El escaparate de manzanas de Santo Tomás
Itziar Etxebarria es una de las baserritarras históricas del mercado de Santo Tomás: lleva sin faltar desde que se puso en marcha en 1984. Así es una jornada en su puesto de fruta, donde despachó manzanas y repartió abrazos
No están puestas la aceras cuando Itziar Etxebarria llega a El Arenal para preparar su puesto de fruta y txakoli. Las manzanas, que descargan de la furgoneta en barquillas de plástico, las va colocando una a una en las cestas, buscando que luzcan su perfil más bonito; los mostradores los cubrieron ya el viernes por la noche con primorosos manteles bordados y hasta envolvieron los postes que sujetan la caseta con ramas de abeto natural. Sobre las estanterías, junto a figuras de Olentzero, hay piñas y pequeños faroles, y hasta las bolsas de nueces lucen un coqueto lacito rojo. Todo está cuidado al detalle y luce más bonito que nunca. “Es Santo Tomás y hay que celebrarlo. Como los escaparates se decoran para Navidad, a mí también me gusta poner bonito el puesto este día”, explica con su hermana Amaia. Es solo el principio de una jornada que se prolongará diez horas y en la que despachará más de treinta kilos de fruta, se reencontrará con amigos de siempre, regalará tarritos caseros de dulce de manzana a los clientes habituales y dispondrá la comida para que todo el equipo reponga fuerzas.
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Itziar cumplió este sábado 40 años cumpliendo de forma puntual con su cita con un mercado que es especial para ella. “Tiene una magia muy especial, ese gusanillo de la Navidad, la alegría de reencontrarte con un montón de amigos...”, admite. Para ella y también para toda su familia, porque cada 21 de diciembre toca a retreta y moviliza a hermanos, hijos, cuñados y yernos para atender los cinco puestos -tres de fruta y dos de sidra y txakoli- que han instalado. “Lo más maravilloso es la energía y la ilusión que veo en todo el equipo que venimos. Porque esto es un trabajo en equipo, ¿eh?”, agradece. Aquí están su marido David Torre, su hermana Amaia, su cuñado Jesús, sus hijos, sus sobrinos... Fue su aita el que empezó a plantar variedades diferentes, hasta cultivar más de cien, que Itziar heredó al ver las proporciones que había adquirido su afición. Desde que en 1984 Pablo García Borreguero les llama por primera vez para venir a Santo Tomás -“entonces te invitaban a venir”, rememora”- solo han faltado las dos ediciones de la pandemia, primero en la Plaza Nueva, “donde éramos muy pocos, 30 o 40, y nos conocíamos todos”, y ahora en pleno Arenal.
Santo Tomás, el lugar de encuentro prenavideño
Cuando empiezan a asomar las primeras luces del día el puesto está ya montado: una decena larga de variedades de manzana -reinetas regi, flor del Pirineo, boskoop, urtebeta, encarnada, txarba, boskantoi,...-, caquis, kiwis, nueces, un par de cítricos más especiales -caviar limón, con una pulpa de bolitas gelatinosas, y mano de buda-, harina de maiz y dulce de manzana casero. Eso, en tres de los puestos; el otro extremo del mostrador está copado por botellas de txakoli y de sidra, que despachan acompañadas de pinchos de queso con anchoa. Y solo por la mañana; a medida que avance el día, los puestos de fruta irán reduciéndose para hacer hueco a la bebida, auténtica protagonista por la tarde. “A partir de las 2 ya nadie compra fruta”, sonríe Itziar. “Alex, hay que ir sacando la furgoneta”, avisa a uno de sus hijos. Son las 8.45 y la feria está a punto de abrir sus puertas. “Vamos bien; alguna hemos andado más apurados. Pero con muchos años y cada uno ya sabe lo que tiene que hacer”, habla David desde la experiencia. Ibernalo Ortuzar fue una de las clientas más madrugadoras. “Me gusta venir a primera hora a comprar, porque luego con tanta gente se pone imposible”, cuenta mientras se encapricha de un par de variedades de manzanas, caquis y nueces. “A la 1 he quedado con la cuadrilla para tomar un talo. Vuelvo a casa, me ducho y lista para el combate”, bromea ante una jornada marcada a rojo en su calendario.
