Zalla

Ciertos autores defienden que el topónimo Zalla proviene de Zainzalea, cuyo significado remite a una función defensiva. Guardián, custodia... todas las acepciones encajan con la orografía de la sierra de Celadilla, de unos 600 metros de altitud. En la confluencia entre los valles de Aiala y Mena, Balmaseda y Zalla, esta formación esconde los secretos de los primeros pobladores.

Desde ahí, y en línea descendente hasta lo que hoy es el área recreativa de Bolumburu, discurre la historia del municipio en una superficie forestal más amplia que se llama, de hecho, monte de Zalla. Los vestigios de diferentes periodos históricos han permitido establecer un hilo conductor a través de estos angostos paisajes. De los asentamientos prehistóricos al conjunto monumental de la casa torre, la ermita y la ferrería de Bolumburu, al lado del río Kadagua.

Una ruta que los lugareños bautizaron como camino del Kuku. Hace décadas esta senda inspiraba respeto, sobre todo a los niños. Según recuerdan, sus padres les advertían que sería mejor no adentrarse en el bosque por lo que pudiera haber más allá y les atemorizaban con historias sobre brujas. ¿Provendrá de esa asociación la fama de brujos de los zallarras?

La primera huella, el neolítico

Restos de 20.000 años a.C.

Cronológicamente, el punto de partida del camino se sitúa en las proximidades del pico Trasmosomos. Bajo una mesa y en un entorno arbolado se ocultan los restos del que es el primer asentamiento documentado. Tal y como explica el guarda forestal Juan Luis Díez de Mena, "los vestigios datan del periodo Neolítico Bronce, es decir, 20.000 años antes de Cristo". Esas poblaciones prehistóricas se distinguían por su carácter ganadero, ya que aún no cultivaban. Hace una década el hallazgo de útiles de sílex y restos de hogares hizo pensar que había algo bajo el suelo y las catas arqueológicas corroboraron la intuición.

Más adelante abandonarían el lugar para construir otro núcleo monte abajo. Era ya la Edad del Hierro -800 antes de Cristo-. Los conocimientos agrícolas hacían imprescindible buscar un terreno apto para el cultivo y, aunque la protección frente a los enemigos era un factor a tener en cuenta, podían vivir más cerca del valle.

Este segundo poblamiento es lo que está saliendo a la luz en la excavación en el cerro del cerco. Se trata del castro de Bolumburu, que permaneció habitado hasta la romanización. De esta etapa es precisamente la calzada reconstruida en algunos de sus tramos y que levantaron con el objetivo de conectar los principales núcleos para facilitar el comercio.

Ya entonces el mineral de hierro marcaría la vida y el uso económico de estos lugares. Los romanos supieron aprovecharlo y también se utilizó en los siglos posteriores. El mejor ejemplo lo constituye la ferrería de Bolumburu que también ha funcionado como molino durante buena parte del siglo XX. Ahora, las ruinas de lo que fue en su día están siendo objeto de restauración.

Terreno escarpado

Fortaleza defensiva

Pero esta área posee un valor añadido: su potencial como mirador para vigilar los ataques de los enemigos. Supieron exprimirlo los primeros pobladores de la sierra de Celadilla y también los combatientes de tiempos más modernos. En la cumbre del Trasmosomos se han hallado trincheras de la Guerra Civil medio tapadas por la maleza y el pico Espaldaseca se conoce también por el nombre de Bandera, en honor a las que allí se colocaban en las contiendas. Quien conseguía asegurar esa zona, podía conquistar Zalla y Balmaseda.

A día de hoy, son las esculturas que conmemoran estos avatares las que miran al horizonte como centinelas en homenaje a todos los que velan por la conservación de los montes.