmo. Como cualquier humano, tiene sus aspiraciones. "Formar una familia", dice, "aunque soy consciente de mis limitaciones, lo veo difícil". Pero eso no le desanima para llegar algún día a ver cumplidos algunos de sus sueños que se quedaron desparramados por la carretera.