“Para elegir una manzana u otra hay que probarlas; cada una tiene sus características especiales”
David y su cuñado Jesús aprovechan ese primer momento de la mañana, todavía con poca gente, para escaparse a desayunar. Un talo con bacon en Laskitu Errota. “Idoia nos compra el txakoli para la txosna”, explican. “Ponte en la otra barra, que como nos vea no nos cobra...”, le dice David a su cuñado. No les sirve la estrategia. “Está hecho”, les guiña un ojo Idoia desde la plancha. A esta hora la barra está despejada y no pueden esconderse. “En un rato aquí no puedes ni acercarte de la gene que hay”, auguran los veteranos productores. Aunque no llueve, la temperatura es fresca y el bocadillo caliente entra solo. “Un año cayó una helada”, rememoran.
Para cuando vuelven, el puesto está ya de bote en bote. “¿Cuál me puedo llevar para hacer un pastel de manzana?”, pregunta una de las clientas. “La reineta bella boskoop”, le recomienda Paula. “Al cocinar se intensifican su sabor y queda muy rica”, le explica. Otra pareja se interesa por la txarba, otra variedad de reineta. “Tira a fresquita, no es ni ácida ni dulce”, le atiende mientras le da un trozo a probar. Los más madrugadores traen todos carro de la compra y, los más preparados, hasta bolsas propias.
Santo Tomás no defrauda y abarrota El Arenal desde primera hora
“¿Qué tal, Amaia?”, saluda una clienta habitual del puesto, que se irá con dos kilos de manzanas, una bolsa de harina de maíz y un tarrito de dulce de manzana casero que Itziar regala a los que ya se han convertido casi en amigos y con los que disfruta reencontrándose en Santo Tomás. A su lado, otro hombre se interesa por los kiwis. “Están duritos pero en una semana los tienes maduros. Ponlos al lado de manzanas y enseguida están para comer”, le recomienda. Todas son auténticas enciclopedias andantes de las manzanas. “¿Cómo os gustan? ¿Ácidas?”, pregunta Itziar a cada comprador que ve indeciso. “Esta es más dulce, esta tiene una textura más especial...”, da a probar. “No tienen nada que ver, cada una tiene su sabor. Algunas las recogimos en octubre y están más maduras. Su sabor va cambiando; con los meses estas se arrugan y tendrán un sabor más intenso”.
Para mediodía no cabe un alfiler. A Itziar se le ilumina la cara, más si cabe, cuando Fátima Diez se acerca a saludarla. “Nos conocemos desde pequeñas”, sonríen emocionadas. “Cuántos cumpleaños hemos celebrado en casa de una y de otra...”, rememoran. Se ponen al día sobre cómo están sus aitas, un rato sobre sus hijos, sus nietos... “Me hace muchísima ilusión verla cada año”, explica su amiga, que no se resiste a llevarse tres peras de navidad. “Hechas al vino son el postre favorito de mi aita”, admite. “No son habituales; son duras y a la gente no le gustan, hay que cocerlas”.
Saltan las alarmas: se han terminado las botellas de sidra. Y de txakoli solo quedan seis cajas. “Nadie las lleva para llevar, se toman todas aquí”, afirma David. La marea de gente se ha desplazado a los puestos de bebida, que van ocupando los de fruta según avanzan las horas y los cestos se vacían. El equipo hace una pausa para comer, en la trasera del puesto: bacalao con pimientos y caldo que ha traído preparado Itziar y tortillas que encargan en un bar de la Plaza Nueva. Y pronto, a casa. “Tenemos reservado el espacio para aparcar la furgoneta a las 16.30; los puestos de txakoli, hasta que se agote”, señala Itziar. Es la primera vez que se sienta en todo el día. “¿Cansada? Para nada. Estoy tan feliz de estar aquí...”, responde con una sonrisa. La misma con la que, promete, volverá a este mercado el próximo año.