EN el número 2 de la calle San Franciscode Bilbao se puede contemplarun edificio singular. Es uno de losinmuebles más pequeños de la villa,con dos plantas de altura. Esta construcciónestrecha hace que adquiera una forma alargadaque le da un aspecto muy similar al deuna casa de muñecas. Entre ambas alturassuman unos 20 metros cuadrados en los quese esconden muchas historias e incluso unatienda de golosinas, en su planta baja, con elnombre de Hono. Allí, las hermanas Sáez-Pilar, Maribel y Lucía- han cogido el testigode la tienda que su madre Honorina pusoen marcha a principios de los años 60. Unade ellas, Lucía Sáez, lleva toda una vida entrelas golosinas, refrescos y revistas que peseal escaso espacio se hacen un hueco en Hono.Lleva la tienda impregnada en su sangre yes que “de los 52 años que tengo, llevo 48 poraquí. De pequeña molestaría más que ayudara mi madre, aunque siempre he estadoaquí tratando de echar una mano”, se sincera.
“Yo creo que nací aquí, ya que la mayoríade mis recuerdos están dentro de esta tienda”,comenta entre bromas. Son sus recuerdos,pero también el que tienen los vecinosde Lucía y sus hermanas; no es casualidadque, en el barrio, haya quien las conozcacomo Hono. “Hay quien te saluda por la calley nos dice ¡Aupa Hono! Claro, llevamos tantotiempo aquí, que todas somos Hono”, asegura.
Tanto tiempo tras el mostrador hace que laconfianza y el contacto con los vecinos seamuy cercano. “Aquí el trato que tenemos conel cliente es muy familiar. Llevamos tantotiempo en el barrio que nos conoce todo elmundo”. Esa confianza hace que en esta tiendahayan sucedido episodios bastante peculiaresen los tiempos que corren. “Aquí vienena cobrar recibos de algunos vecinos. Elcartero se tiene que saber mi firma y mi DNIde memoria”, asegura, en tono dicharachero,Lucía. Pero la confianza y cercanía vienede mucho más atrás. Lucía retrocede en eltiempo y recuerda otra historia curiosa.“Hubo una época en la que, cuando cerrábamosal mediodía, había gente que nos llamabaa casa para que bajásemos a atenderle.Aquello hubo que pararlo. Necesitábamostambién nuestro descanso”, asume.
Si algo llama la atención al entrar en Hono,aparte de sus reducidas dimensiones, es elorden que hay en la tienda. Todo tiene sulugar, su espacio calculado al milímetro.Nada está colocado de cualquier forma. Esuna armonía continua y un orden inquebrantable.
“Alguna vez he pensado que soyuna buena jugadora de Tetris. Hago cábalasy cábalas para poner las cosas ordenadas”,asegura Lucía. Y es que la falta de espacioagudiza el ingenio y “se saca sitio de dondeno lo hay”. A lo largo de este tiempo ha vistolos cambios que ha experimentado elbarrio. “La mayoría de los comercios hancerrado.De hecho, esta tienda es de las pocasque quedan del antiguo barrio”, indica Lucía,mientras añora tiempos pasados de San Francisco.
“Antes era un barrio muy vital, alegre,con comercios de todo tipo y que se adaptabana cualquier circunstancia”, rememora.“Se dejó morir el barrio, aunque ahora pareceque se está intentando recuperar”, sentencia.En todo este tiempo, también hancambiado los niños, principales clientes deHono. “Antes se compraban golosinas sobre todo los domingos; ahora, los pequeños comprancasi todos los días”, señala Lucía.
UN DULCE, UNA SONRISA Un hombre entra consu hijo en la tienda. El niño quiere un paqueteen el que aparece la silueta de Bob Esponja.Su aita se lo compra y ante la recompensa,el niño esboza una sonrisa. Dichosas sonrisas.Lucía le hace unas cuantas carantoñasy padre e hijo abandonan el establecimiento.“Éste es un lugar muy singular. Mis amigasme suelen decir que es muy divertido estaraquí”, comenta Lucía con orgullo. Gominolasde colores, chucherías apetecibles, dulcesesponjosos que se derriten en la boca enmenos de un suspiro. Pese a llevar tanto tiempoal pie del cañón, para Lucía también esdivertido estar detrás del mostrador. Es partede su vida. “Cuando deje la tienda, para míserá como soltarme de mi cordón umbilical.
Me dará pena”, admite. Para eso aún quedamucho tiempo y todavía serán muchos losvecinos que entrarán a la planta baja de estacasa de muñecas para buscar un refresco, unarevista o una golosina que les endulce la vida.Lucía estará ahí, tras el mostrador, cercanay sonriente, como lo ha hecho durante losúltimos 48 años.