RICARDO Delgado dice que nunca ha tenido tiempo "ni de ir a misa ni al baile". No ha entrado en iglesias ni discotecas porque se ha pasado toda la vida trabajando. A los 13 años tuvo que abandonar la escuela para ayudar a sus padres en las tareas del campo y así poder contribuir a la precaria economía familiar. A los 19 se fue del pueblo, Castrillo de Solarana, una pedanía del municipio burgalés de Lerma. Llegó a Bilbao con 1.000 pesetas en el bolsillo y un petate lleno de proyectos. Trabajó de todo, de soldador, almacenista, conductor de autobús, hasta que sacó a relucir su verdadero espíritu comerciante. Montó un supermercado en Santurtzi. Le fue tan bien que se animó a abrir una peletería en Barakaldo. Corría el año 1986, "cuando los abrigos de piel se estaban poniendo de moda", recuerda, por lo que dos años después hizo lo mismo en Bilbao. Desde entonces han transcurrido muchos inviernos, tantos que a Ricardo le ha llegado la hora de la jubilación. El próximo mes de abril cerrará la peletería Delmar, ubicada en la calle Licenciado Poza, y, cuando se acaben las existencias, la de la Avenida de Euskadi de Barakaldo.

"He trabajado como un bestia", cuenta Ricardo antes de entrar en detalles sobre su dilatada vida laboral. "A los 13 años labraba el campo de sol a sol y cargaba sacos en la espalda que pesaban casi cien kilos", recuerda con orgullo este empresario burgalés que se instaló en una pensión nada más aterrizar en la capital vizcaina. "Yo tenía muy claro que no me iba a quedar en el pueblo, allí no había futuro", sentencia. Se fue, pero le prometió a su madre, entonces viuda, que le mandaría todo el dinero que ganase. Para ello se puso a trabajar en los astilleros Euskalduna, pero no acabó de convencerle el futuro como soldador. Probó otros oficios hasta que se sacó el carné de conducir imprescindible para poder manejar camiones y autobuses. Y en la primera oportunidad que tuvo entró como chófer en la línea de autobuses que cubría la línea de la margen izquierda entre Bilbao, Barakaldo y Santurtzi. "Hacíamos jornadas de 16 horas en aquellos autobuses de dos pisos; era inhumano", recuerda. Esa experiencia en el transporte urbano le sirvió para entrar como conductor de los grandes camiones que realizaban el movimiento de tierras en la ampliación del puerto.

Peleterías Así, con un volante entre las manos, estuvo 12 años. Hasta que quiso probar fortuna en los negocios. "Yo soy un negociante auténtico, debo tener sangre judía", dice riéndose. Esa vena comercial hizo que pusiera en marcha, junto con otros dos socios, un supermercado en Kabieces. Su primer negocio fue todo un éxito. Pero como una retirada a tiempo es una victoria, Ricardo vendió el supermercado tres años después, lo que le proporcionó las plusvalías suficientes como para introducirse en el mundo de las pieles. ¿Por qué una peletería? "Porque yo veía por la calle que los abrigos de piel se estaban poniendo de moda", responde. Y añade: "Yo siempre he tenido olfato para los negocios". Acertó de pleno porque, según él confiesa, desde que puso la primera tienda, en 1987, hasta los primeros años de la década de los noventa vendía "todo lo que tenía en las tiendas". El éxito de sus negocios se ha basado en "saber comprar, saber vender y tener mucha fe en la publicidad". Ha debido saber comprar porque cada temporada se pateaba media Europa detrás de las últimas tendencias; ha sabido vender porque "me encanta el trato con la gente" y también ha sabido invertir en publicidad. Otra de las claves del éxito de las peleterías Delmar es, según él, que "hemos vendido unas prendas con unos precios asequibles". Ha vendido abrigos de visón de 5.000 euros, pero "muchas más chaquetas de piel de 200 euros". Ricardo tuvo la agudeza de no entrar en competencia con peleterías cuyo mercado era más elitista. Esa visión y la confianza en que "la piel nunca se pasa de moda". "Podrá haber momentos malos por la crisis", dice, "pero las prendas de piel siempre se venden bien".

Jubilación Ahora cuenta los días que le quedan para jubilarse. En abril cumplirá los 65 años, pero no cerrará definitivamente las tiendas hasta que no acabe de dar salida al stock. Sus dos hijos no deben llevar en la sangre el mismo ADN comerciante porque ninguno de los dos va a continuar con el negocio. Los dos tienen unos buenos trabajos gracias a una excelente preparación académica. Ricardo quiere jubilarse para "disfrutar de la vida". Eso se traducirá en viajar y en hacer deporte. Porque el boxeo ha sido otra de sus pasiones. Llegó a ser campeón vasco-navarro gracias a su tenacidad y a su punch, "yo daba, pero recibía poco", señala. Le gustaría involucrarse más en la Federación Vizcaina de Boxeo, donde forma parte de la Junta Directiva. Ricardo llega pletórico a una fase de su vida en la que va a mudarse de piel.