El chaval está en el recreo, abducido por el móvil. “¿Pero no tenéis prohibido usarlo?”, le pregunta una responsable. “Sí, pero yo soy especial”, despacha sin apenas levantar la vista de la pantalla. Con este percal tienen que lidiar a diario los docentes de los institutos vizcainos, a la vez que imparten literatura o álgebra con la esperanza de que los deberes que mandan no los haga la inteligencia artificial.

Algunos profesores deben afrontar, además, el reto de enseñar en centros donde se sientan estudiantes de hasta cuarenta países diferentes con mochilas tan diversas como la vida misma. “Es un desafío constante, pero también es muy gratificante”, dice David Fuentes, profesor del Centro Formativo Otxarkoaga. “Los alumnos están acostumbrados a relacionarse con compañeros diferentes y eso hace que sean más tolerantes que en otros lugares”, ensalza, por su parte, Karmele Barañano, profesora del instituto Martín de Bertendona durante 17 años. Pese a los prejuicios que sobrevuelan estos centros bilbainos, de sus aulas también salen profesionales de éxito, desde empresarias a ingenieros de telecomunicaciones, sin restar mérito a los que completan ciclos que les permiten ponerse a trabajar.

David Fuentes, Centro Formativo Otxarkoaga

“Somos camaleónicos y usamos el traductor”

Al patio del Centro Formativo Otxarkoaga lo mismo asoma un chaval de etnia gitana que una chica con velo, una adolescente latinoamericana o un estudiante recién llegado de Marruecos. “Tenemos alumnado muy diverso, cada uno con sus particularidades. Tienes que tener muchas herramientas para poder desarrollar la clase, ser muy resolutivo, tener mucha paciencia...”, apunta David Fuentes, que, tras su paso por otros centros, “alguno de renombre”, lleva dos cursos enseñando ciencias en esta pequeña torre de Babel.

A sus aulas llegan también estudiantes de otros barrios de Bilbao “por el boca a boca”, porque en Otxarkoaga, explica, “se priorizan las necesidades del alumno como ser humano y su formación en valores, que en este tipo de población es muy necesario”. En otros institutos, en los que “basas el 90% del tiempo en transferir conocimiento, eso a veces se queda desatendido”, señala y destaca que ellos se involucran mucho con las familias, “a diferencia de otros centros, en los que solo se preocupan cuando el niño saca un 7 y quería sacar un 9. Aquí hay una comunicación diaria con ellas porque confían mucho en nosotros”. Es el caso, apunta, “del pueblo gitano, que ha sido escolarizado en los últimos 20 o 30 años. Para ellos es algo nuevo y necesitan un centro en el que depositar su confianza”.

Alumnos que “tienen un ritmo de aprendizaje diferente” o que “no quieren enfocar su futuro a la universidad, sino a algo más práctico” son bienvenidos a estas clases, donde profesorado y alumnado establecen “un vínculo más humano, no tan frío” como en otros colegios. “Hay mucho sentido de equipo y de pertenencia al centro y de orgullo. Entre ellos se apoyan, se defienden...”, dice, mientras varias cuadrillas de chavales apuran, charlando, el recreo.

Entre los estudiantes matriculados también hay, destaca, “mucho alumnado brillante, que, a pesar de sus altas capacidades, tiene particularidades que no han podido ser atendidas en otros centros, como, por ejemplo, haber sufrido acoso”.

En sus instalaciones hay cabida asimismo para el alumnado de África recién acogido, para quien disponen de un programa en el que priman la enseñanza del idioma y la socialización hasta que pueden “enfrentar otras asignaturas”. Algunos tienen tal potencial que los integran en “los grupos de la secundaria normal”. “A veces entienden el castellano, pero les cuesta expresarse. Para eso está el profesor. Somos muy camaleónicos y usamos el traductor o si un compañero sabe francés, siempre está dispuesto a ayudar. Como se les da una oportunidad que no tienen en su país, son muy agradecidos”, asegura.

“El contacto con las familias es diario. En otros centros solo se preocupan si el niño saca un 7 y quería un 9” David Fuentes

David echa mano de una efeméride, el 60 aniversario del centro, para poner en valor “la idea visionaria” con la que se fundó. “El lema de Otxarkoaga es Cada pantalón a su pantorrilla y así se aplica también la educación. Creemos en un aprendizaje muy ajustado al alumno y muy práctico. Hacemos muchas salidas con un fin académico, pero también se aprovechan para generar más cohesión en el grupo”, cuenta. Con esa filosofía, el giro educativo que ha desterrado las clases magistrales para “apostar por las competencias y por generar situaciones de aprendizaje aplicables a la vida real” no les ha pillado por sorpresa. “Hemos trabajado así toda la vida”, recalca.

