No me gustaría vivir en el centro. Allí tienes todo a mano, pero es mucho más ruidoso, hay más delincuentes... Yo aquí soy feliz porque se conoce todo el mundo y por ahí abajo la gente va a su rollo”, argumenta José Manuel Dacal, vecino de Larraskitu. Tampoco José Ramón Urizar cambiaría Indautxu, donde vive desde niño, por otro barrio. “Sin menospreciar al resto, para mí es el mejor del mundo”. Estos dos bilbainos, además de nacer, también viven donde quieren.

José Manuel Dacal

“El tendero te fía como se hacía antiguamente”

José Manuel Dacal saluda sonriente a un vecino y a otro y a otro más. Su perro, Duke, debe ser de los más acariciados de todo Bilbao. “La gente es bastante sociable. Nos conocemos todos y los buenos días y las buenas tardes no faltan nunca”, dice este vecino de Larraskitu, un barrio por donde, se lamenta, no patrulla mucho la Policía Municipal, “pero el cochecito de la OTA nunca falla”.

De padres gallegos, José Manuel se crió los primeros años de su vida en una chabola de madera de Iturrigorri, así que cuando, con 8 años, se mudaron a “uno de los primeros pisos que construyeron” en Larraskitu se sintió “una persona superdotada”. Y eso que, en vez de carretera, “había un camino de carros” y, en vez de parque, “una cantera y unas vías que pasaban el mineral de Larraskitu a La Peña”. Más que suficiente para disfrutar jugando al hinque, con las goitibeheras o haciendo casetas.

La felicidad de aquel niño, al que llevaban “en un autobús de dos plantas a estudiar a la escuela Cervantes”, la irradia a día de hoy, a sus 64 años, José Manuel, que trabajó de recadista y tornero y, cuando se casó, vivió tres años en Avenida del Ferrocarril hasta que pudo comprar su actual vivienda y regresar a sus orígenes. “Volví porque tenía aquí mi infancia, mis amigos, toda mi vida”.

Casado, con una hija y dos nietos, este hombre campechano reconoce que a muchos bilbainos “Larraskitu les suena un poquito a chino”, aunque otros le dicen que es “un barrio tranquilito y amigable, en el monte, un sitio maravilloso para vivir”. De ello da buena cuenta José Manuel, que divisa desde su casa la subida al Pagasarri y tiene una cocina con vistas al Guggenheim. “Lo único que molesta un poquitín es la autopista, pero hay que convivir con ella, es lo que hay”, se resigna. Por lo demás, suena la banda sonora de los pajaritos. “Incluso se te meten por la salida de aire del gas. De hecho, a mí me hicieron un nido”, recuerda.

Larraskitu conserva además esa esencia de los barrios de antaño, donde uno puede bajar la basura en bata y zapatillas y “no te miran de arriba abajo como en el centro”. Ir de pintxo pote también resulta más económico. “Te puede costar una caña 2,30 o 2,40 y en Bilbao eso me lo han cobrado alguna vez por un zurito. Por un pincho de tortilla cerca de El Corte Inglés he pagado 3,50 euros y aquí anda sobre 1,40 o 1,50”, detalla José Manuel, al que todo el mundo conoce “por el apellido, Dacal, o como el hijo de la gallega”.

“No me gustaría vivir en el centro, es más ruidoso. Aquí se conoce todo el mundo y por ahí la gente va a su rollo”

Los tiempos han cambiado, “nos hemos vuelto un poco separatistas”, dice, y en navidades ya “no se va por las casas cantando con la pandereta, tomándote una copita o comiendo turrón” como cuando era niño. Aunque ya no tienen “siempre la puerta abierta”, el espíritu del vecindario se fortalece en la calle. “Charlo con uno y con otro, voy donde este buen hombre de la tienda, que te fía como se hacía antiguamente. Yo eso por ahí no lo veo porque sin dinero no te dan nada en ningún lado”, valora José Manuel, que añora aquellos años en los que “las madres estaban acostumbradas a pagar al final de mes, cuando el padre cobraba. Eso sigue funcionando aquí”, se enorgullece.

El artífice de ello es Isidro Alonso, que lleva 18 años al frente del ultramarinos Raisa. “La gente del barrio es muy cariñosa, trabajadora y muy humilde. Tengo confianza con ellos y les dejo que me paguen a plazos”, explica Isidro, que más que como “un dependiente” se siente como “un compañero de calle”. “A veces la gente te falla, pero tienes que ser flexible, ni seco ni blando”, apunta, con el delantal puesto, a las puertas de su negocio, tapizado de carteles.

Centros educativos, supermercados, ambulatorio... José Manuel no echa en falta casi nada, salvo unas escaleras mecánicas, bancos en el parque, el metro hasta Rekalde... “El bus lo tengo a 150 metros y creo que pasa cada 15 minutos”, estima. El precio de la vivienda es más barato que en el centro, pero, aun así, “ha subido bastante”, afirma. “Yo vendí el piso de mis padres, un séptimo, por 107.000 euros hace siete años y ahora están sobre 125.000 euros los pisos de 75 metros”, pone como ejemplo.

Con todo, ni él ni Duke, que a sus 11 años conserva una dentadura perfecta, como muestra su dueño, piensan abandonar Larraskitu. “Estoy muy contento de vivir aquí. No cambiaría mi barrio, sin despreciar a los demás, por ninguno. Estoy a gusto y aquí seguiré hasta el final de mi vida”, dice.

