Insiste en que lo más importante es la difusión, tanto de los lugares que se han habilitado como refugios climáticos como de la importancia de tomar medidas cuando las temperaturas se disparan. “No somos conscientes de los riesgos que entraña”, advierte.
¿Por qué se han empezado a abrir ahora estos refugios climáticos?
—Por una parte, cada vez hay más gente que vive en las ciudades: siete de cada diez personas en Europa hoy en día y va para arribar. Desde 2030 serán ocho. Y por otro está el efecto isla de calor urbano, por cómo están diseñadas las ciudades, los materiales que se utilizan, las emisiones de gases de efecto invernadero... Las temperaturas son más altas y por la noche no bajan tanto. Y hay que tener en cuenta que las olas de calor son cada vez más fuerte, duran más y son más frecuentes; tenemos que prevenir y adelantarnos. Si se acumulan los días sin poder descansar, la termorregulación del cuerpo termina por fallar, sobre todo en personas mayores o con una enfermedad crónica, o que, por su nivel económico, no pueden aislar su casa. Necesitan que alrededor de su hogar haya un sitio donde poder resguardarse. El diseño de las ciudades tiene que tener en cuenta a todo tipo de población.
El calor no nos afecta a todos por igual.
—No todos tenemos el mismo riesgo ante una ola de calor. Hay una temperatura de confort y un umbral por encima del cual empieza a haber riesgo de mortalidad. Cada ciudad tiene una temperatura umbral que es más baja que lo que se considera ola de calor, y también hay riesgo: en el caso de Bizkaia, 30ºC frente a 33. Hay personas que con temperaturas más bajas de lo que se considera una ola de calor ya están sufriendo. Por eso tienen que estar abiertos de mayo a octubre y no solo durante las olas de calor. Y desde Atención Primaria es importante explicar a esos grupos vulnerables qué tienen que hacer.
El 96% de los bilbainos tiene un refugio climático a menos de 300 metros. ¿Es un buen ratio?
—Sí. Todavía hay poca experiencia pero ahora lo importante es saber cuánto se utilizan. Siempre hemos pensado que en esos espacios interiores el de la puerta te manda fuera; esas puertas tienen que estar abiertas. Y en qué zonas se usan más que en otras, porque nos indica que el efecto isla de calor es más acusado.
¿Cómo deberían ser?
—Aunque no son lugares a los que acudir cuando ya nos ha pasado algo, los responsables deberían saber primeros auxilios que, de hecho, se les ofrece. Un lugar para sentarse, sombra, temperatura más baja, agua y un baño; eso sería lo básico. En Barcelona, por ejemplo, los patios de los centros escolares funcionan también como refugios climáticos.
¿Somos conscientes del riesgo que entraña el calor?
—No. Solo cuando lo sufrimos, como en verano del 2022. Es cuando es da cuenta de que se tiene que adaptar y seguir los consejos. Estamos acostumbrados a que en lugares como Extremadura la gente no salga de casa hasta la noche o por la mañana; poco a poco nos tenemos que mentalizar de que a algunas horas igual no podemos hacer ejercicio. Nos cuesta cambiar ese chip porque no estamos acostumbrados. O a bajar las persianas durante el día. En casa, además, muchos no tenemos aire acondicionado y tenemos que asumir que lo necesitaremos.
¿En Bizkaia también hay muertes debido al calor?
—Los golpes de calor son poco frecuentes pero con algunas enfermedades, como las cardiacas, el sistema que regula nuestra temperatura empieza a fallar. Entrar o no a un refugio climático puede no ser una cuestión de vida o muerte pero les puede ayudar en su día a día porque el calor es un estresor.
Se citan personas mayores, con enfermedades crónicas o embarazadas pero las personas sin hogar también son vulnerables.
—Sí; vulnerable también es el que está más expuesto al calor, como las personas que trabajan en la calle –y que se puede ir a casa si se supera la temperatura umbral– o las personas que no tienen un hogar en el que refugiarse.