En un recoleto pero acogedor piso de la calle Ramón y Cajal, en Deusto, comparten espacio tres jóvenes: Elghali El Guermez, Soufiane Mahmoud y Áxel Chacón. Los dos primeros, saharaui y marroquí, respectivamente, llevan unos tres años residiendo en Euskadi y son alumnos de Peñascal Kooperatiba, centro enfocado a la integración por la vía de la formación laboral de personas en riesgo de exclusión social. El tercero acaba de llegar a Bilbao desde su Tenerife natal para cursar estudios de Conservación y Restauración de Bienes Culturales en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Los tres participan en el proyecto de alojamiento solidario Pisukide, impulsado por ambas entidades formativas, cuyo objetivo es promover la integración de jóvenes migrantes a través de la convivencia con estudiantes universitarios. Apenas llevan tres meses viviendo juntos, pero tienen claro que repetirían la experiencia. “Lo llevamos muy bien”, aseguran al unísono.
El piso de la calle Ramón y Cajal es uno de los cuatro habilitados para el programa Pisukide, que cuenta con otro habitado por chicas en Arabella, además de uno en San Francisco y otro más en la zona de Botica Vieja, también en Deusto.
En él reside Anas El Makkoui, que se sumaba a la cita con DEIA en el domicilio de Áxel, Elghali y Soufiane, este último ausente en los últimos días por motivos de trabajo. Anas también está encantado con sus compañeros de vivienda, otro chico marroquí como él y un nigeriano que está haciendo el doctorado de Económicas en la UPV/EHU. “Es una experiencia muy buena, el conocer otro tipo de gentes y culturas te hace ganar confianza en ti mismo”, explica.
Anas cursa una formación dual de panadería y pastelería, alternando las clases en Peñascal Kooperatiba con su trabajo en Basquery, local regentado por el expresidente del Athletic Aitor Elizegi. Espera asentarse en ese sector, al igual que Elghali en el de la electricidad. Él ya había estudiado un grado medio de la especialidad antes de abandonar su país para subirse a una patera con la esperanza de forjarse un futuro más próspero. Al llegar a Bilbao, tras un tiempo en Canarias, acudió a Peñascal para retomar su formación. “Me apunté a un curso básico de electricidad, porque aunque conocía el funcionamiento, necesitaba aprender el vocabulario técnico en castellano. Aprobé, hice unas prácticas y después estudié un curso de montaje y mantenimiento de placas fotovoltaicas en Peñascal. Cuando terminé recibí una oferta de trabajo, llevo un año con ellos y estoy muy contento”, relata.
Por su parte, Axel está completando en Leioa el cuarto y último curso de Conservación y Restauración de Bienes Culturales, tras superar los tres anteriores en la Universidad de La Laguna.
Eligió trasladarse a Euskadi “porque aquí están los mejores museos y además tienen el Máster de Conservación y Restauración de Arte Contemporáneo, que es lo que me gustaría hacer tras completar el Grado y es exclusivo de la UPV/EHU”. Reconoce que esto habría sido imposible de no ser por este programa de alojamiento: “Antes de venir miré dónde podía alquilar piso y todo era carísimo, pero dimos con esta opción, que era la única que podía asumir. Además, me parecía muy interesante la posibilidad de convivir con gente que no fuera de mi propia cultura”.
Y es que los participantes en Pisukide pagan una módica cuota mensual de 100 euros en concepto de alquiler de su habitación, gastos incluidos. “En el caso de nuestros alumnos, elegimos los que vas viendo que van a funcionar”, comenta Dani Ortiz, responsable de tutorización y seguimiento de Peñascal Kooperatiba. En lo que respecta a los estudiantes de la UPV, se realiza un proceso de selección. Además del requisito de ser menores de 35 años, se tienen en cuenta otros aspectos, como la experiencia en voluntariado. No en vano, tanto migrantes como universitarios deben cumplir con un compromiso de labores sociales para poder beneficiarse del programa. Así, Áxel presta apoyo en refuerzo lingüístico a jóvenes llegados del extranjero en el centro que Peñascal tiene en Sarrikue, además de ayudar en casa a que Elghali y Soufiane mejoren su nivel de castellano. “En euskera, de momento, andamos un poco peces, pero Áxel ya está aprendiendo”, tercia Dani. El estudiante tinerfeño lo corrobora y va más allá: “Tengo intención de probar con los herri kirolak. Me llaman especialmente la atención el corte de troncos y el levantamiento de piedras”. También Elghali y Anas se van adaptando a las costumbres de aquí y participan activamente desde hace tiempo en las comisiones de fiestas de barrios como Deusto, Atxuri o Uribarri, donde suelen hacer turnos de txosna. “En Santo Tomás también nos tocará”, recuerdan.
Por lo demás, el día a día en el piso de Ramón y Cajal discurre de forma armoniosa. “Sorprendentemente, no ha habido ningún problema hasta ahora”, apunta con cierta guasa Áxel. No hay discusiones por qué se ve en la tele. “Si no me gusta lo que ponen, cojo el móvil, los cascos y ya está”, dice Elghali. Y tampoco por el reparto de las labores domésticas. “Hasta ahora el sistema era limpiar cada uno lo que ensuciaba, pero como cada vez estamos más liados de trabajo y estudios, hemos acordado hacerlo de forma más coordinada”, revela Áxel. Esta experiencia está siendo un máster acelerado de convivencia y de integración en el entorno para todos ellos. El curso que viene les tocará a otros afortunados disfrutar de ella.