José Ramón Urizar

“A Indautxu para ser perfecto le falta el mar”

José Ramón Urizar se crió en la calle García Rivero –“nos conocíamos todos y ahora no conoces ni al del quinto”, apunta–, estudió en el colegio Jesuitas, al igual que su padre y sus hijos, y después en La Comercial de Deusto. “El recorrido del típico bilbaino del Athletic, el Igualatorio y la Virgen de Begoña”, resume este economista de 59 años, vividos de principio a fin en Indautxu. “Es el mejor barrio de Bilbao. Es suficientemente céntrico, pero no como para tener demasiada aglomeración y ser excesivamente caro y pijo. Al final en Indautxu es donde más se ve al bilbaino de toda la vida”, destaca.

Para comprobar si Joserra se ha venido arriba o su percepción es compartida, estaría bien saber qué le dice la gente cuando cuenta que vive en Indautxu. “Lo primero que noto es cierta envidia y luego depende del interlocutor. Alguien de Rekalde o de Deusto te puede decir que los de Indautxu somos muy pijos. Sin embargo, para los de Abando los pijos son ellos y nosotros somos muy aldeanos, con lo cual parece que estamos en el justo medio y no andamos mal”, bromea.

José Ramón Urizar, vecino de Indautxu, cuenta por qué es "el mejor barrio de Bilbao"

José Ramón Urizar, que estudió en el colegio Jesuitas y lleva 59 años viviendo en Indautxu, posa en Doctor Areilza, con una estación de metro a sus espaldas Borja Guerrero

Colegios, cines, ambulatorio, hospital, centro comercial, “todos los supermercados que quieras multiplicados por tres en cuatro manzanas”... Los vecinos de Indautxu, afirma, tienen “todo a mano”, incluida La Catedral. “Estar cerca de San Mamés es algo que pocos tienen en el mundo. Tenemos muchos y muy buenos servicios tanto públicos como privados. Prácticamente en Indautxu puedes hacer todas las gestiones que quieras. Desde el punto de vista comercial, hay tanto alimentación como ropa, farmacias, concesionarios de coches... Para cualquier cosa que necesites no tienes que salir a otro sitio. Eso es lo bueno”, señala.

Pero es un arma de doble filo, advierte, porque “si te dejas llevar, no sales de cuatro calles”. “Hay un momento que dices: Vamos a tirar la ría para adelante e ir a Olabeaga o hasta el Casco Viejo, porque, como tienes todo aquí, puedes caer en la tentación de no moverte y eso puede ser un poco aburrido”, admite.

Sin ser “el Abando residencial de los guais”, Indautxu está tan bien situado que se puede uno recorrer la ciudad gastando suela. “Bilbao es una maravilla, es muy pequeño. Ha venido a visitarnos una amiga alemana y flipa porque tienes todos los servicios y te mueves andando. Del Sagrado Corazón al Casco Viejo tardas media hora o tres cuartos de hora. Que esté todo cerca y, además, tenga medios de transporte hace que sea un sitio acogedor”, subraya.

Puestos a buscarle un pero al barrio de sus amores, Joserra reconoce que “igual hay gente que piensa que es excesivamente bullicioso”. “Que me lo digan a mí, que vivo en Alameda de Urquijo en frente de una discoteca y me trago todos los fines de semana la movida esta, pero eso no le pasa a todo el mundo. Ahora, el resto de la vida de bullicio yo creo que es suficiente como para estar a gusto y no estar aislado”, aclara.

“Uno de Rekalde te puede decir que en Indautxu somos muy pijos y para uno de Abando somos unos aldeanos”

Él no lo está, desde luego. Acaba de saludar a una vecina, camino de la plaza Indautxu, y dice que cuando baja a la calle y va “a por el periódico, al bar de enfrente, la farmacia o el supermercado de la vuelta, todo el mundo” le llama Joserra. “Me gusta ir a Madrid y estar unos días, pero aquello es muy impersonal. Yo tengo la suerte de que el de la frutería me llama por mi nombre y me encanta. Creo que es algo típico de este barrio”, opina este vecino, al que le gusta “conocer a la gente y no decir solo: Dame dos lechugas”.

Como preside la asociación de antiguos alumnos de Jesuitas, a Joserra le paran a veces personas a las que no pone nombre. De cara le suenan muchos. “En la zona de Indautxu en todas las partes están los mismos siempre, tanto en los bares como en cualquier otro sitio”, sostiene.

Hablando de bares, reconoce que en Larraskitu, donde no suele "tomar vinos, o en Santutxu o Basurto, es cierto que puede ser más barato, pero en Indautxu hay sitios de muchísima pasta y tascas que no son tan caras. Puedes tener dos bares, que están a 50 metros, y en uno cuesta el doble que en el otro. Indautxu puede ser bastante más caro que otros barrios, pero si te vas a las Siete Calles, depende dónde, también te sacuden bien”, pone como ejemplo.

Parques como el de Doña Casilda a un paso, calles peatonales, “que cada vez hay más”, para pasear... Por más que piensa, no echa de menos nada. Bueno, sí. “A Indautxu para ser perfecto le faltaría el mar, pero a cinco minutos tenemos la ría, que es una gozada. Probablemente lo que le faltaría es tener una playa, pero entonces no sería Indautxu, sería otra cosa”, dice Joserra, al que también le gustan otros barrios de Bilbao. “Los disfruto y los paseo, pero yo no me cambiaría”, reitera por si a alguien aún le quedara alguna duda.