Crítico con el desarrollo tecnológico, David explica que, asignatura de informática aparte, en el resto de materias intentan que no usen la tablet. “Hay centros en los que trabajan con ellas día a día y eso limita la expresión escrita y oral porque solo copian y pegan”, lamenta. Otros ni eso, ya que no acuden al aula. “Absentismo hay, como en todos los centros, pero estamos bajando las cifras. No son escandalosas”, aclara.

Karmele Barañano, IES Martín de Bertendona

“El profesor ya no es un dios, se ve otro trato”

Hace 20 o 25 años por las escaleras del instituto Martín de Bertendona subían y bajaban estudiantes autóctonos, pero hoy en los hogares de su alumnado “se hablan 39 lenguas diferentes, lo que nos da una idea de la diversidad que tenemos”, manifiesta Karmele Barañano, docente durante casi dos décadas. De ese “conglomerado” también forman parte, añade, “alumnado sordo, porque somos centro de referencia, y con problemas de movilidad”. Debido a todas esas particularidades, dice, “en algunos momentos hay más personal trabajando dentro del aula. Está el profesor de la materia, puede estar la de pedagogía terapéutica, la intérprete, la auxiliar...”.

Cambio de clase. Los pasillos cobran vida por momentos. “El profesorado generalmente se vuelca en darles a estos alumnos más cariño y ellos lo agradecen. Se hacen a veces muy buenas relaciones con ellos”, remarca Karmele. El docente ha dejado de ser esa figura distante subida a una tarima. Para bien y para mal. “En nuestra época nunca te atrevías a levantar la voz al profesor y ahora se ve otro tipo de trato, ya no es un dios que está ahí”, dice.

Karmele Barañano en un aula del IES Martín de Bertendona. Oskar Gonzalez

Los monólogos a pie de pizarra ante un batallón de escribanos tomando apuntes pasaron a la historia. “Hoy en día el profesor tiene que dar las clases de otra manera, intentando hacerlas más visuales y atractivas, planteando actividades en las que el alumnado tome parte y tenga que solventar ciertos retos que sean motivadores para ellos”, explica, consciente de que lo tienen “difícil para captar su atención porque, me imagino que por el uso de las redes sociales, están acostumbrados a recibir mensajes cortos”.

Karmele, por ejemplo, impartía la asignatura de Economía en Bachillerato “de una manera mucho más teórica y actualmente les propones crear un proyecto empresarial, se trabaja más en grupos, ves qué tipo de empresa querrían montar, la forma jurídica y vas introduciendo conceptos del currículum, pero trabajando de otra manera”, explica.

Las nuevas tecnologías también se han abierto paso en la educación, “aunque todavía en este centro los alumnos no trabajan todo el tiempo con el ordenador, como en otros”, puntualiza, convencida de que “es una herramienta muy potente que se puede utilizar para hacer muchas cosas muy positivas, pero también tiene su lado negativo”.

“Muchos hacen el corta y pega o tiran de la inteligencia artificial y eso repercute en su creatividad” Karmele Barañano

Primer inconveniente, que “quizás los alumnos ya no están tan acostumbrados a leer y a escribir como antes y eso repercute en el número de faltas ortográficas que cometen”. Pero hay más. “Antes cuando te mandaban hacer un trabajo sobre un tema tenías que buscar información, pero luego también había una labor más creativa de emplear tu imaginación y lo que sabías para reflejarlo en ese trabajo. Ahora muchos hacen el corta y pega o tiran de la inteligencia artificial y eso repercute en su creatividad”, lamenta.

Sea como fuere, el esfuerzo de profesores y estudiantes merece la pena y no hay más que preguntarle por los “alumnos brillantes” que han pasado por Bertendona para corroborarlo. “Tenemos muchos ejemplos. Un exalumno nuestro ha terminado Telecomunicaciones en San Mamés. Ha hecho una ingeniería y está haciendo un máster en Madrid. Otras alumnas, que eran orientales, también terminaron teleco, incluso salieron en el periódico”, recuerda.

También ha habido “alguna estudiante que ha emprendido con bastante éxito y, además, ha diversificado. Empezó con un tipo de negocio y lo mantiene, pero ha abierto algún restaurante en Bilbao”, relata, sin olvidarse de “una exalumna de etnia gitana que hizo Educación Social, habla perfectamente euskera y ahora está haciendo Magisterio. Claro que tenemos alumnos que tienen éxito”.