Una mañana cualquiera en el Casco Viejo puede convertirse en algo muy especial si uno afina el oído y presta atención a las chapas redondas del Euskaraldia. A tan solo dos días de que esta edición llegue a su fin, decido adentrarme en el botxo con la intención de disfrutar del euskera en su hábitat más urbano.

Lander lleva el distintivo durante todo el año. Oskar Gonzalez

Ni siquiera he tenido que bajarme del transporte para escuchar la primera palabra en euskera. En la salida de Zazpikaleak, en San Nicolás, me topo con Lander Sustatxa, trabajador de Euskotren. Desde el primer momento me sorprende: “Mi chapa no es solo del Euskaraldia, yo la llevo todo el año”, dice con orgullo este mungiarra.

“Desde siempre he hablado euskera y me apasiona. Por eso, intento que la primera palabra que cruzo con cada persona sea en euskera”. No siempre es fácil. Atiende la parada más turística de la ciudad, donde abundan franceses e ingleses, pero se mantiene firme: “Aquí viene mucha gente de fuera, pero también hay muchísima con ganas de hablar y que no se atreve”.

Susana va al euskaltegi, a Xabi le gustaría Oskar Gonzalez

La escena se repite a lo largo de la mañana: rostros que se iluminan cuando les preguntas por el distintivo del Euskaraldia que llevan estos días. En la calle Correo, Susana Alagero, de la tienda de moda Olañeta, no duda en lucir su chapa, aunque sigue yendo al euskaltegi. “He elegido la de belarriprest porque no siempre lo hablo, pero me gusta que me hablen en euskera, así aprendo”.

A su lado, su pareja Xabi Olmo se muestra más tímido, pero Susana lo tiene claro: “Yo me lanzo, lo practico en casa con mis hijos, aunque ya lo hablan mejor que yo”.

Jon y Ander lo usan en el trabajo. Oskar Gonzalez

Desde allí, cruzamos hacia el Mercado del Ensanche. En la charcutería Zorroza Gourmet, Jon Zorroza, y en la pollería Elvira, Ander López, nos atienden con cercanía. “Calculamos que un 15% de nuestros clientes se dirige a nosotros en euskera y, de los ocho puestos que hay, cuatro lo hablamos”, explican. Durante los diez minutos que paso en su mostrador, al menos dos clientas lo utilizan con naturalidad.

Una de ellas me confiesa su historia con emoción: “Crecí en Lemoiz hablando en euskera. Luego me mandaron a un internado donde las monjas me lo prohibieron... todavía tengo pesadillas”.

A Iratxe le apasiona el euskera Oskar Gonzalez

Volvemos al Casco Viejo, donde una fila de turistas se arremolina a la entrada de Sombreros Gorostiaga. ¿Dentro hablarán euskera?, me pregunto. Al cruzar la puerta, nos reciben Iratxe y Ander Pirla entre txapelas y simpatía. Iratxe, con un euskera fluido, se muestra optimista. “Hay que terminar con la falta de seguridad al hablar. Por suerte, cada vez más jóvenes lo utilizan por esta zona”.

Los padres de Aiora conocen lo importante que es para su hija aprender euskera Oskar Gonzalez

En la calle Somera nos encontramos con una familia que descansa del calor. Son June Gomila, Joseba del Valle, su hija Aiora y su tía Marije Gómez. Marije lamenta no haber aprendido euskera: “Es tarde para mí”, dice. Sin embargo, Aiora lo habla perfectamente. “Tuvimos claro inscribirla en el modelo D”, explican sus padres. “Nos gusta para vivir y sabemos que le será útil para trabajar”. Su historia tiene un matiz curioso. “Vivimos en India y Costa Rica, y fue allí, lejos de casa, donde comenzamos a utilizarlo más entre nosotros”.

El grupo de improvisación de el actor Diego Pérez también lleva la chapa. Oskar Gonzalez

El cierre de esta ruta lo pone la risa, la del grupo de improvisación del actor Diego Pérez. Entre juegos teatrales, Javi Garaizar resume la experiencia: “No todos saben euskera, pero quienes lo hablamos, lo disfrutamos. Tanto en el teatro como con el euskera, hay que soltarse”.